Eleva demasiado el tono satírico, llegando en ocasiones al esperpento, y lo hace, además, de forma un tanto artificiosa, perjudicando la estabilidad de la historia y restando enteros a la misma. Antonia San Juan no ha logrado redondear su segundo largo-metraje como directora, tras su prometedor debut con Tú elijes en 2009, precisamente porque no ha medido adecuadamente la temperatura formal de una historia que se desboca en su afán de demoler determinadas tradiciones familiares que han castrado, sobre todo, la evolución de la mujer en el seno de una sociedad canaria profunda.

Es cierto que la película mejora a medida que avanza y su capacidad crítica resulta bastante más acertada y brillante en su fase final, pero es excesivo el lastre que debe superar de un comienzo que se le va de las manos. Formó parte de la sección oficial del Festival de Alicante de 2012.

Lo que Antonia San Juan pretende, tanto en su labor de directora como en la de actriz, donde se reserva un cometido de protagonista, es sacar a la luz las secuelas terribles de una educación anclada en el pasado y saturada de ingredientes machistas y reaccionarios. Afectan de modo especial a la mujer, que sigue teniendo un papel sumiso en las islas, pero también al resto de un clan cuya estabilidad emocional deja mucho que desear. Un marco grotesco, sin duda, en el que la homofobia campa a sus anchas y en el que las rencillas entre padres y hermanos, tíos y cuñados adquieren matices realmente ridículos.

La historia, escrita por la propia San Juan, arranca con la inesperada muerte del patriarca de una familia tradicional y de clase trabajadora que va a encadenar infinidad de problemas, sacando a la superficie la multitud de conflictos que envuelven a los miembros de la misma. Y es que si algo se echa de menos en la trama es, precisamente, el amor y la comprensión. La histeria es, casi siempre, la reacción que toma cuerpo.