A María Galiana se la percibe cómoda sentada en una silla de bar, a la sombra de un amplio árbol del parque cercano a su casa en el madrileño barrio de Moratalaz, donde vive. Como si estuviese pasando la tarde de charla en un fresco patio andaluz de su Sevilla natal, deja que la conversación vaya y venga, se eleve y toque el suelo, recorriendo con facilidad pasajes de una biografía de 78 años que tiene poco de convencional. Sonríe con naturalidad a los que la saludan al reconocer en ella a la abuela Herminia, matriarca de los televisivos Alcántara; un papel que hace más de una década colocó su nombre y su rostro muy lejos del anonimato, y lo hace sin perder el hilo de cuanto cuenta.

Su historia es la de una profesora de Historia del Arte, de pronunciada vocación docente, hacedora de familia numerosa, que guardaba dentro a una actriz de hondura dramática y subrayado carácter que dejó aflorar cuando quiso. Tenía más de sesenta años cuando su desgarrado retrato de una madre dura y amorosa a la vez, en la película 'Solas', le puso un Goya en la estantería. Antes, decenas de funciones de teatro y pequeñas apariciones cinematográficas a las órdenes de Aranda, Trueba, Gutiérrez Aragón o García Sánchez cimentaron su prestigio lejos del escaparate, sin alejarla de las aulas, que abandonó a la edad de jubilarse. Estos días se pasea por el país acompañada de Juan Echanove, que la dirige e interpreta a su hijo en la función 'Conversaciones con mamá', con enorme éxito. En ella, enseña a su "heredero", con humor y mano izquierda, que hay vida más allá de lo material. Una lección que considera difícil de asimilar en estos tiempos que corren.

¿Cómo era como profesora?

Yo creo que era buena comunicadora. Intentaba captar la atención de los alumnos; recortar la distancia, interesar. Y les sacaba mucho del aula para llevarles a exposiciones y museos, aunque el paseo lo empezábamos muchos y, según avanzaba la tarde, se me escapaban unos cuantos a los bares, que Sevilla tiene mucho peligro (risas). Pienso que logré transmitirles mi pasión por el arte, que te abre la mente y te sirve para entender lo que te rodea. A los ojos hay que acostumbrarlos a mirar, hay que tenerlos entrenados, como las emociones y los sentimientos.

¿Cree que los estudiantes actuales son menos curiosos que los que fueron sus alumnos, por ejemplo?

Bueno, son muy diferentes. Los primeros a los que di clase estaban muy agradecidos por el hecho de poder estudiar porque estábamos en un medio rural y sabían que o estaban en el instituto o destripando terrones en el campo. Valoraban que el hecho de ser cultos, de haber aprendido a expresarse, pudiera cambiar sus vidas. Desgraciadamente, ahora hay una derivación de intereses enorme y una pérdida tremenda de valores. Todo se da por hecho. Sin embargo, creo que la juventud tiene virtudes que no están suficientemente desarrolladas y los profesores deberíamos adecuarnos a los intereses que tienen.

¿Por qué cree que suelen leer tan poco?

Porque lo tienen todo ya 'migao' y con cuchara. Está todo tan visto, tan mostrado, que no tienen que molestarse en explorar en los libros. Es como si todo lo trajesen de fábrica. Los jóvenes no se suben por las paredes, como hacíamos en mi época, intentando encontrar a la persona idónea para vivir la emoción, la pasión o el sexo. Como nosotros no lo teníamos nada fácil, nos refugiábamos en las novelas. Era un mundo lleno de emoción y de fantasía. La gente joven no sabe lo que se pierde y el tiempo que pierde viendo esas porquerías de programas de televisión que les tienen embobados. Yo sigo disfrutando de la lectura, del teatro o de la música porque el deseo de emoción no tiene nada que ver con la edad. Ya decía Picasso que uno es joven hasta que se muere.

¿Cuándo vio que valía para actriz?

