Dicen que una imagen se puede recodar quince años; un olor toda la vida. Los olores se fijan en la misma área cerebral que las emociones, por eso, como un chispazo, nos pueden hacer viajar en el tiempo y traer a nuestra memoria momentos precisos, fugaces, que de otro modo no podríamos recuperar ni reproducir. Por eso los olores son como tesoros, valiosos e intangibles. No hay nada tan poderoso que pueda conectarnos con lugares y personas como percibir su aroma…

En el interiorismo y la decoración parecería que nuestro sentido más desarrollado es la vista, estimula nuestra inspiración para rodearnos de belleza, para crear espacios equilibrados visualmente, pero la realidad escondida tras la imagen es esa suma de experiencias sensoriales entretejida de elementos invisibles compuesta de sonidos, texturas y esencias sin los cuales todo lo que apreciamos carecería de sentido.

Se habla poco del olfato cuando intentamos crear un interior especial, pero teniendo en cuenta lo que un aroma puede hacer con nuestro cerebro, es evidente que esta materia intangible es vital para crear una atmósfera única y singular. Aromas que relajan, refrescan y hacen más personal el espacio que nos rodea, velas, flores, aceites esenciales, olores naturales y frescos, sutiles y evocadores, elegantes y personales, olor a lluvia, a mandarina, a madera, a limpio…Adecuarlos al momento y al espacio, frescos y con difusor para el recibidor, a maderas con velas en el salón, relajantes en el dormitorio, pulverizadores con olor a talco para los textiles… Cada vez nos tomamos más en serio el manejo de las fragancias en los espacios interiores, nos inducen a recrear situaciones, lugares… son una expresión más de nuestra personalidad, con ellos marcamos la diferencia, aportamos y creamos ambientes que reflejan quienes somos. 

Los aromas nos provocan sentimientos y nos permiten entender de qué forma se construye un espacio y se escriben nuestros recuerdos.