Hoy, lectura. Lectura sin pausa. He leído de un tirón la novela ‘La historia del silencio’ de Pedro Zarraluki. Una lectura muy instructiva e interesante. Sobre todo para mí que ando años y años detrás del silencio y de los silencios. Del silencio físico como postura ante el ruido ambiental, del silencio metafísico como camino espiritual. Querido, querido san Bruno. El silencio como lujo, es decir como valor. Lo paradójico es que, a veces, para escuchar el silencio son necesarios los ruidos, los pequeños ruidos: el castañeo de una moto al pasar, la música de las olas cuando chocan con la playa, el horizonte de ladridos de un poema, el cacarear de las gallinas, el ruido no ruido de la luna mirándonos, el peso-ruido de la Palabra y de las palabras…

Aunque tenía mil cosas esperándome en el ordenador, he decidido: ‘hoy voy a leer este libro y a hacer la cena’. Nada ni nadie podía parar la lectura. Nadie. Nada. Seguramente era el ritmo del estilo de Zarraluki el que me impelía a seguir y a seguir leyendo.

Vienen a cenar seis. Les voy a dar una ‘Crema de calabaza’ de entrante y una ‘Lubina flambeada al kirsch’ −acompañada de patatas hervidas rehogadas con mantequilla negra y alcaparras− como plato principal. A la crema la voy a aderezar con un aceite de chile hecho a base de aceite de girasol, cebolla morada, jengibre fresco, anís estrellado y guindilla inspirado en una receta de Ottolenghi publicada en su magnífico libro ‘Exuberancia’. La lubina de 3 k la cocino, en un caldo hecho con un puerro y dos zanahorias, con su buche relleno de comino en grano, durante 12/14 minutos, en una gran lubinera. Sirvo a la mesa la lubina entera y la flambeo con un vaso generoso de kirsch. ¡Una delicia! De postre, sorbete de fresas y naranja.

Como el aceite de chile lo tenía hecho, el sorbete lo hice ayer y la lubina la cocinaré cuando lleguen los comensales, solo he tenido que hacer, durante el día, la ‘Crema de calabaza’ y he podido dejarme llevar por el ritmo vertiginoso de la lectura del libro de Zarraluki.

Hay en este tipo de lecturas algo obsesivo, que no te permite parar. Mientras leía en el silencio de la casa −remarcado por el chup-chup de la calabaza que hacia tintinear a la tapa de la cazuela− me preguntaba: ¿Es el silencio algo tangible, medible? ¿Sin el ruido existiría el silencio? ¿Tenemos cada uno nuestro lenguaje de silencios? ¿Dicen más los silencios que las palabras? ¿Es el silencio una metalengua? ¿Existe un diccionario de silencios? ¿Hay gente que habla sin parar −como apunta Zarraluki− para ocultar el secreto del silencio? ¿Es el silencio el camino para llegar a Dios?...