A sus 56 años, esta nativa de Meadville, en Pensilvania, es tan capaz de aparecer en lencería en Aprendiz de gigoló como de encarnar a una señora reprimida y avejentada en Lovelace. La actriz Sharon Stone mantiene su vigencia gracias al cine independiente, mientras trabaja sin pausa y sin apuro en su debut como directora.

¿Cómo surgió 'Aprendiz de gigoló'?

Yo empecé mi carrera con Woody Allen y pienso que la acabaré con él. En este caso, él y John Turturro -que también es su director- escribieron el guión, que me parece irresistible. No es habitual encarnar a una doctora bisexual que quiere hacer un trío con Sofía Vergara.

Últimamente se ha alejado de los papeles de símbolo sexual...

Cierto. La verdad es que nunca supe que podía ser bella en pantalla hasta 'Instinto básico'. Me impactó el buen trabajo que hicieron conmigo en ese filme. Yo era la 'nerd', la inteligente... y me convertí en chica linda. Pero ya no me dejaron hacer otra cosa. Lo bueno de envejecer es que puedo hacer otros papeles, porque al final hacer de sexy acaba aburriendo. Ahora no deja de sorprenderme que a mi edad sigan pidiéndome que me desnude.

Vuelve a trabajar intensamente...

Es que mis hijos han crecido (14, 9 y 8 años). Así que puedo aceptar papeles de la adorable señora madura en la que me he convertido.

¿Qué beneficios tiene la edad en una industria como Hollywood?

No lo sé, yo me siento maravillosamente. Tuve una hemorragia cerebral y podría haber muerto. Como eso no ocurrió, todo lo que ha venido después ha sido maravilloso. Me encanta interpretar a mujeres de cierta edad que están vivas y disfruto de aportar mi experiencia.

¿Qué le ha enseñado ser madre?

Es maravilloso tener chicos: adoran a su mamá. Y uno aprende sobre la vida simplemente al verles crecer. Ante todo, a ser mejor persona y distinguir lo realmente importante.

¿Qué clase de madre es?

Estricta. Mis hijos deben terminar sus tareas antes de hacer cualquier otra cosa. Van a una escuela de la Ciencia cristiana y aunque yo soy budista tenemos una línea de pensamiento cercana. Son muy sanos, no aceptan las drogas ni el alcohol. Juran la bandera cada mañana y rezan, algo que a mí me gusta. Les enseñan disciplina, integridad y responsabilidad. Y les alejan de los aparatos electrónicos. Yo quiero que mis hijos tengan una infancia inocente y pura.

¿Y sus aficiones?

Ir al gimnasio. Aclara mi mente. Y pasear en lancha, practicar paddleboard. También medito y me gusta bailar. Si estoy en un hotel, pongo música y bailo un buen rato. Me ejercito y desconecto del mundo.

Usted tiene abuelos adoptivos...

Así es. Mediante una entidad benéfica, Amfar, en la que he trabajado más de 20 años, conocí a una pareja, Eileen y Neil Mitzman. Sus dos hijas habían muerto. Nos pusimos a hablar y me enamoré de ellos. Un día les pregunté si querían ser mis abuelos adoptivos (los míos habían fallecido). Me preguntaron qué implicaba eso, y les dije que me tenían que telefonear, acudir a las reuniones familiares y enviarme un regalo de cumpleaños. Aceptaron. Soy su nieta desde entonces.