"En Madrid no eran capaces de entender de qué iba la cosa. Se preguntaban cómo era posible que no les pidiéramos dinero, lo que hizo que el esfuerzo para eliminar las reticencias y que se nos concedieran los permisos fuera considerable". Jaime Canudas, uno de los socios fundadores de ASIMA, rememora las dificultades que hubo que vencer para poner en marcha un proyecto que supuso un cambio drástico en la estructura industrial de Mallorca, acompañado de otro no menos notable de la fisonomía de Palma, al desaparecer del centro de la ciudad la mayor parte de las empresas que estaban ubicadas en muchas de su calles. "ASIMA, la historia de un sueño" repasa lo que fue la creación del polígono en Son Castelló, con empresas asociadas en Can Valero, su consolidación en las décadas posteriores hasta llegar a la actualidad. Es obra de cuatro profesionales: Senén de la Mata, historiador e ingeniero, que ha llevado la coordinación histórica; la periodista Cheska Díez, que se ha encargado de la parte técnica; Ana María Gómez, también historiadora, encargada de la selección fotográfica, y de la periodista Ana Rosa Rivero, que junto con Cheska Díaz han trabajado en los textos. Canudas dice que se involucró en el proyecto de ASIMA por la estrecha amistad que mantenía con Ramón Esteban Fabra, quien le comentó que necesitaba de su intervención para lograr hacerse con veinte mil metros cuadrados de terreno, que esperaba conseguir gracias a la intervención de su padre, quien estaba muy bien relacionado. La idea era montar una fábrica de bordados. Pero al día siguiente, las pretensiones eran otras: se trataba de adquirir doscientos mil metros cuadrados, y, además, Esteban Fabra invitaba a Canudas a participar en una reunión, junto a otros empresarios, para plantear la posible creación de un gran polígono industrial.

Hacia 1964 España se hallaba inmersa en un proceso económico, el denominado "desarrollismo", fruto del Plan de Estabilización Nacional, que en 1959 había puesto fin a la autarquía franquista, que a punto estuvo de conducir al país a la bancarrota. Jaime Canudas cuenta que de aquella primera reunión, en la tarde del ocho de julio, surgió una comisión gestora integrada por Francisco Garí, Lorenzo Frau, Cristóbal Gual, Antonio Buades y el citado Ramón Esteban. En el acta quedó establecido que se adquiriría medio millón de suelo rústico para convertirlo en suelo industrial y repartirse los costes. "Se trataba -recuerda Canudas- de hacerse con opciones de compra sin desvelar cuáles eran nuestros verdaderos propósitos, puesto que, de lo contrario, nos las tendríamos que ver con un inmediato encarecimiento de los terrenos".

Fue Antonio Fontanet quien sugirió contratar los servicios del que definió como "un abogado valiente" para desarrollar toda la operación. El abogado en cuestión era Damián Barceló. La idea fue madurando. Las opciones de compra se materializaron. Dado que el destino que se le quería dar a los terrenos era "alto secreto", en un determinado momento, al adquirir Esteban Fabra algunos de ellos, se le preguntó para qué los compraba, a lo que, sin inmutarse, respondió que para dedicarlos a la cría de gallinas. Así y todo, el secreto se fue divulgando, por lo que las últimas fincas se pagaron a un precio considerablemente más elevado que las primeras. Los problemas empezaron a tornarse serios cuando se pretendió constituir la asociación. Las autoridades, tanto en Palma como en Madrid, no estaban muy dispuestas a dar los correspondientes permisos. En 1964 la dictadura franquista estaba en su apogeo y crear una asociación, aunque fuesen unos conocidos empresarios quien la propugnasen, levantaba suspicacias. La cuestión se resolvió echando mano de una de las absurdas fórmulas que en aquellos tiempos posibilitaban un cierto protagonismo a la sociedad civil. Se sugirió a los promotores que presentasen los estatutos de una asociación de carácter sindical, encuadrada en el seno de la organización sindical española, los denominados "sindicatos verticales". Por ello, se denominó Asociación Sindical de Industriales de Mallorca. "De sindical no tenía nada", sentencia Canudas, para quien queda fuera de toda duda que "éramos unos locos, porque sin pensarlos solicitamos al Banco Español de Crédito una póliza de veinticuatro millones de pesetas (hoy unos 600 millones de pesetas, tres millones y medio de euros) que firmamos alegremente, sin pensar que las cosas podían ir mal".

