Entre Susi Sánchez (Valencia, 1955) y Ramón Barea (Bilbao, 1949) no hay mentiras. Cuesta imaginarse lo contrario cuando se miran con tanta ternura. Se nota su complicidad a la legua. Y, por supuesto, el respeto. Han crecido juntos en vida y tablas, lo que les ha vuelto dos titanes casi inseparables. Pero no de esos que apenas pueden rozarse. Son dos personas de la calle que han hecho del amor un bastión. Juntos suman 140 años, 141 filmes y 45 series. Pero en sus carreras las cifras sobran. Lo que hay que reconocerles es el tesón con el que se han enfrentado a ella. Lejos de pretender el éxito, han buscado siempre la verdad. Por eso han subsistido. Su motivación sigue siendo la misma que cuando empezaron: entender el mundo. Y eso es algo que sólo puede lograrse acompañado.

Este sábado, ambos aspiran al Goya por sus bárbaros Begoña y Koldo en Cinco lobitos. Son los dos nominados de más edad en una edición abocada a un cambio generacional. Aun así, para ella, será la segunda vez que opte al cabezón. En cambio, para él, la primera. Es curioso como, a veces, el arte no basta para levantar una estatuilla. De ahí que el auténtico premio sea seguir contando historias, pues así es como realmente se cambia el mundo. Ellos no han parado de hacerlo nunca.

Han actuado bajo la batuta de Icíar BollaínPedro AlmodóvarÁlex de la IglesiaEnrique UrbizoJuanma Bajo UlloaGracia Querejeta… Pero eso no les ha asegurado la ansiada permanencia en esta profesión. Si bien han sufrido altibajos, ninguno ha sido tan implacable como para echarles del ruedo. ¿Su arma? La autenticidad. Esa que, en la madurez, les ha ayudado a consolidar su recorrido. “Somos unos privilegiados en relación a otros compañeros que no han podido aguantar tanto”, dicen.

Susi y Ramón están viviendo una segunda juventud que, sin esperarla, les está dando alegrías hasta ahora desconocidas. Los miedos, las dudas y los apuros que sufrieron en el pasado han tomado color. Y ya no pesan. Con el tiempo, los duelos se convierten en férreas armaduras para seguir avanzando. Ellos siempre lo han hecho. A fuego lento. Abanderando proyectos que han supuesto un antes y un después. Llevan desde los 16 mostrándonos lo mejor y lo peor del ser humano. Son un espejo andante en el que poder reflejarnos. De ahí que resulten tan especiales.

A los 67 y 73, ¿se sienten mayores?

S. Soy consciente de la edad que tengo y de todo lo que he hecho. No obstante, no creo que deba existir una correspondencia entre mis años y mi experiencia vital. Tendría que ser así por lógica, pero a veces no lo es. Hay cosas que, por una cuestión física, ya no puedo hacer. Sin embargo, sigo teniendo la misma inquietud. Y la seguiré sintiendo hasta que me muera.

R. Estoy pillando el tranquillo a la profesión ahora. En ocasiones, te exiges más de lo que puedes. Y, en otras, te marcas distancias. En la actualidad, a mis compañeros de teatro les extraña que no esté dando vueltas por el escenario y me quede sentado respirando. Aunque la relación con el trabajo cambia, nunca pierdes la pasión.

¿Cumplir años les ha cerrado puertas?

S. No lo creo. Para llegar a este punto hemos tenido que superar obstáculos y dificultades. Hoy nos mantenemos tan pocos a esta edad porque la mayoría se ha quedado por el camino. Y, por ello, tengo más oportunidades que antes.

R. Estamos rodeados de jóvenes. Eso te hace sentir así también. Pero, de repente, llega un día en el que eres mayor. Sin más. No sabes a partir de cuándo… Y lo notas de bruces, cuando el guion hace mención a un anciano. Y éste eres tú. No me preocupa. Estoy vivo. E incluso mejor que otros. Por lo que no voy a parar.

¿Les cuesta echar la vista atrás?

S. Todo lo que he vivido, aunque me arrepienta de haber hecho cosas mal, ha sumado. El lugar en el que me encuentro no es mejor ni peor. Sino el punto clave para seguir hacia delante. Soy el resultado de los errores y aciertos que he cometido. Tengo que apencar con ello y sacarle el sentido positivo. Aquí nunca paras de aprender hasta que te mueres. O hasta que te retiras.

R. Los dos hemos crecido en el teatro. Y eso no ha dado una relación con el éxito y el fracaso especial. Nuestras vidas han estado repletas de retos, experimentos, juegos… Son más artesanales y menos glamurosas. Las tablas nos han anclado los pies a la tierra: tan pronto podemos hacer un protagonista como, en la siguiente obra, enfrentarnos a un secundario. Y no pasa nada. Es igual de bonito. Jamás he sentido la presión por mantenerme arriba.

Frente a esa montaña rusa de emociones, ¿nunca han pensado en tirar la toalla?

S. Sabía que era complicado, pero tampoco podía hacer otra cosa: había perdido la capacidad de imaginar a qué otra cosa podía dedicarme. Así que dejé de angustiarme y comencé a disfrutar. Desde entonces, no busco una referencia externa de reconocimiento.

