El crimen perfecto no existe. Esta rotunda premisa podría ser el lema del Servicio de Criminalística (Secrim) de la Guardia Civil que, con la ciencia como principal arma, busca y analiza cualquier indicio para resolver los casos más complejos. Una huella dactilar, una muestra de semen, un rastro de sangre o una fibra minúscula que, analizadas en el laboratorio, pueden acabar delatando al autor de cualquier delito grave. Este equipo de cuatro agentes, cuya labor ha sido determinante para esclarecer asesinatos como el de Ana Niculai, también investiga los incendios graves y trabaja en la identificación de cadáveres anónimos.

Es un trabajo minucioso y meticuloso. Los agentes del Secrim son los encargados de llevar a cabo las inspecciones oculares de los escenarios donde se han cometido los delitos más graves, como homicidios y agresiones sexuales. Enfundados en monos blancos, su primer paso es preservar la escena para evitar que cualquier elemento externo la contamine. El trabajo de campo puede prolongarse durante varias horas en busca de cualquier indicio que permita despejar las dos incógnitas: quién y cómo ha cometido el delito.

Algunas de estas pruebas se aprecian a simple vista, pero otras permanecen ocultas y son mucho más difíciles de encontrar. Los avances tecnológicos se convierten entonces en el principal aliado de los investigadores. Es el caso de la luz forense, una especie de linterna que emite en diferentes longitudes de onda para descubrir manchas de sangre, sudor, semen o saliva. "Hay habitaciones que parecen estar completamente limpias, como si ahí no hubiera pasado nada", explica uno de los agentes, "pero al aplicar la luz forense se convierten en escenarios de crímenes. Por mucho que el asesino se empeñe en limpiar, siempre queda algún vestigio. Todo contacto con una superficie deja algo". Fue el caso de la mujer cuyo cadáver apareció enterrado en el jardín de su casa en Canyamel. La vivienda estaba aparentemente impoluta, pero los investigadores encontraron gracias a esta técnica una pared repleta de manchas de sangre, a pesar de que el presunto autor del crimen, el marido de la víctima, habría aplicado hasta cuatro capas de pintura para ocultarlas.

Las pruebas recabadas en una escena son trasladadas al laboratorio, bajo una férrea cadena de custodia y aplicando un estricto protocolo de conservación para evitar que se degraden. La búsqueda de huellas dactilares en todo tipo de objetos es una de las principales especialidades del Secrim. Esta técnica, llamada comparación lofoscópica, consiste en ´revelar´ las huellas encontradas mediante fotografías para cotejarlas, a través del Sistema Automático de Identificación Dactilar (SAID), con las de personas ya fichadas por delitos anteriores tanto por la Guardia Civil como por la Policía Nacional. "Puede darse el caso de que se encuentren las huellas de una persona en varios escenarios, por ejemplo de robos, que no puedan identificarse porque no tiene antecedentes. Si al cabo de un tiempo se le detiene, esta base de datos permite imputarle todos los delitos que haya cometido", explica uno de los investigadores del Secrim. La comparación, sin embargo, no es automática. El sistema busca entre los millones de huellas que están almacenadas y ofrece un reducido listado de candidatos para que el agente lleve a cabo la identificación final. Para elaborar el SAID, los agentes introducen a diario en el sistema las huellas dactilares de todas las personas que son detenidas en Balears. El Secrim de la Comandancia de Palma ha obtenido recientemente la acreditación de calidad que les permite cotejar las huellas de forma autónoma y da validez a sus pruebas para cualquier país de la Unión Europea.

El Secrim está especializado también en la investigación de incendios para determinar si ha habido mano criminal. "Lo primero es buscar el punto de inicio. Las marcas del fuego y el calor nos permiten acotar el área de origen. Ahí se recogen muestras, para determinar la fuente de ignición, si ha sido eléctrica o con llama directa y si hay algún producto acelerante".

La identificación de cadáveres es otra de las especialidades de este versátil grupo de investigadores. "La mayoría de los casos son cuerpos que aparecen en el mar, sin documentación y muy deteriorados, que suelen proceder de Italia y Francia", explica el agente del Secrim. "Asistimos a las autopsias para obtener el máximo de información posible. Se analiza cualquier detalle, como la vestimenta, las huellas dactilares, la ficha dental, el ADN, los tatuajes que pueda tener el cuerpo... Esta identificación antropométrica se graba en una base de datos internacional y se lleva a cabo lo que se conoce como ´difusión negra´ para comprobar si las características del cuerpo son similares a las de algún desaparecido. Los agentes del Secrim toman también muestras de ADN, tanto en cadáveres como en escenarios de posibles delitos, que son remitidas al laboratorio central de Madrid para cotejarlas.

El trabajo de este reducido grupo de investigadores ha resultado crucial para resolver algunos de los crímenes con más repercusión de los últimos años. Fue el caso del asesinato de Ana Niculai, cuyo autor, Alejandro de Abarca, alegó en el juicio que el incendio del coche en el que murió la joven fue accidental. "Nuestro informe demostraba que había dos focos, uno en la parte delantera del vehículo y otro en la trasera, lo que demostraba que había sido intencionado. Además, en el escenario había una lata de gasolina con ADN del acusado", recuerda uno de los agentes del Secrim. Sus pesquisas fueron claves también en el caso de la muerte de Törok Zsombor, un húngaro que apareció degollado en unos apartamentos de Palmanova. Su compañero de piso, el principal sospechoso, sostenía que se había suicidado. "Las manchas de sangre que encontramos determinaban el recorrido que había hecho la víctima y confirmaban que había sido atacada por la espalda. Era imposible que se hubiera suicidado", relata uno los guardias que procesó el escenario del crimen. El acusado fue condenado a diez años de prisión.

Los investigadores del Secrim, que cuentan con formación específica, están habituados a trabajar en lugares desagradables. "Por muy dantesca que sea la escena, hay que olvidar lo que estás viendo y trabajar con profesionalidad. No podemos implicarnos emocionalmente", apuntan.

Todos coinciden en señalar los casos de niños asesinados como los más duros que han vivido. "Aunque no esté el cuerpo, ir recorriendo la vivienda y ver sus juguetes... Es complicado", afirman.

Varios de ellos estuvieron trabajando en el escenario del atentado de ETA en Palmanova, en el que murieron dos de sus compañeros al explotar su vehículo en julio de 2009 . "Fue un momento durísimo, pero había que recoger pruebas y trabajar como siempre. Y así lo hicimos".