Recomendaciones:

Evitar días de niebla. Portar unos prismáticos para contemplar las vistas que ofrecen los diversos miradores y la cumbre de sa Talaia Vella.

Empezamos a caminar en el punto kilométrico 69,9 de la carretera que va de Valldemossa a Deià, a la altura de Can Costa, antiguas casas de possessió hoy convertidas en restaurante. En este punto, a la derecha si venimos de Valldemossa, arranca una carretera asfaltada que en pronunciada subida nos llevará hasta la ermita de la Santíssima Trinitat, también conocida como ermita de Valldemossa. La carretera gana altura enseguida y deja a la izquierda la calle Ruiseñor. Avanzamos con una alta pared de piedra a la derecha y en unos quince minutos llegamos a la citada ermita (39ºN 43.796 / 002ºE 36.582).

Desde los tiempos del beato Ramon Llull, cuando en el siglo XIII fundó la escuela misionera y de lenguas orientales, la vida eremítica se ha mantenido en la costa de Miramar. Como testimonio quedan restos de templos en ruinas que luego visitaremos y la ermita de la Trinitat, aún habitada. Este edificio religioso se levantó en 1648, al parecer aprovechando algunas construcciones preexistentes, y se dedicó a la Puríssima Concepció. Fue fundada por el venerable Joan Mir de la Concepció (1624-1688) y llegó a ser la más importante de la comarca. Según entramos en la ermita, a la izquierda está la portería con las dependencias privadas de los ermitaños. Enfrente se sitúa el actual oratorio, que data de 1703.

El Arxiduc Lluís Salvador escribía en 1905, refiriéndose a la vida de los ermitaños: “No prueban la carne y durante sus comidas un ermitaño lee las vidas de los santos mientras todos los demás guardan silencio; no les está permitido hablar y, si necesitan agua o pan durante la comida, se limitan a dar uno o dos golpes con el cuchillo”. Durante años, los ermitaños facilitaron a los excursionistas, por la limosna que se les quería dar, aceitunas, alcaparras y miel. Desde la explanada exterior podemos contemplar al otro lado del muro de qué se alimentan actualmente: básicamente verduras y legumbres. El recinto también alberga un pequeño cementerio. Cabe recordar que la visita a la ermita está restringida a los espacios abiertos y al oratorio.

Reanudamos la marcha por la ladera opuesta a la que hemos llegado a la ermita, en dirección noreste. De espaldas a la ermita, andamos en dirección a una puerta metálica cerrada con candado. En este punto encontramos un hueco en una reja y un poco más adelante, hallamos una bifurcación. El sendero que baja conduce hasta Ca Madó Pilla (hotel El Encinar). Nuestra ruta elige el camino de la derecha, que se dirige a una mesa de piedra que hace las funciones de merendero y a la que se accede por unas escaleras de piedra. En este lugar existe el llamado Bufador, una cavidad por donde sale una corriente de aire.

Unos metros antes del merendero sale un senderito de montaña que en pronunciada subida se adentra en un bosque dominado por las encinas. El camino irá consolidándose y nos brinda bellas panorámicas sobre el mar, la torre de Son Galcerán y Ca Madó Pilla, con la Foradada detrás. También descubriremos muchos rotlles de sitja y hornos de cal. Antes de llegar a las Ermites Velles conoceremos la bassa dels Porcs, que queda a nuestra izquierda y que se aprovechaba para recoger el agua de la lluvia. A pocos metros se halla el recinto de las denominadas Ermites Velles (39ºN 43.979/ 002ºE 36.940).

Realmente consta de dos recintos bien diferenciados, tanto tipológica como cronológicamente, pero ambos se encuentran en ruinas. En ellos se encuentran restos de capillas, celdas y paredes de huertos. La Ermita de Sant Pau y Sant Antoni, núcleo principal de las Ermites Velles, fue fundada durante el siglo XVI. El bosque, muy espeso, es hoy el único habitante en este lugar. Dejamos las Ermites Velles y seguimos avanzando.

El camino adopta forma de camí de carro y desciende en zig zag. Pasados diez minutos desde las ermites encontramos, a la izquierda, el llamado mirador de los Ermitaños que, según la tradición, éstos lo utilizaban como lugar de contemplación y descanso. Difícil dar hoy con el mirador, cubierto con la vegetación. Sí se pueden encontrar los pedrissos, que forman un perímetro ovalado. Unos metros más adelante aparece a la derecha del camino un buen número de elementos propios del mundo de los carboneros: hornos, barracas, rotlles...

