Hoy, lectura. Estoy leyendo ‘Diario de mi vida’ de María Bashkirtseff. Un libro delicioso y desgarrador, a la vez. Con sus angustias, anhelos, reflexiones… la vida en plenitud. Bashkirtseff fue una pintora del XIX, que murió muy joven pero que nos dejó una joya, su diario y unos cuantos cuadros de delicada armonía. Representante genuina de una elite que vivió en un siglo equivocado. ¡Qué difícil era ser artista y mujer en los años 80 del siglo XIX! Un siglo entre la Modernidad y l’Ancien régime. Es extraño vivir por unos momentos en un siglo que no es el tuyo pero que al mismo tiempo los personajes del relato te remiten al día a día del siglo XXI. Han pasado 140 años y parece que María Bashkirtseff está escribiendo en la habitación de al lado. Es cierto que ha cambiado totalmente el atrezzo pero el fondo de las cuestiones se mantiene vivo, tal cual. Seguimos siendo náufragos en el proceloso océano de la vida.

Es extraño vivir por unos momentos en un siglo que no es el tuyo pero que al mismo tiempo los personajes del relato te remiten al día a día del siglo XXI. Han pasado 140 años y parece que María Bashkirtseff está escribiendo en la habitación de al lado.

Mientras leo, veo por la ventana un mar verde moteado de flores amarillas. Un día de primavera en pleno invierno. La naturaleza vive ajena a nuestra pandemia. Solo el gallo del vecino no ha dejado de cantar durante toda la mañana −parece que ha enloquecido− como si quisiera mimetizarse con nuestro caótico devenir. Pero bueno, ¡debemos resistir! ¡Conseguiremos llegar a la normalidad! Cuando me plancho un poco, me pongo a cocinar y remonto el ánimo. Hoy voy a hacer fingers de sobrassada. Un aperitivo muy sabroso y sorprendente. Se trata de envolver un trozo alargado de sobrassada con una pasta fina y cocinarlo al horno. Para la receta se necesita una buena sobrassada, harina, aceite de oliva, aceite de girasol, agua y una pizca de sal. Primero hago la pasta. En un bol mezclo un vaso pequeño de aceite (mitad oliva y mitad girasol) y la misma medida de agua con una pizca de sal. Luego, voy agregando la harina hasta conseguir una mezcla que se pueda amasar. Amaso durante un buen rato y dejo reposar la masa media hora. Pasado este tiempo, vuelvo a amasar y estiro la masa con el rodillo dejándola muy fina y con ella voy envolviendo pequeños rollos de sobrassada de 4 centímetros de largo por ½ dedo de grosor y los pongo en el horno (precalentado) a 180 °C, unos 15’ (depende del tipo de horno, hay que vigilar el punto de cocción). El resultado un manjar. Este domingo salgo de excursión con unos amigos y llevaré los fingers para picar.

Una amiga me decía ayer que cuando tiene un bajón −cosa que estos días con las terrazas de los bares cerradas le pasa a menudo− sueña en el verano y poder sentarse en una mesa, viendo la playa al fondo y tomar con sus amigos una cerveza helada. Yo, le expliqué un sueño que tuve escribiendo un cuento: ‘la pandemia se había terminado. Estaba esquiando en una ladera de una gran montaña con nieve polvo, mis tablas desaparecían bajo el blanco manto helado. Disfrutaba. Pasado unos segundos me doy cuenta que en vez de estar deslizándome por una montaña lo hago en un gigantesco pastel de nata. Mientras me deslizo voy sorteando guindas gigantes de colores. La nata está fría y dulce. Pero el pastel se acaba y no me queda más remedio que saltar y caigo sobre una piscina enorme de un resort en el Caribe. Hace calor, he dejado mi atuendo de esquiador empedernido por un bañador. Mis esquís han desaparecido y nado pausadamente. Llego al bar nadando, me siento en un taburete sumergido junto a una gran barra y pido un aperol. El aperol es de un color cadmio intenso. Al fondo el mar ruge, sería imposible nadar en él. Me tomo el aperol y sigo soñando, pero al despertarme la pandemia aún seguía allí.