Deja un regusto de semifrustración, fruto de unas expectativas que no se cumplen por completo aunque tampoco, desde luego, se malogran. Todo es consecuencia de la influencia que Robert Redford, que aquí es director y protagonista, ejerce sobre su cine y de los positivos resultados de buena parte de su filmografía. Aquí, en cambio, no apura un filón de posibilidades notorio que carece de la intensidad dramática idónea, dejando al espectador un tanto frío y con la impresión de que se podía haber llegado más lejos.

La historia, desde luego, permitía mayores logros y aunque la adaptación que se ha efectuado de la novela de Neil Gordon es estimable, quedan cuestiones sin resolver. El tema, la clandestinidad en la que viven ciudadanos norteamericanos en la actualidad que formaron parte de grupos terroristas en las décadas sesenta y setenta, daba mucho de sí y ya fue abordado en la pantalla con más tensión y eficacia por Sidney Lumet en 1988 en Un lugar en ninguna parte. Eso sí, el espléndido reparto, con ilustres veteranos sumamente inspirados, permite que se pongan a flote relevantes aspectos.

Utilizando la estrategia argumental del gato y el ratón, la cinta elige la vía del thriller para tratar de motivar al espectador. Quizás, eso sí, le falten dosis de adrenalina. Jim Grant es un abogado que ha ocultado celosamente durante 30 años su verdadero pasado, cuando a finales de los sesenta formó parte de un grupo terrorista clandestino y fue acusado de asesinato, aunque nunca fue detenido y se convirtió en fugitivo de la justicia. Lo que menos podía esperar es que pasado todo ese tiempo un ambicioso periodista, Ben Shepard, que busca relieve, iba a destapar todo su expediente.

Consciente de lo que tiene entre manos, esto obliga a Grant a darse de nuevo a la fuga, ahora perseguido por el FBI, y resuelto a que salga una verdad que pasa por encontrar a antiguos compañeros de batalla que pueden testificar a su favor.