Visitado el lugar, que vale la pena conocerlo, retomamos el camino y proseguimos hasta llegar a una importante bifurcación (39ºN 44.148 / 002ºE 37.102). Hacia la izquierda llegaríamos al mirador dels Tudons, al que recomendamos ir (si continuáramos bajando acabaríamos en la carretera Valldemossa-Deià, frente a Ca Madò Pilla). Está sólo a unos minutos del cruce, en el Camí de sa Muntanya que mandó construir el Arxiduc.

Desde el mirador, uno de los más elegantes de los que ordenó levantar el aristócrata y humanista, se contempla, en primer término, las casas de Miramar, justo detrás, sa Foradada, y al fondo, Son Marroig.

Visitado el mirador, volvemos sobre nuestros pasos hasta la bifurcación. Nuestra ruta gira a la derecha (según bajamos de las Ermites Velles). A unos tres minutos del cruce topamos con la pared de Son Gallard. Poco antes de la pared, a la derecha, podemos ver la base de una antigua cruz hoy convertida en coll de tords. Del coll sale una nueva desviación, a la izquierda, opcional, que en pocos minutos conduce a la cova del beat Ramon Llull, donde, según la tradición, vivió. La cueva es de reducidas dimensiones y de su interior destaca un relieve que representa a Ramon Llull ofreciendo su obra a la Mare de Déu. Data del año 1627.

Nuestro camino sigue recto, en subida, en un peñascal describe un giro a la derecha para continuar en línea recta y, posteriormente, trazar cuatro curvas a derecha e izquierda que nos dejan en el mirador de Son Gallard (39ºN 44.040 / 002ºE 37.443). Desde él se dominan las casas homónimas y justo detrás de éstas se ve sa Foradada. Dejamos atrás el mirador y renunciamos al sendero que encontramos un poco más adelante, a la izquierda y en bajada, que llega hasta Son Gallard. Nuestro camino se pega a las rocas y a una verja metálica. Cruzamos una torrentera y una barrera metálica y empezamos una dura subida que en unos treinta minutos nos dejará en el coll de s’Estret de Son Gallard. Avanzamos por un frondoso bosque, por un camino ancho, pedregoso en su primer tramo. Esta zona está poblada de rotlles de sitja y antiguas barracas. En una curva a la izquierda (39ºN 43.877 / 002ºE 37.554) pueden asaltarnos las dudas; seguiremos nuestro camino, girando a la izquierda, evitando seguir por la derecha.

Cerca del coll, en una especie de balcón natural de roca que queda a la derecha del camino, convertido ahora en sendero, podemos contemplar unas bonitas vistas del bosque, protegido por los Cingles de Son Rul·lan. Salvada una pared, nos situamos en el coll de s’Estret de Son Gallard, que reconoceremos por sus grandes bancos de piedra con respaldo. Aquí se cruzan el camí de sa Muntanya, por el que hemos subido; el de sa Talaia Vella, por el que continuaremos la excursión; y el que viene des pla des Pouet.

Giramos pues a la derecha, según hemos llegado al coll, para dirigirnos por un cómodo camino a la cima de sa Talaia Vella (866 m). En unos diez minutos la coronamos (39ºN 43.742 / 002ºE 37.132). Para que el viajero pudiera “descansar y reponer sus fuerzas, hallando agua, carbón y techo”, el Arxiduc mandó construir la Caseta des Refugi. Su estado actual es ruinoso. El techo ha desaparecido y la cisterna está llena de escombros.

Desde la caseta volvemos al camino y ponemos rumbo al extremo occidental de sa Talaia Vella. Pasamos junto a un vértice geodésico y poco después empezamos a perder altura para llegar, en unos quince minutos, al mirador de ses Puntes o de Can Costa. Desde el mirador, también en ruinas, se domina todo el pla del Rei y la ermita de Valldemossa. Para su construcción, los picapedrers se colgaban con cuerdas, desafiando al abismo.

Iniciamos el descenso final. Para ello volvemos al camí de sa Talaia Vella, construido por el Arxiduc entre 1895 y 1909. Trazando suaves curvas bajamos por el encinar y llegamos en pocos minutos al pla des Pouet, que en su tiempo fue uno de los centros de explotación forestal más importante de Mallorca. Pasamos por al lado del famoso pozo y continuamos recto, hasta encontrar, al otro extremo, el camino de carro que baja sin ninguna dificultad hasta Valldemossa pasando por la font de s’Abeurada.

Guía de excursionismo de Mallorca, por Gabriel Rodas.