Empieza con Kevin Costner tosiendo en un taxi y pensando que hacer con su vida, acaso enrolarse en una película europea de aires antiguos, heredera del cine de evasión más puro y duro de los setenta, con sus bofetadas, su humor y sus recovecos de perversión vestidos de cine familiar.

Se vende como cine de acción, pero tal vez no satisfaga a los que esperen ruido y furia infernal, porque en realidad es el drama de un hombre que ha supeditado la familia al trabajo y quiere poner orden antes de que se le haga tarde, una historia con extravagantes recursos de guion y un subtexto afligido y menorero que es común a todo el cine escrito por el siempre estimulante Luc Besson, una de las últimas esperanzas con que cuenta el cine lúdico ajeno al gran espectáculo.