Aboga por la paz y el entendimiento en el conflicto en Oriente Medio entre judíos y palestinos y para ello utiliza, con enorme propiedad, un tema harto exprimido en la pantalla, sobre todo en la pequeña, el del intercambio involuntario de dos niños al nacer.

La utilización del asunto desde una vertiente política le aporta un valor y una capacidad de sugerencia notables, hasta el punto de que la cinta es un alegato contra un contencioso que lo único que ha fomentado hasta ahora es el odio, los enfrentamientos y soluciones tan lamentables como ese «muro de la vergüenza» que acompaña buena parte de los fotogramas.Es el cuarto largometraje de la francesa de raíces israelíes Lorraine Levy, hermana de Marc Levy, uno de los escritores de mayor éxito del país vecino.

Un producto más que interesante de capital galo que, desgraciadamente, pierde parte de su sentido en una versión castellana que reduce a un único idioma, el español, lo que en el original son cuatro: francés, inglés, árabe y hebreo. Los primeros compases sacan a la luz un nuevo caso de error en la identificación de dos bebés que son intercambiados al nacer como consecuencia del caos que provoca un incidente bélico en un hospital de Israel. El caso es que un niño judío, Joseph, es entregado a una familia árabe, mientras que Yacine, palestino, va a parar al clan hebreo. Así vivirán hasta que están a punto de cumplir 18 años y Joseph descubre, en unos análisis rutinarios para incorporarse al servicio militar, que su grupo sanguíneo es incompatible con el de sus padres.

El estupor y la desolación de éstos al comprobar lo sucedido es notable y se traslada al joven, que se siente desconcertado ante una realidad que le indica que no sólo no es judío, sino que pertenece a una comunidad enemiga. Y algo parecido sucede en la otra familia, que vive de lleno la tragedia cuando Yacine, que estudia en París, regresa a su hogar en la Cisjordania ocupada.

El fenómeno que se desata está muy bien aprovechado por Levi, que analiza aspectos tan determinantes como el rechazo, la duda, la pérdida de identidad y los prejuicios de raza y religión, sin renunciar al humor.