No está nada mal y alumbra el camino a un prometedor director, Scott Frank, que solo había dirigido un largometraje previo en 2007, The lookout, estrenado de tapadilllo en España, y que certifica virtudes en el plano narrativo del thriller que conectan de lleno con el cine negro clásico norteamericano.

Por supuesto que buena parte del mérito de los aciertos que se contemplan en la cinta proceden de la novela de Lawrence Block en la que se ha basado, un autor privilegiado y talentoso en el género policiaco que ha escrito nada menos que 17 novelas protagonizadas por el personaje más brillante que ha salido de su imaginación, el ex detective neoyorquino Matt Scudder, que nació de su pluma en los años setenta y que, tras más de 40 años en catálogo, se ha traducido a más de 20 idiomas.

Es obvio que su primera incursión en la pantalla grande es más que prometedora. Ha contado, además, con el soporte de un Liam Neeson que da la talla encarnando al protagonista. Lo que más llama la atención de la cinta es la suma crueldad de los tipos que recrea de los bajos fondos del narcotráfico de Nueva York. Son seres de una capacidad infinita para el mal, patente sobre todo en la secuencia en la que plantean a una de sus víctimas de secuestro qué pecho prefiere que le seccionen para enviárselo como prueba a sus allegados.

Por el contrario hay en ocasiones un sentido de la ternura y de la amistad que no deja de sorprender, especialmente el que marca el inicio de la relación entre Matt y un adolescente afroamericano apasionado de los libros de detectives, con gran admiración por mitos de la literatura policiaca como Sam Spade y Philip Marlowe y que pretende seguir sus pasos.

Desde que se une a Matt aprende lecciones de todo tipo en plan masivo y acelerado, con riesgo incluso para su propia vida. Obligado a dejar la policía por un caso criminal que pesa sobre su conciencia, Matt Scuder está entregado de lleno a la investigación criminal como detective sin licencia.