Dado que Matt Damon y Ben Affleck escribieron su primera película juntos hace casi 25 años, -’El indomable Will Hunting’, que les proporcionó el Oscar al Mejor Guion-, a estas alturas nada hacía sospechar que la segunda iba a llegar. Y dado que esa segunda película es un alegato feminista contra los abusos sufridos por la mujer a manos del hombre, y que ve la luz pocos años después de que Affleck fuera acusado de acoso sexual por varias mujeres, resulta tentador entenderla como un intento de lavado de imagen por parte de Affleck, que además la ha coproducido. De ser ese el caso, que los dos amigos hayan decidido hablar sobre ese asunto con esa finalidad -contando para ello con la colaboración de la guionista Nicole Holofcener- resulta cuando menos chocante.

También cuestionable es el modelo en el que se han inspirado para hacerlo. Dirigida por Ridley Scott, a quien la Mostra hará entrega esta noche de un premio honorífico, ‘El último duelo’ se basa en el libro de no ficción homónimo que el crítico literario Eric Jager publicó en 2004 y en el que exploró unos hechos ocurridos en la Francia del siglo XIV: el combate a muerte que enfrentó a Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, amigos gradualmente convertidos en rivales, después de que la mujer del primero acusara al segundo de haberla violado. Pero si las páginas de Jager se centraban en explorar una práctica judicial -la resolución de disputas legales a través de enfrentamientos que acababan con un ganador y un cadáver- que desapareció del país justo después de aquel último duelo, en la pantalla la verdadera protagonista de la película es la víctima, a la que la película aspira a convertir en una heroína post-MeToo. El objetivo, en otras palabras, es tomar una historia que sucedió hace siete siglos y someterla a paralelismos con el maltrato que las mujeres siguen sufriendo en la actualidad para argumentar que, en realidad, las cosas no han cambiado en todo este tiempo. Ser feminista no es incompatible con entender que se trata de una asunción algo simplista.

El modelo 'Rashomon'

De todos modos, el problema más grave que la película aqueja tiene que ver con su estructura. A la manera de ‘Rashomon’ (1950), el crimen y los hechos que lo precedieron son relatados en tres ocasiones, cada uno de ellas desde el punto de vista de uno de los implicados: Carrouges (Damon), un tipo rudo, iletrado, envidioso e inepto tanto para las relaciones sociales como para las íntimas; Le Gris (Adam Driver), apuesto, seductor y muy trepa; y Lady Marguerite (Jodie Comer), prisionera de una sociedad en la que las mujeres no eran consideradas como seres humanos sino como objetos para dar placer a los hombres y hornos para cocinar bebés.

Se trata de una estrategia narrativa innecesaria porque, a diferencia de lo que sucedía en la obra maestra de Akira Kurosawa, aquí las diferentes perspectivas no se cuestionan entre sí ni hacen que dudemos siquiera un instante acerca de lo que sucedió realmente; y desde detrás de la cámara, por su parte, Scott no se toma la molestia de establecer verdaderas distinciones entre ellas a nivel de puesta en escena. Al final, ofrecer sucesivas variaciones del mismo relato no sirve para que la película sea más compleja a nivel psicológico ni más elocuente acerca de los abusos de poder masculinos, sino solo para que su duración supere las dos horas y media.