R. En mi caso, mi momento más difícil coincidió con una etapa socialmente efervescente: el circuito de teatro independiente que, a finales del franquismo, se fue extendiendo por los pueblos. Aquella movida cultural me daba el aliento suficiente para mantenerme, ya que consideraba que estaba haciendo algo necesario e interesante. Una vez pasada esta fase, en la que comía macarrones y filetes de lomo porque eran lo más barato del mercado, he tenido suerte. Y nunca he pensado en dejarlo. Incluso me han invitado a ello recientemente. Y no. Estoy bastante reconciliado con mi trayectoria. No me entretengo en imaginar lo que podría haber hecho si hubiera tomado otras decisiones.

¿Qué es el éxito a estas alturas de la partida?

R. Uno puede triunfar y perder ese estatus en cuestión de meses. Así que debes estar dispuesto a vivir con ello. Para mí, el gran éxito es la continuidad. Y yo he tenido la suerte de conseguirlo.

S. Sin duda. Es sentirse plena. Y, en consecuencia, evolucionar.

A Ramón le acaban de nominar por primera vez a los Goya. Mientras que Susi, que lo ganó en 2019 por La enfermedad del domingo, puede recibir el segundo. ¿Mejor tarde que nunca?

S. Jamás he echado de menos un premio. Mi único objetivo es poner lo mejor de mí en un personaje. El reconocimiento forma parte de un segundo estadio que está fuera de mi alcance. Es cierto que se trata de un indicativo interesante, pero también sé que conlleva cierta parafernalia a su alrededor.

R. Es curioso porque siempre he pensado que el cine era eso que hacían los demás. No yo. Y con las medallas me ha pasado algo similar. Nunca he sido propuesto por la Academia del Cine hasta hoy. Siempre he observado los Goya desde lejos. Y he disfrutado muchísimo detrás de la pantalla, ilusionándome con los discursos de mis compañeros. Los admiro y me contagio fácilmente de su felicidad.

Este 2023 se ha celebrado la segunda edición de los Premios Carmen, organizados por la Academia de Cine de Andalucía. Los Gaudí (Cataluña) van por la decimocuarta. Los Berlanga (Valencia), por la quinta. Y así. ¿Favorecen la endogamia?

S. Estas instituciones intentan potenciar a sus actores reconociendo casi en exclusiva a los de su Comunidad Autónoma. Por lo que puede haber una cinta excelente que no la van a valorar si no ha nacido ahí. Por ejemplo, en Los Gaudí, han galardonado a Cinco lobitos como mejor película europea. Ahí está metida la política en exceso. Aunque la realidad es que el arte no sobrevive si no es apoyado por ella.

R. Es complejo hacer de esto una ciencia exacta. Las competiciones generan perdedores. Es una situación extraña, pero están montados así.

Ramón Barea, Laia Costa, Alauda Ruiz de Azúa, Susi Sánchez y Mikel Bustamante, en el Festival de Málaga. EP

¿Han llegado ya a ese escalón en el que pueden escoger entre proyectos?

S. Sí, porque ya no hay tantas actrices de mi generación. Entonces, es más fácil que te llamen. Además, ahora los guionistas tampoco pueden elegir entre tantos perfiles.

R. Me ha pasado. Rara vez. Y, si he tenido que elegir, ha sido por choque de fechas. A medida que he ido haciéndome mayor, me han llegado más proyectos.

Dos palabras terroríficas: pánico escénico. ¿Lo han sufrido?

S. Al principio. Y lo pasé fatal. ¿Cómo era posible que adorase el teatro y lo estuviera pasando tan mal? Acudí a terapia y, a los años, desapareció. De hecho, incluso trabajé con miedo. Fue una lucha grande entre mi deseo de ser actriz y el pavor de subirme a las tablas.

R. Una vez se me olvidó el texto. Me quedé en blanco. Y es una sensación extrañísima: el tiempo empieza a transcurrir lentamente… Como cuando tienes un accidente. Los cinco segundos que duró se me hicieron eternos. Después, te entra una mieditis que debes superar. Lo que a mí me consolaba es que nunca quise bajarme del escenario.

En una profesión tan intermitente, ¿cómo se viven los apuros económicos?

S. De joven se pasan más. Recuerdo un día en el que, tras abrir la nevera, sólo me encontré un tomate. Lejos de agobiarme, pensé cómo me lo podía cocinar para que me alimentase. He pasado por episodios así, pero se viven de otra manera. Ahora, ya no. Sería un horror a estas alturas.

R. Se trata de adaptarse. Y, al final, te aprietas el cinturón. Yo conseguí equilibrar mi deseo de seguir en el oficio a la situación que tenía. Ha habido momentos peliagudos que se me han olvidado ya. No guardo rencor a los malos tiempos.

De ganar el cabezón, ¿a quién se lo dedicarían?

S. No lo he pensado. Tendré que preparar el discurso por si acaso.

R. Se han hecho alegatos tan bonitos que no sabría qué decir. No es lo mismo verlo por la televisión que en directo. He recibido otras distinciones, pero algo así de grande no. Tengo un gusanillo especial.