Hay solo destellos de buen cine y unos pocos momentos en los que se deja sentir la consistencia dramática de la directora, la debutante valenciana Beatriz Sanchís, pero se observan las carencias propias de una realizadora precoz que todavía tiene inevitables insuficiencias.

De todos modos hay que señalar, no sin cierta sorpresa, que el jurado del Festival de Málaga la premió con la Biznaga de Plata a la mejor actriz, con el Premio Especial del Jurado y con el que otorga, a su vez, el Jurado Joven. Una de sus virtudes, desde luego, es que progresa de menos a más, con lo que el relato se va paulatinamente asentando tras unos comienzos un tanto dubitativos y poco estimulantes.

Sin dejar de lado, por supuesto, el loable trabajo de una Elena Anaya que confiere a su personaje una dimensión singular. Coproducción entre España, México y Alemania, esta es una historia de interiores que, salvo al final, unicamente discurre en espacios cerrados para no quebrar la sensibilidad de Lupe, una ex cantante de rock que sufre de agorafobia y que no sale de casa desde que sufrió un trágico accidente, en el que ella conducía, del que fue víctima mortal su hermano Diego.

El caso es que apenas queda algo de la que fue una artista muy popular, asidua en conciertos multitudinarios y lider de ventas de discos. El trauma que provocó en ella el siniestro fue tal que ahora sufre una dependencia casi absoluta de su madre, la mexicana Paquita, que no sólo tiene coraje para sacar adelante a ella, también a su nieto adolescente. Como reafirmaba la directora, ésta es una historia de muerte que habla de la necesidad de trascender, mediante el anhelo de éxito o la herencia familiar, para evitar la muerte.

En su opinión habla de la muerte en vida y de los muertos que vuelven a la vida y es, asimismo, una historia de familia, de una familia que supera esos fantasmas, se libera del peso del pasado y puede mirar hacia adelante.

De esta forma la figura de Diego está siempre presente, revelando la necesidad que su hermana tiene de verle, adquiriendo con ello una dimensión paradójica de vida. Es verdad que este «juego» tan delicado y arriesgado puede provocar efectos contrapuestos, aunque la realizadora lucha para que ese peligro no prospere.