Icono de la cultura popular

Messi llega a Argentina como el mejor de la historia

messi argentina

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Marcos López

Llega el Messias a casa. Llega, al fin, con la conciencia tranquila, aliviado consigo mismo al tiempo que reconciliado con su país, el mismo que renegó de él durante años y años de frustraciones. Llega con la Copa ("mira que hermosa es", dijo nada más conocerla en Doha acunándola en sus brazos) transformado en mucho más que un futbolista.

Símbolo incluso de la cultura popular, capaz como ha sido de cohesionar socialmente a una Argentina en crisis, con la inflación desbocada y sumergida en problemas políticos sin fin, a la que Leo (Lio como le llaman en casa) ha cosido con sus goles ( siete en el Mundial) y con un liderazgo que le ha devuelto su condición de rosarino, ese que jamás abandonó a pesar de que estuvo más tiempo en Barcelona que en su hogar de nacimiento. Ha trascendido por encima de los demás. Y del tiempo.

El Messias es ya uno de los cinco magníficos, indiscutible mejor jugador del mundo en la etapa contemporánea , con una carrera de ensueño (nada le queda por ganar tanto en el Barça como en la selección), que resiste cualquier comparación con los cuatro que figuraban en ese panteón. Rompió todos los registros en el Camp Nou. Destroza ahora los de la albiceleste (máximo goleador argentino de todos los tiempos por delante de Carlos Bianchi, en las Copas del Mundo superando a Batitusta, con más partidos con la selección dejando atrás a Daniel Passarella...).

Habita ya Leo en el mismo panteón donde están Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona

Mira a los ojos de ' O Rei' Pelé , el niño que elevó a Brasil a una dimensión planetaria a la mitad del siglo pasado, está por encima de Cruyff , el revolucionario transgresor que se quedó sin besar esa copa por mucho que haya perdurado el inolvidable recuerdo de la 'naranja' mecánica holandesa, supera a Di Stéfano, un astro castigado por su doble nacionalidad (ni brilló con Argentina ni con una España casi anónima entonces en el fútbol) y, por supuesto, con Maradona , cuyo peso le ahogó de tal manera que cada Mundial resultaba igual de frustrante.

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La última plegaria

Hasta por cinco Copas del Mundo ha tenido que transitar Messi para alcanzar la tierra prometida en Doha, donde hasta le puso una túnica que le cayó de las manos del Emir de Qatar. Por eso, justo antes de que Gonzalo Montiel, la defensa del Sevilla, lanzara el penalti decisivo miró al cielo. Abrazado a sus compañeros, Leo realizó una última plegaria. ¿Era un Diego? ¿O, tal vez, a Dios? Da igual.

Engañó Montiel a Lloris y desde entonces Messi es patrimonio universal, adoptado, ahora sí, por un país que lo miró con mala cara haciéndole sentir hasta un extraño en su propia casa. "El catalán", le decían con desprecio cuando tropezaba, una y otra vez, con una selección que no entendió. Ni con técnicos que no conecten con un jugador que se siente, ahora sí, como el mejor de la historia, por mucho que no tenga los tres Mundiales de Pelé.

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

Leo Messi, con su familia, tras ganar el Mundial.

En Alemania-2006, su estreno, se sintió desubicado en aquel grupo de José Pekerman y pagó una fotografía (estaba deprimido y desganado en el banquillo) con la condena de la opinión pública argentina, que no paró de recriminárselo. En Suráfrica-2010, la convivencia con Maradona (era seleccionador entonces) no salió nada bien. Ni un gol marcó Leo en el torneo donde se coronó la España de Iniesta.

Nunca estuvo Messi tan cerca del trofeo como en Brasil-2014 cuando se quedó en la orilla en aquella albiceleste de Sabella, perdiendo la final en la prórroga ante Alemania. Peor aún le fue en Rusia-2018 donde la cohabitación con Sampaol i resultó tan explosiva como fatal.

Messi engaña a Lloris en el lanzamiento del penalti que supuso el 1-0 de Argentina a Francia.

Messi engaña a Lloris en el lanzamiento del penalti que supuso el 1-0 de Argentina a Francia.

La química con Scaloni

Se le escurría el tiempo al '10'. Era Qatar o un vacío que le perseguiría por los siglos de los siglos. Tejió una sociedad maravillosa con Scaloni, un desconocido entrenador que le dio el equipo adecuado para llegar a la cima partiendo de una derrota donde se certificó un insólito liderazgo messiánico. Insólito porque durante años se intentó descodificar sus silencios. Y ahora, en cambio, no hacía falta.

Solo escucharlo era suficiente. "A la gente le digo que confíe, que confíe"; rogó tras la caída inesperada en el debut ante Arabia Saudí. "Este grupo no los va a dejar tirados", afirmó siendo consciente del enorme poder que tienen sus palabras para calmar a más de 45 millones de argentinos. Y el país se camufló bajo la remera del '10', a quien reconoció, ahora sí, como uno de los suyos.

Ha ejercido tal liderazgo que 45 millones de argentinos se camuflaron bajo la remera del '10'

Hasta el tono de su voz sonaba distinto. Cada vez que los jugadores de Scaloni salían a calentar antes de cada final lo hacían con una escenografía digna de una película. Leo al frente, el resto detrás. Todos perfectamente alineados a la sombra del capitán. Jugaron cinco finales (México, Polonia, Australia, Países Bajos y Croacia) antes de la verdadera contra Francia.

En esa sinuosa ruta donde Argentina se asomaba al precipicio iba Leo dejando huellas de la conexión con su pueblo, escenificada en una frase que perdurará en la historia de los Mundiales. "¡Qué mirás, qué mirás, bobo. Anda pa´allá, bobo, anda pa´allá y deja de molestar", le dijo el astro malhumorado a Wout Weghorts, autor de los dos goles de Países Bajos. Y Argentina se sintió mimetizada en ese reproche del Messi más pendenciero poseído por el genio de Maradona.

Desde entonces, se vivió un apasionado idilio que ocultó años de desencuentros y caos. "¡Vamos Argentina la concha de su madre, somos campeones del mundo", gritó Leo cogiendo un micrófono sobre el mismo césped del estadio Lusail, el jardín de Doha donde besó al fin el trofeo, para dirigirse a los miles de argentinos que llenaban las gradas. Hablaba, en realidad, para el país que ha asistido a la reencarnación de Maradona en su cuerpo.

Aficionados argentinos sostienen una pancarta con las imágenes de Messi y Maradona.  /

Aficionados argentinos sostienen una pancarta con las imágenes de Messi y Maradona. /

Con Diego, ya fallecido, él ha ascendido al cielo de los cinco magníficos, síntesis en Qatar de todos los Messi posibles. Goleador (marcó el 1-0 de penalti con la pierna izquierda, el tesoro que lo ha hecho único y luego con la derecha, tal vez el gol más feo de su carrera pero sumamente valioso, el 3-2 en la prórroga), jerarca en el campo, creativo como siempre fue e inteligente antes de correr desesperadamente por la pradera árabe (hizo Leo 12.109 m mientras Mbappé recorrió 11.978 m) porque sabía que el tiempo ya no le podía esperar más.

"Presentía que se iba a dar, lo presentía", afirmó emocionado. Y se dio. No se equivocó el ‘Messias’, primero de los cinco magníficos. En Argentina querían a Messi, pero, en realidad, querían la Copa. Y ahora que Messi llega con la copa lo querrán para siempre.

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