Y todo pudo ir mal, porque varios años después tan solo se habían adquirido 350 mil metros cuadrados. No había manera de conseguir llegar al medio millón fijado en un principio. Canudas rememora que en las visitas que giraron a numerosos empresarios la respuesta casi siempre era la misma: "Jaime, eso que tenéis entre manos acabará como "sa processó de sa moixeta". Canudas precisa que "al final, pudimos colocar los terrenos a 354 pesetas el metro cuadrado neto con las conducciones de agua y electricidad en perfecto estado, además de las calles. Los intereses se debían pagar en seis años".

Fue Angel Palacios el ingeniero que dirigió las obras y vigiló el estricto cumplimiento de lo acordado con la empresa Dragados. "Les hizo levantar las calles debido a que las tuberías no estaban soterradas los veinte centímetros que estipulaba la normativa", dice Canudas, para quien no cabe ninguna duda que "el espíritu empresarial existente en aquellos años fue muy generoso". Senén de la Mata destaca que el proyecto salió adelante porque el "desarrollismo" de la época resultó propicio. El Plan de Estabilización, proyectado por el economista Enrique Fuentes Quintana, quien durante la Transición fue ministro de Hacienda en el segundo Gobierno del presidente Adolfo Suárez, permitió a las empresas importar, prácticamente por primera vez desde el final de la Guerra Civil, bienes y servicios procedentes Europa, adquirir la maquinaria adecuada, lo que posibilitó que en el polígono las naves se pudieran instalar, además de propiciar el esponjamiento urbano de Palma.

Las autoridades no solo pusieron obstáculos jurídicos a la constitución de la sociedad, sino que tampoco colaboraron. Canudas destaca que "estaban convencidos de que todo era un proyecto meramente especulativo". La falta de ayuda tiene como ejemplo lo sucedido en el Ayuntamiento de Palma. El Consistorio de la época se mantuvo al margen, únicamente un concejal, Bartolomé Tous Amorós, aceptó involucrarse, los restantes ediles nada hicieron por ayudar.

Tanto Jaime Canudas como Damián Barceló, se refieren a ASIMA como "el gran despertar empresarial" y recuerdan a Ramón Esteban Fabra, el fundador, como "el gran motor del sueño, el gran ilusionador que logró contagiar la idea para cubrir las necesidades de las empresas". Para Jerónimo Albertí, presidente de ASIMA en la década de los setenta, "ASIMA se convirtió en un oasis de libertad durante la Transición" destacando la creación de la primera escuela de negocios de Baleares, el Instituto Balear de Estudios de Dirección de Empresas (IBEDE-ASIMA), por la que desfilaron Ramón Tamames, Julián Marías, José Luis Sampedro, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Camilo José Cela...

Ramón Esteban Fabra, el presidente fundador, siempre afirmó con rotundidad que ASIMA fue la obra que con más ilusión emprendió a lo largo de su vida profesional. "La fuerza que tuvimos en Madrid y la tranquilidad en todo momento --dijo-- para pedir nos la daban aquellos doscientos asociados que tenían tras de sí seiscientos hombres más". Jerónimo Albertí recuerda a un hombre fundamental para ASIMA. Fue Jesús Monzón, también loado por Jaime Canudas, una figura capital para la creación del IESE. "Solo puedo decir de este hombre que es la persona con más personalidad que he conocido", remachan tanto Albertí como Canudas al resaltar su actuación.