Decir que a Pablo Berger le gustan los riesgos es quedarse insultantemente corto. Ha dirigido una tragicomedia que aborda los años 70 desde el ámbito de la pornografía -‘Torremolinos 73’ (2003)-, una adaptación muda y en blanco y negro de un cuento infantil -‘Blancanieves’ (2012)-, un esperpento difícilmente clasificable -’Abracadabra’ (2017)- y ahora, por primera vez en su carrera, una película de animación que explora la relación afectiva entre un perro y un androide en la Nueva York de los años 80. 

Adaptación de la novela gráfica homónima de Sara Varon, ‘Robot Dreams’ habla de forma tan elocuente como conmovedora tanto de la necesidad que todos tenemos de encontrar almas gemelas como de nuestra capacidad para seguir adelante cuando el mundo nos deja solos. Y lo hace sin necesidad de recurrir a una sola frase de diálogo, recurriendo a cambio a efectivas dosis de comedia física, un paisaje sonoro que captura la caótica energía de la ciudad y un diseño visual cuya relativa simplicidad da espacio para que las emociones afloren de forma natural y sin recurrir a los malos modos. Acaba de presentarse en el Festival de Cannes.

Que un director de cine de acción real decida hacer una película de animación no es habitual. ¿Qué le impulsó a usted a hacerlo? 

Nunca me había planteado la posibilidad de hacerlo hasta que, hará unos 10 años, cayó en mis manos la novela gráfica de Sara Varon. Me llamó la atención que prescindiera por completo de los diálogos, y al leerla me divirtió pero, sobre todo, me conmovió profundamente. Años después la releía, y volvió a conmoverme muchísimo, y lo interpreté como una señal. En cualquier caso, como espectador disfruto muchísimo con la animación y, en mi opinión, algunas de las mejores películas de los últimos tiempos son animadas.

¿Cómo diría que ‘Robot Dreams’ conecta con sus películas previas?

Responde al mismo impulso creativo. Yo necesito que cada nuevo proyecto me sorprenda, que me adentre en terreno desconocido. Suelo decir que para mí cada película es un acto circense y yo, su director, permanezco en la cuerda floja mientras la hago. Por lo demás, ‘Robot Dreams’ abre un camino nuevo en mi carrera. Si ‘Torremolinos 73’, ‘Blancanieves’ y ‘Abracadabra’ componen mi trilogía ibérica, ahora he hecho mi película americana, una carta de amor a Nueva York creada, eso sí, con unos medios de producción españoles. 

¿Qué retos le planteó trabajar en un formato tan distinto del que le es habitual?

A decir verdad, la animación y la acción real tienen más similitudes de las que imaginaba antes de hacer la película. Como director, después de todo, yo siempre busco la emoción, ya sea trabajando con personajes animados o con un actor plantado delante de una cámara. Quizá la mayor diferencia entre ambos formatos estriba en la duración del proceso. Rodar una película de acción real como las que yo hago requiere unas ocho semanas, mientras que la animación exige dos años. Pero merece la pena. Si coincidimos en que cada película es una mera aproximación a la película que el director tiene en mente, la animación permite que la distancia entre la película soñada y la película materializada sea prácticamente inexistente.

¿Hasta qué punto está la película inspirada en los 10 años que usted pasó viviendo en Nueva York?

Inevitablemente, se nutre mucho de mis recuerdos y mis referencias. Yo en Nueva York viví de todo. Estuve en la escuela de cine, viví una historia de amor y una posterior ruptura, sufrí temporadas de soledad y tristeza, volví a encontrar el amor y me casé... Es una película muy personal.

Todas sus películas están ambientadas en el pasado. ¿Por qué?

Supongo que porque todas están conectadas con mi niñez o mi juventud, y eso es algo de lo que soy muy consciente. Fueron fruto de los dibujos animados que vi de niño, de mis experiencias en el mundo de la música. El director que soy es producto del niño que fui. Sé que suena algo cursi, pero es verdad.

‘Robot Dreams’ es su segunda película sin diálogos, después de ‘Blancanieves’. ¿Qué le interesa del silencio?

Para mí el cine es narración con imágenes, montadas y acompañadas de música y otros sonidos. Obviamente, hay directores expertos en el manejo de la palabra que me encantan; los diálogos de Tarantino, por ejemplo, son puro espectáculo. Pero siento que las austeridad en los diálogos deja más espacio para que el espectador complete la película. Además, yo crecí en una familia dedicada a la música, escuchando mucha música y sintiendo emociones muy intensas gracias a ella. Durante mucho tiempo mi sueño no fue participar en el festival de Cannes, fue participar en el de Eurovisión.