Se podrían rescatar, siendo benévolos, un par de momentos divertidos y la elaborada fotografía de Martín González Damonte, que con una paleta de cálidos colores reproduce los preciosos paisajes del Ampurdán de Girona.

Lo demás es, ciertamente, bastante endeble y forma parte del habitual estribillo de una comedia disparatada y pasada a menudo de rosca, con un código de barras claramente asociado a su identidad catalana. Con un reparto que apenas reclama la atención fuera del ámbito en el que se ha forjado, salta a la vista que apenas tiene capacidad de convocatoria. Eso sí, hay que valorar como se merece el esfuerzo de los dos protagonistas, el barcelonés Adrià Collado y el vasco Andoni Agirregomezkorta, que intentan provocar la sonrisa superando las limitaciones del producto.

Sin dejar de lado que es solo el segundo largometraje de Robert Bellsolà, que debutó en la realización en 2011 con Passi el qui passi, que confesó que se lo pasó bomba elaborando el guión junto a su colaborador Manel Casabó. El relato toma cuerpo el día en que el catalán Oscar, un broker casado con una mujer tan atractiva como caprichosa, que juega demasiado fuerte en la bolsa y que se ha quedado arruinado tras una operación fallida, descubre que puede ser hermano de Dani, un vasco de cortas luces que sería fruto de una aventura sexual extramatrimonial del padre de aquél.

El presunto parentesco, que determinará la consiguiente prueba de paternidad y que tiene a ambos muy nerviosos, es fundamental porque les convertiría en legítimos herederos de un padre que es propietario de un restaurante rural, Can Pitu, y que acaba de fallecer. Con este esquema, muy propicio a una sucesión de disparates que oscilan entre lo familiar y lo sexual, sin olvidar el tema gastronómico, se efectúa una apología de la vida rural, sobre la base de que el Ampurdán no tiene nada que envidiar a una Toscana italiana en exceso mitificada, en contraposición a una existencia urbana marcada por el estrés, la tensión y la contaminación de toda índole.