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Cine contra los tiranos

Jafar Panahi, azote del régimen de Irán: el cineasta que tuvo que esconder una película en un USB dentro de una tarta

El director no pudo recoger el Premio Especial del Jurado de Venecia por 'Los osos no existen', filme que llega ahora a España, al estar en la cárcel en su país acusado de atentar contra la seguridad nacional y producir propaganda contra el régimen islámico.

El cineasta iraní Jafar Panahi, en una imagen del 2010.

El pasado mes de septiembre, cuando ganó el Premio Especial del Jurado en la Mostra de Venecia gracias a la extraordinaria película que ahora llega a España, ‘Los osos no existen’, Jafar Panahi no recogió el galardón personalmente. Tenía un motivo de peso: llevaba 52 días entre rejas, acusado de colaborar con grupos opositores a la autoridad del Ayatolá Alí Jamenei para socavar la seguridad del Estado iraní.

Había sido recluido el 11 de julio en la misma prisión -la de Evin, en Teherán, lugar de encierro habitual para presos políticos- frente a la que fue detenido manifestándose contra el encarcelamiento de sus colegas los cineastas Mohammad Rasoulof y Mostafa Aleahmad, enviados allí tres días antes también por alzar la voz. Casi siete meses después, el pasado 1 de febrero, Panahi inició una huelga de hambre, e hizo una declaración pública -a través de las cuentas de Instagram de su esposa y su hijo- en la que aseguraba hacerlo en señal de protesta por el tratamiento "ilegal e inhumano" recibido de parte de las fuerzas judiciales y de seguridad de la República Islámica. “Seguiré así hasta que mi cuerpo, quizás sin vida, sea sacado de la cárcel”. Fue puesto en libertad dos días después, pero probablemente siga sin sentirse libre.

Según las autoridades del país, meter a Panahi en prisión suponía ejecutar la condena que le había sido impuesta a finales de 2010, cuando él ya era un cineasta aclamado internacionalmente y considerado un serio peligro en su casa; a lo largo de la década anterior, después de todo, se había erigido en azote de la tiránica teocracia iraní gracias a ficciones como ‘El círculo’ (2000), apabullante denuncia sobre la situación vivida allí por de las mujeres que le proporcionó el León de Oro en la Mostra de Venecia, y ‘Fuera de juego’ (2006), ataque a la ley que prohibe público femenino en los eventos deportivos y sátira contra la lógica distópica que rige la vida en el país.

Aquel año, probablemente a causa de su apoyo público al candidato presidencial Mir Hosein Musaví y el movimiento social conocido como Revolución Verde, fue declarado culpable de atentar contra la seguridad nacional y producir propaganda contra el régimen islámico, y condenado no solo a seis años de cárcel sino también a 20 de prohibición de hacer películas, escribir guiones y viajar al extranjero. "Ustedes no solo me están condenando a mí sino a todo el cine de Irán, un cine que no se rinde al poder o el dinero, sino que trata de reflejar con honestidad la sociedad que lo inspira, de reflejar el malestar del pueblo y llegar a la humanidad”, declaró antes de ser sentenciado.

Actualmente el Tribunal Supremo del país considera que la sentencia a prisión lleva varios años prescrita, pero los servicios de seguridad se niegan a reconocer esa decisión.

No es un caso aislado

Por supuesto, el de Panahi no es un caso aislado. De hecho, la libertad de expresión de los artistas de Irán está coartada desde que la Revolución Islámica de 1979 instauró allí un régimen fundamentalista según el que los intelectuales son, por definición, sospechosos de propagar los nocivos valores de Occidente.

Como todo gobierno dictatorial, el de Teherán necesita de la obediencia ciega del pueblo para su buen funcionamiento, y por eso tanto el arte -que estimula el pensamiento crítico- como quienes lo crean son el enemigo. Los cineastas se han acostumbrado a tener que elegir entre ser perseguidos, aceptar la tijera de los censores o, en el caso de figuras tan reconocidas como Mohsen Makhmalbaf o Bahman Ghobadi, optar por el exilio.

La más reciente campaña emprendida por las autoridades del país contra sus artistas tuvo lugar a finales del año pasado, como consecuencia de la violenta reacción a las protestas antigubernamentales provocadas por la muerte de Mahsa Amini; más de un centenar de miembros de la industria cinematográfica -entre ellos la famosa actriz Taraneh Alidoosti, protagonista de la oscarizada película de Asghar Farhadi ‘El viajante’ (2016)- fueron arrestados o inhabilitados.

En los últimos 12 años, pese a la prohibición que sigue pesando sobre él, Panahi ha rodado de forma clandestina nada menos que cinco películas, obras inclasificables e increíblemente ingeniosas que cuestionan la naturaleza misma del cine y se nutren de las complejas circunstancias personales y sociales que determinaron su creación.

Una de ellas, ‘Esto no es una película’ (2011), salió de Irán rumbo al Festival de Cannes en un dispositivo USB oculto dentro de una tarta de frambuesa, como una lima enviada a un preso, y se desconocen los ingredientes del pastel dentro del que viajó a la Berlinale otra de ellas, ‘Taxi Teherán’ (2015), donde acabó ganando el Oso de Oro.

‘Los osos no existen’ es quizá la más atrevida y más furiosa de todas ellas. Protagonizada por el propio cineasta en la piel de una versión semificticia de sí mismo y ambientada en un pueblo fronterizo que en realidad es botón de muestra de todo un país -de sus primitivas tradiciones, sus absurdas supersticiones, su misoginia criminal-, funciona a modo de desafiante declaración de intenciones por parte de un hombre que, mientras espera que la cancelación de su sentencia sea oficialmente reconocida, podría volver a la cárcel en cualquier momento: seguirá haciendo películas, sea cual sea el precio a pagar por ellas.

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