Yo creo que tuve el convencimiento desde muy niña. En el colegio siempre era la que hacía los teatros de fin de curso. Pero no me gustaba la vida de la gente de la farándula y sigue sin gustarme. No me agradaba la inseguridad; no saber si tendría trabajo o no. Por eso no marché a Madrid a intentarlo y a vivir sin un duro en una pensión de mala muerte. Debía de ser yo más burguesa de lo que hace falta para tener ese espíritu. Luego, por otra parte, tampoco me gusta esa cosa de los actores (o de los toreros, o de los futbolistas) de hablar todo el rato de lo mismo y de ellos mismos; de estar como enquistados, como si esa vida aparte que creen poseer fuera lo único importante. Si a eso añadimos que mi auténtica vocación ha sido la de enseñar y que además quería casarme y tener niños, ahí está la explicación de por qué no me dedique a la actuación desde joven.

¿No le provocó frustración alguna?

Estaba muy entretenida. Me encantaba estudiar, como ahora. Yo quería hacer una carrera universitaria porque me divertía ser capaz de 'embotellarme' un temario, aunque algunos me parecieran espantosos, como el de Filosofía, que me costó sudores aprobar. Soy una persona con los pies muy en la tierra, y no hay nada más lejano a mí que la metafísica. Pero sí es cierto que lo de actriz se quedó ahí, y a veces pensaba en ello y me imaginaba sobre un escenario. Hasta que un amigo me avisó de que creaba un grupo de teatro de profesores en el instituto. Hicimos una función a la que asistió Adolfo Marsillach, que era amigo de este compañero. Luego fuimos a verle a él a Sevilla, donde estaba representando Marat-Sade. Bajamos a saludar al camerino, y Adolfo, en cuanto me vio, me dijo: "¿Sabes, niña? ¡Hay que ver cómo llenas el escenario!". Y me puse muy contenta. Y me removió un poco, la verdad.

¿En algún momento simultaneó el ser actriz, profesora y ama de casa?

Sí, pero lo de actriz era de vez en cuando. Y si había conflicto, echaba mano de la organización y llegaba de hacer una función o una película y me metía en la cocina para hacer comidas para todos los días de la semana. He sido muy responsable en ese sentido; muy madre de familia, aunque no sea una mujer de estar encima de mis hijos y de mis nietos constantemente. No he sido una madre generosa ni soy una abuela generosa. No me quedo con los nietos, eso lo saben mis hijos perfectamente. Prefiero pagarles la niñera si hace falta.

¿Cómo era su entorno familiar?

Muy modesto. Pero mi madre era una persona que nunca se planteó quedarse de ama de casa. Había estudiado mecanografía y taquigrafía. Con 20 años, en 1925, era secretaria y trabajó toda su vida. Era una mujer monísima y muy testaruda; muy avanzada para su tiempo. Ella tenía la primaria y poco más, y no creo que fuera especialmente inteligente, pero se empeñó en que yo tuviera estudios. Me decía: "Mariquita, tú tienes que estudiar porque una mujer nunca debe depender de que un hombre la mantenga". Eso era muy fuerte en aquella época. Y yo he heredado esa independencia.

¿Se puede ejercer esa independencia en plena posguerra y con cinco hijos?

En realidad tuve seis partos. Un hijo se me murió de muerte súbita con tres meses. Pero ojo, la vida sigue. Todo el mundo piensa en que es una tragedia insalvable, pero no es así. Los hijos venían entonces de un modo natural y no planeado. Yo tenía 25 años, una niña de meses y me quedé en estado de nuevo al poco tiempo. Estaba tan metida en crianzas y embarazos. Fue una tragedia, pero una madre multípara de las de entonces, como era yo, no vivía esto como lo puede vivir una muchacha de las de ahora que ha planeado tener un solo bebé o dos a lo sumo. En cuanto a lo de ser independiente, se hacía lo que se podía. Pero claro, pude serlo en alguna medida porque tuve un marido maravilloso, tan independiente como yo. Yo estaba en un cuarto viendo un partido de tenis, y él, en otro, una ópera. No creamos nunca dependencia, y eso nos permitió llegar a viejos siendo muy amigos; teniendo mucho de qué hablar, que es para mí lo más importante. Eso es lo que más echo de menos desde que murió. Pero obviamente, atender a cinco hijos y andar a tu aire no es fácil. Ahora es cuando de verdad hago lo que me da la gana.

