Tiene destellos del buen hacer de la cineasta danesa Susanne Bier, una de las más sólidas autoras del cine europeo de los últimos años, si bien reitera lo que ya quedaba patente en su anterior cinta en Hollywood, Cosas que perdimos en el fuego, de 2007, y es que se mueve mucho más a gusto en su país y en temas que le conciernen más estrechamente, que en entornos que le son, en mayor o menor medida, ajenos.

Y es que salta a la vista que títulos como Hermanos, Después de la boda o, sobre todo, En un mundo mejor, que le dio el Óscar a la mejor cinta en lengua extranjera en 2010, están algunos peldaños por encima de este melodrama con toque de folletín que remiten a décadas pasadas del cine norteamericano.

Con todo, no hay que dejar de lado el hecho de que, aun así, ha logrado sortear muchos de los obstáculos que ponían en serio riesgo la estabilidad dramática de la película. Valiéndose de la novela de Ron Rash, adaptada con discutible criterio por Christopher Kyle, cuyos derechos compró el productor Nick Weschler un año antes de que saliera a la venta, Susanne Bier ha tratado de desempolvar ingredientes y situaciones que pertenecen a un periodo ya en parte superado de la industria estadounidense. Eso sí, lo hace con solvencia y sacando, en ocasiones, un partido indudable que se hace ostensible en la descripción de la figura de la mujer en un entorno abiertamente machista.

El caso de Serena, la atractiva joven que contrae matrimonio con George Pemberton, el magnate de la industria maderera de Carolina del Norte, en plena ebullición de la crisis económica de 1929, es elocuente sobre el particular, ya que subraya la discriminación en todos los ámbitos que sufría la mujer. Frente a ese estado de cosas luchará una Serena que no permite que nadie la avasalle y que abrirá con su actitud un camino largo pero decidido a la igualdad de sexos.