Hoy, África. Estoy releyendo ‘El Corazón de las Tinieblas’. En realidad lo estoy leyendo, dado que las lecturas anteriores se encuentran en una bruma tan lejana que apenas recuerdo algún pasaje. La memoria es ¡Tan selectiva! Hay hechos que los recuerdas con una nitidez que da la sensación qué ocurrieron ayer y otros −como para mí el contenido de este libro− que se han borrado o se encuentran en recovecos de la memoria a los que no puedes acceder sin dificultad. De hecho, a medida que leo el libro, aparecen en mi mente escenas confusas, deslavazadas. Sea como sea, el libro es ¡Bárbaro!

Ayer estuve cenando en casa de unos amigos. Desde la terraza, la bahía y sus luces se encontraba a nuestros pies. ¡Cuánto hemos crecido! La luz lo abarca todo menos el mar. El mar es el único reducto solitario del mundo.

Disfrutamos del plato acompañándolo con un buen vino tinto, con cuerpo. Al final de la velada, las luces de la bahía nos parecían más cercanas y tintineaban en nuestros ojos

La cena ha estado muy bien. El plato principal era ‘rebozuelos con foie’. ¡Qué decir de tal manjar! Los rebozuelos son muy sabrosos. Aquí los llamamos picornells. Se recogen los meses lluviosos de octubre en los encinares. En la isla, la zona donde se recolectan más es en Pollensa. Hay muchas formas de cocinar esta seta: en revuelto de huevos, con albóndigas, en risotto… La receta que comimos ayer es deliciosa: para cuatro comensales necesitaremos 600 g de rebozuelos y 300 g de foie. Primero hay que limpiar muy bien las setas y quitar las venillas al foie. Una vez hecha esta operación, rehogamos en una sartén los rebozuelos con un poquito de ajo y sal; cuando estén casi hechos, los escurrimos y los reservamos. Luego freímos con dos gotas de aceite de oliva virgen el foie que hemos cortado en pequeñas lonchas de un dedo de grosor y salpimentado. En el momento que el foie esté dorado, echamos las setas y rehogamos dos minutos más, y servimos. ¡Un manjar! Disfrutamos del plato acompañándolo con un buen vino tinto, con cuerpo. Al final de la velada, las luces de la bahía nos parecían más cercanas y tintineaban en nuestros ojos.

En el principio del libro de Conrad, Marlow, el narrador, nos describe el viaje por la costa africana en el barco que le llevará a su destino: la desembocadura del río Congo. Mientras el buque costea, Marlow reflexiona sobre la inmensidad del nuevo continente que se le presenta ante sus ojos por primera vez. Veía, dice: ‘El borde de una jungla colosal, de un verde tan oscuro que era casi negro…’ y agrega: que durante días la monótona uniformidad de la costa le deprimía y no le encontraba sentido a su viaje; ¡Suerte que están las olas! ‘La voz de las olas de vez en cuando era un verdadero placer, como la conversación de un hermano’. Y prosiguiendo: en varias líneas explica un encuentro que me da mucho que pensar. Habla de la relación que nosotros los europeos hemos tenido con África y de la cual aún padecemos sus consecuencias. En la narración nos describe una escena tan surrealista como triste. Resulta que durante la travesía se encuentran fondeado, a unas millas de la costa, a un buque de guerra de la marina francesa que está bombardeando la selva. ‘Allí estaba, en la vacía inmensidad de la tierra, cielo y agua, disparando contra un continente’. Luego, Marlow, pidió explicaciones a lo que le pareció una bufonada y se la confirmaron, sin ser conscientes de ello, diciendo que ‘disparaban a un grupo de indígenas (de enemigos) ocultos en alguna parte’. Una escena que es una metáfora de las políticas europeas con respecto a África, un continente que sigue sumido en una jungla de tinieblas.