Es australiana de pura cepa, con un paisaje que desprende el sabor inequívoco del desierto y con unos personajes lastrados por las tradiciones más conservadoras. Está ambientada en 1951, en un entorno rural en el que se ubica el pequeño y pintoresco pueblo ficticio de Dungatar, cuyos habitantes no solo se conocen todos sino que pregonan sin cortapisas los chismes y las maldades de los demás.

En un escenario tan proclive a los excesos se presenta un día una mujer, Telly, que regresa al lugar en el que nació y se crió después de muchos años de ausencia con el ánimo de vengarse de los que la convirtieron en culpable de la muerte de un niño con el que estaba jugando. Con estos parámetros humanos y geográficos se abre paso esta espléndida tragicomedia de las antípodas que lleva a la pantalla una novela de Rosalie Ham en gran medida inspirada en hechos de su propio entorno familiar.

La directora Joyce Moor- house ha logrado captar la esencia funda- mental de la cinta, demostrando que conoce a fondo un escenario que ha formado parte de su mapa vital, combinando de forma más que hábil la comedia y el drama. Es, probablemente, su mejor película hasta ahora y la quinta de una filmografía que incluye títulos como Donde reside el amor y Heredarás la tierra.

Buena parte de el loable acabado de lo que vemos hay que atribuirlo también a un buen reparto, todo él formado por nombres australianos, encabezado por la siempre espléndida Kate Winslet y la ilustre veterana Judy Davis. Mejor y más brillante cuando se vale del humor que cuando recurre a la tragedia, con momentos al respecto subidos de tono, la cinta viene a ser una especie de rendición de cuentas. Tilly, de hecho, ha vuelto no sólo para cuidar a su madre, sino para castigar a una comunidad detestable que se cebó con ella cuando er a un ser inocente.