¿Se está desquitando?

Sin duda. Mis hijos ya saben que hago mi vida, que voy y vengo sin ataduras. Pero a mucha gente le sorprende por la edad que tengo. Yo creo que Juan (Echanove), por ejemplo, ha estado algo asombrado durante la gira por no tener que atenderme. Yo le digo de broma que no me tiene que llevar la maleta. No quiero que tenga que estar pendiente de la vieja, de traerla y de llevarla. Si salimos de viaje, quedamos en la puerta de embarque.

Ahora los abuelos se han convertido en el pilar económico de muchas familias...

Es que lo que está ocurriendo no hay por dónde cogerlo. Sin embargo, creo que volver a la casa de los padres debería ser el último recurso, porque enfrenta a la persona con su sensación de fracaso y convierte esto en algo cotidiano. Nunca me pareció bien que cuando un hijo se divorciaba, se fuera a vivir con su madre para que le planchara las camisas. Pero claro, lo de ahora es muy diferente. Se han creado situaciones desesperadas. Y también otras que no lo son tanto, pero que se viven como tal. Tengo una amiga que se ha instalado en la depresión porque ya no puede ir de vacaciones, gastar como gastaba ni mantener el coche, porque se le ha acabado el subsidio. Y yo le digo: "Mari Carmen, en autobús se puede ir a todas partes". Hay que hacerse a las nuevas circunstancias e instalarnos en la austeridad, que es lo que al parecer, toca. Y si hay que volver a levantarse a las 7 de la mañana para llegar a tiempo al trabajo en metro, pues es lo que hay. Claro, el que lo tenga.

¿No entiende que la gente lo pase mal ante la certeza de que ya nunca va a tener una vida mejor?

Creo que eso hay que dejarlo atrás, por desesperanzador que sea. No nos hace ningún bien, como no nos ha hecho ningún bien vivir tan a lo grande. Ahora no sabemos volver atrás para apretarnos el cinturón. Creo que hemos confundido términos. Es estupendo que todo el mundo tenga acceso a una vivienda digna, pero de ahí hemos saltado al lujo. Yo, la primera.

Por tanto, ¿cree que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades?

Creo que fue bonito mientras duró. Pero no niego que la realidad es tremenda. Los viejos vivimos cada vez más. Si los jóvenes no trabajan, llegará un momento en el que no se les pueda pagar la pensión a los mayores. Ni siquiera los planes de pensiones van a resultar, porque los bancos no responden. Cuando voy a la sucursal y me dicen: "Doña María, que le vamos a proponer una cosa estupenda", yo les digo: "Al banco, ni una perra chica".

La función que está representando recoge en parte todo esto...

Así es. El personaje de Juan es un hombre maduro que quiere irse de crucero con su familia y cambiar de coche todos los años, pero vienen mal dadas y no puede ni con la hipoteca del chalet ni con el colegiazo privado de sus hijos. Entonces pretende vender la casa de su madre para salir del atasco. Y ella, que es una mujer sencilla pero sensata, le hace ver que lo que él considera gravísimo es una gilipollez. Que si está bien con su mujer y si la relación con sus hijos es enriquecedora, no importa que no tenga un 4X4. Que ella es feliz comiendo el puchero riquísimo que está cocinando, mientras que él no debería haber probado nunca el caviar porque ahora lo quiere comer todos los días y se disgusta porque no puede.

¿Suscribe lo que opina su personaje?

A mi pesar, porque me gustan mucho las cosas materiales, viajar en primera, y tengo un Mercedes. Pero sé que comer caviar a diario no hace que una vida sea mejor.

¿Sigue conduciendo?

Por supuesto, aunque ya mis hijos dicen esa tontería de: "Mamá, pero tú ¿hasta cuándo vas a usar el coche?". Yo los mando callar porque no se le puede recordar a un viejo que está al borde del abismo. Cuando me caiga en la calle, me dirán que me lo advirtieron e igual tienen razón, pero no te pueden ir mermando; ya me daré cuenta yo misma. Cuando se van perdiendo facultades, todo el mundo te lo refriega, y es muy molesto, la verdad.

