No da la talla casi en ningún momento y su objetivo de convertirse en adalid de una comedia romántica con influencias de Woody Allen y toques surrealistas se viene abajo por completo. No sólo es una película aburrida, con unos diálogos banales que además de estar forzados no convocan precisamente el humor, sino que pierde los papeles por completo cuando intenta jugar la baza de la originalidad y de la innovación. El recurso, sin ir más lejos, de que los personajes hablen a la cámara y jueguen de alguna manera con el factor tiempo se viene abajo por lo soso y ridículo del tema. Diríase que el director, el debutante Didac Cervera, ha querido volar demasiado alto y se ha dado de bruces con el suelo. Ni los actores ni el guión adquieren la necesaria consistencia para que se superen los resortes propios pero en grado exagerado de una ópera prima.

Rodada en catalán, con un casting que admitía soluciones más idóneas, lo más discutible y frágil de la cinta es el carácter amateur que denota y que perjudica seriamente la eficacia del argumento. Es la historia desmadrada del intento de Dani por recuperar a su novia, Mónica, que ha decidido romper sus relaciones con él harta, por un lado, de que no tenga detalles ni consideraciones con ella y, sobre todo, por su dejadez en todo lo que hace, hasta el punto de que ha perdido el mejor regalo que le hizo Mónica en uno de sus aniversarios, un lujoso Rolex. No obstante, le dará una última oportunidad para que la ruptura no sea definitiva y es que encuentre el r loj extraviado.

A partir de esta anécdota se monta un producto sin encanto ni brillantez que aglutina una serie de ingredientes propios del thriller disparatado y que no consigue hacer operativo ese toque mágico que se pretendía. Menos aún, desde luego, con dos estúpidos policías fuera de órbita. Lo más profesional, con mucho, es la labor de los dos actores más entonados y sólidos, Carmen Barrios y Jordi Vilches, miembros de un clan mafioso que aportan el acento del Sur a un escenario genuinamente catalán.