La "aventura" de Lucien Laurent hacia el primer gol de un Mundial comenzó el 21 de junio de 1930 en el puerto de Villefranche-sur-Mer, en la Costa Azul. Ahí se enroló en un viaje hacia la historia que ni se imaginaba, a bordo del Conte Verde, el crucero con el que atravesó el Atlántico hasta Uruguay.

El buque, que había partido unos días antes de Génova con la selección de Rumanía, recogió allí al equipo francés, después tomó rumbo a Barcelona, donde se sumó el conjunto belga, para un trayecto de más de dos semanas con destino a la primera edición de Mundial; el de Uruguay 1930.

El Conte Verde, con Jules Rimet, entonces presidente de la FIFA y el propulsor del Mundial, y el trofeo también como pasajeros, paró después en Lisboa, en Madeira y en las Islas Canarias, las tres siguientes escalas antes de entrar en alta mar, antes de encarar el Océano Atlántico. Una semana después, atracó en Río de Janeiro. El 4 de julio, entre el entusiasta recibimiento de los uruguayos, llegó a Montevideo.

Habían sido quince días de travesía entre las olas; horas, horas y horas de viaje, también de preparación para el Mundial, que les aguardaba en nueve días, con la cubierta como improvisado 'campo' de carreras y entrenamientos de los equipos.

Por la mañana, era el turno de Francia, que también recurrió al gimnasio para afinar sus cualidades físicas y técnicas, como los controles de pelota. Un violinista, un humorista, el cine o la piscina entretenían los ratos libres de la expedición gala y a Lucien Laurent, que había obtenido el permiso en la fábrica que trabajaba de 'Peugeot' en Sochaux para participar en el Mundial.

Un requisito indispensable en una época en la que el balompié era aún 'amateur', más aún cuando el trabajador debía dejar su empleo casi dos meses. La compañía automovilística fue flexible. Junto a Laurent, tres empleados más de esa fábrica, su hermano Jean, André Maschinot -autor de dos goles en el partido inaugural del Mundial 1930 contra México- y Étienne Mattler, también formaban parte de la convocatoria francesa de dieciséis jugadores para la cita.

Cuando las tres selecciones europeas alcanzaron el destino de Montevideo -Yugoslavia, por su cuenta en otro barco, completó la nómina de cuatro conjuntos europeos en ese torneo, que contó con trece equipos-, el estadio Centenario, el escenario previsto para cada uno de los encuentros de la competición, aún no estaba listo.

Elegida Uruguay como sede el 18 de mayo de 1929 en el congreso de la FIFA de Barcelona por su dos campeonatos olímpicos seguidos, en 1924 y 1928, y por la celebración justo en 1930 de los cien años de su independencia, los trabajos para la construcción del mítico campo fueron frenéticos, constantes, desde enero a junio de 1930.

Con el condicionante de las intensas lluvias, ni los tres turnos ni la iluminación especial nocturna para minimizar cualquier retraso, con el reto de excavar 160.000 metros cúbicos de tierra y preparar 14.000 de cemento para las cuatro gradas del estadio, le permitieron llegar justo a tiempo al inicio del Mundial. Su primer partido, ya comenzado el torneo, fue el Uruguay-Perú el 18 de julio.

Ya se había inaugurado el torneo cinco días antes, el 13, en una sede alternativa, el pequeño estadio de Pocitos, propiedad del Peñarol, con la goleada 4-1 de Francia a México en el grupo 1 y con el tanto con el que comenzó todo, en la portería norte, el gol de Laurent. El primero de los Mundiales. Una acción para la historia.

En el minuto 19, cuando el menudo centrocampista francés de 1,62 de altura, 65 kilos de peso y nacido 22 años antes en Saint Maur des Fossés conectó con el pie derecho un centro de Ernest Liberati para batir a Óscar Bonfiglio, portero mexicano. La jugada comenzó en su guardameta, Alex Thepot, y pasó por el medio Augustin Chantrel.

"El estadio estaba vacío, nevaba cuando hice el primer gol", recordó Laurent. Nadie le abrazó. No hubo una celebración efusiva. Sólo un simple choque de manos de sus compañeros, ajenos a cuál sería la dimensión posterior del gol, del torneo, del fútbol, de la selección francesa o de él mismo, una leyenda de los Mundiales.