Hoy, campo. El día ha amanecido creando sombras gigantescas sobre los pastos, mientras las ovejas rumian incansables. Las yemas de las higueras empiezan a verdear y los almendros, a regañadientes, se olvidan de sus flores. La vida vuelve en todo su esplendor.
Ayer, releyendo antiguos cuadernos, me encontré con esta entrada: 17 de abril de 1998. Vall de Sòller.
‘La casa se encuentra junto a la carretera que va de Sòller al pequeño pueblo de Fornalutx. Es de piedra. En el huerto limoneros y naranjos revientan de frutos junto al torrente cercano que estos días es un río. El agua fluye verdosa entre cañizares y lirios.
Alfredo pinta un frutero de limones y naranjas agrandando sus contornos hacia lo gigantesco. El efecto de la pintura es armónico. Alfredo es un amateur, es decir una amante de las cosas. Hoy de la pintura.’
Cociné pasta: ‘Parpadelle con bacon, verduras, huevo y parmesano’. Un plato que queda riquísimo. El truco está en la forma de emplatar la pasta
¿Qué se habrá hecho de esa casa? ¿Dónde estará el cuadro que pintó Alfredo? ¡Cómo pasan los años! Recuerdo esos días: leer, pintar, pasear, escribir, recibir… Vinieron a visitarnos toda la pandilla del momento. Cociné pasta: ‘Parpadelle con bacon, verduras, huevo y parmesano’. Un plato que queda riquísimo. El truco está en la forma de emplatar la pasta. Para hacer este plato necesitamos: pasta de calidad, bacon ahumado, ajo, guindilla, cebolla, pimento verde, espárragos verdes, champiñones, huevos y parmesano. Primero sofreímos en un wok el bacon y la guindilla (a gusto) con un poco de aceite de oliva y añadimos las verduras cortadas (paisana). Luego, rehogamos unos minutos más hasta que estén al dente, salpimentamos y reservamos (manteniéndolas calientes). Después, hacemos dos cosas a la vez, cocinamos la pasta (125 g por comensal) y a parte, en un sartén con un poco de aceite, los huevos (uno por comensal) a muy baja temperatura. Y emplatamos: primero la pasta escurrida, encima la verdura y el huevo; y para terminar, el parmesano rallado. ¡Un manjar!
Ese mes de abril, según el cuaderno donde encontré la entrada, estaba leyendo un libro estupendo y muy, muy recomendable: ‘El año que viene en Tánger’ de Ramón Buenaventura. Tánger la ciudad abierta. La ciudad deseada. La ciudad que fue un espejismo pero que en la realidad fue un milagro. Donde convivían todas las razas y culturas. De esto y de mucho más habla el libro de Buenaventura.
Ahora, más allá de campa que observo hay un pequeño pinar aislado. Me da la sensación como si hubiera sido puesto allí como contraste, para ensalzar la armonía de mí visión. En mi pequeña libreta escribo: ‘Al mirar, el paseante crea su propio paisaje que es una amalgama de lo mirado y lo vivido’