Es una historia bañada de ternura sobre los problemas cotidianos de una pareja gay que acaba de contraer matrimonio, apenas ha sido autorizado en el estado de Nueva York, y que sufre de inmediato las consecuencias de la homofobia. Una película con rasgos de sensibilidad que se refuerza tanto por la dirección de Ira Sachs, que ya acometió el tema de la homosexualidad en su cinta anterior, Keep the lights on, como por la magnífica interpretación de dos ilustres y soberbios veteranos, Alfred Molina y John Lithgow.

Aunque el relato pierde un poco de intensidad en la segunda mitad, cuando el guión se diluye un tanto, no llega a perder el rumbo en ningún momento. Ben y George son dos hombres maduros que viven juntos desde hace 39 años, una unión marcada por la estabilidad y el cariño, que se refuerza con la ilusión de poder legalizar su convivencia al aprobarse las uniones del mismo sexo en la ciudad de los rascacielos.

Ben es pintor, en tanto que George es director de coros musicales juveniles. Su felicidad, sin embargo, se quiebra en la segunda secuencia de la cinta, la primera es su boda, al ser despedido Ben del colegio católico en el que impartía la docencia. La excusa, que en realidad no hace más que esconder la homofobia y la discriminación sexual, es que han dado demasiada publicidad al asunto y a su viaje de novios y la dirección del colegio no se siente cómoda con supuestas presiones.

De esta forma, la vida de la pareja cambia por completo al no poder asumir la hipoteca y tener que pedir alojo momentáneo en casa de familiares. Precisamente ese traslado enriquece la película y le aporta nuevos horizontes temáticos, ya que Charlie, el sobrino adolescente de los protagonistas, no verá con buenos ojos que un hombre mayor y homosexual invada su territorio e incluso comparta habitación por las noches.

Los prejuicios en materia de sexo salen a la superficie con indudable vigor, lastimando la dignidad de los recién casados, obligados a vivir separados y a ser víctimas de la incomprensión.