En sus manos el trofeo que le sitúa en lo más alto del olimpo de los pasteleros. Lluc cambió a tiempo su vocación y en la contienda parisina exhibió científicos y saludables brioches, sin renunciar al azúcar en otras piezas a veces tan monumentales como un elefante de 3 metros; alardes para un premio muy goloso que no se le sube a la cabeza. Dice que le queda mucho por aprender, y lo seguirá haciendo en la pastelería de Vic donde quita misterio al secreto de su éxito. Es el primer español que consigue el galardón y su objetivo es popularizar las artes del mejor dulzor.