¿Tiene la impresión de que su vida pasa volando, como tantas personas mayores?

En la vejez va todo a velocidad de vértigo. Estoy ya en la prórroga, y eso da un poco de angustia porque en cualquier momento me puede dar lo que sea. Por eso no hago planes a largo plazo. A Echanove no le dejo que me dé las fechas de la gira con mucha antelación por si acaso (risas). Me cuido lo más posible, duermo lo más posible, no bebo alcohol, dejé de fumar hace 15 años y hago una vida lo más ordenada que puedo. Estoy a las 7 de la mañana en planta.

Alguna noche de fiesta hará...

Claro. No le digo que no a una de las buenas. Si hay flamenco, me pueden dar las claras del día, pero eso es una raya en el agua. Normalmente no trasnocho nunca.

¿Cómo vivió el éxito de 'Solas', la película que la dio a conocer?

Pues para mí supuso una gran desilusión personal, porque pensé que había triunfado y que mi vida iba a tener que asumir un cambio importante, y no fue así. Nunca más me han vuelto a ofrecer un personaje protagonista en un filme. Ahí comprendí lo amargo que es este mundo de la interpretación. Sí, he hecho papeles secundarios, pero yo pensé, con la que se armó con la película, que me había situado como actriz. Mentira podrida. Me quedo con lo bueno. Fue precioso trabajar con Benito Zambrano, pero tuvo un punto decepcionante.

¿Relativiza su profesión desde entonces?

¡Qué remedio! Pero esto es así. Ahí está Ana Fernández, que es una extraordinaria actriz totalmente desperdiciada, a la que no han vuelto a mirar y no tiene más remedio que echarse a la boca la primera función de teatro que pille en las condiciones que sean, porque si no, no trabaja. Este mundo del actor tiene muchos bemoles.

¿Cree que piensan en eso los cientos de chavales que aspiran a serlo?

No, y no deben hacerlo, porque la ilusión va a ser su mejor alimento. Pero es obvio que muchos quedan en el camino y otros serán de usar y tirar porque la televisión se ha convertido en una máquina de crear estrellas fugaces. Sin embargo, hay algunos que son buenos, como Fran Perea o Javier Gutiérrez, que, chiquitito como es, no le falta trabajo. Y luego hay otros que son un pestiño, pero que son más guapos que la madre que les parió. Mientras les dure la racha, que hagan lo que puedan, pero no van a ninguna parte porque sólo saben poner caritas. Pero claro, hasta directores tan asentados como Almodóvar no tienen más remedio que contratarlos porque llenan los cines. Mucha culpa la tienen los medios de comunicación, que igual crean que destruyen. Hay gente, modelos y tal, que se creen que son actores o actrices porque lo leen en una revista.

¿Qué cree que tiene su profesión que resulta tan difícil de abandonar por esquivo que sea el éxito?

Bueno, hay casos tremendos de señores de cincuenta años que no tienen ni para comer y viven compartiendo piso de estudiantes y yendo a las fiestas a comerse los canapés y a dejarse ver, a ver qué cae. Pero nadie se autoanaliza porque es muy duro llegar a la conclusión de que el hecho de que les guste mucho la interpretación no significa que valgan para ello.

¿Hay algún modo de saberlo?

Yo le digo a los que quieren ser actores que lean; que enganchen un personaje y penetren de verdad en él, que intenten enterarse de lo que hay en su interior hasta ponerse en su lugar. Si no son capaces, es mejor que abandonen. Interpretar no es fingir, es sentir que eres otra persona. Una madre o una abuela en mi caso, porque ya no puedo hacer otra cosa ¡Con lo que me habría gustado hacer de Julieta!

Quién sabe si en una relectura moderna del personaje, algún director imagina una Julieta de su edad...

Circula por ahí la anécdota de una actriz catalana que se empeñó en interpretarla hasta que cumplió los 50 y se llevó un disgusto terrible cuando le hicieron ver que ya le valía. Y ella les decía a los productores que por qué se la quitaban ahora que ya sabía hacerla bien (risas). Es que los actores somos de lo que no hay.