No es para celebrarlo, pero tampoco para renegar de un producto que ofrece algún momento inspirado y que rebasa los límites habituales de la comedia familiar con salidas de tono a veces un tanto groseras que, por lo menos, reniegan de la ñoñería y de la estupidez. Es, sin duda, un ligero paso adelante del director Rawson Marshall Thurber tras haber firmado la menos imaginativa Cuestión de pelotas. Su principal valedora, de todos modos, es una eficaz y atractiva Jennifer Aniston, que ha hecho de este género su mejor plataforma profesional, correctamente secundado por un menos conocido pero en alza Jason Sudeikis.

A ambos les falta química, si bien sacan un aceptable partido de su radical disparidad de criterios. La figura básica es un David que a sus treintaytantos años sigue ejerciendo de camello a pequeña escala y, eso sí, con los suficientes escrúpulos para no negociar con menores de edad. El problema es que el que juega con fuego acaba quemándose y fruto de un incidente con varios jóvenes se endeuda con un narcotraficante que le obliga, como única solución para perdonarle y evitar represalias, a pasar un importante alijo de drogas desde México. Aunque acepta el reto, que él califica de contrabando, decide hacer bien las cosas y forjar una familia de la nada para no despertar las sospechas de los guardias fronterizos y evitar una condena que rebasaría los 20 años de prisión.

Y en esa búsqueda de su «ejemplar familia» y con el señuelo de una jugosa bonificación reúne en el entorno en el que vive a una seductora Stripper que en principio no tiene nada claro el tema, que hace las veces de su esposa, y dos jóvenes, una muchacha huida del hogar que va siempre a su aire y un adolescente alienado por los videojuegos, que se hacen pasar por sus hijos. Lo peor es que la excursión a México se convierte en una aventura infestada de incidentes que les lleva a aparentar que son un clan idílico.