Superada la sorpresa de que los jugadores iraníes no llevaran velo, cuando hay personas encarceladas en su país por negarse a vestir dicha prenda, la única incógnita era saber cuántos segundos tardaría España en convertir el partido con Irán en un entreno. Acabó en verbena. Todavía tenemos la sonrisa congelada, porque los persas mandaban en el marcador a falta de cuatro minutos. Y la selección menos favorita del Mundial le ha ganado dos cuartos a la cabeza de grupo.

El partido acumulaba signos ominosos, que España despreciaba disfrazándolos de suspense ficticio. El primer tiro de Ricky no tocó ni aro, los españoles tardaban más de primer minutos en estrenar su cuenta, los inquebrantables iraníes se alejaban en un cero a diez.

Hasta el minuto 16 no conoció España el honor de adelantar a Irán. Sí, ha leído bien, hablamos de los iraníes y de un larguísimo cuarto de hora. Con estos números, los forofos patriotas pueden seguir engañándose, pero los escépticos deben disparar las alarmas.

España carece de Gobierno. Empiezas prescindiendo de un ejecutivo en La Moncloa, y acabas pensando que la interinidad puede trasladarse a entes hipersensibles como una selección. El equipo no puede seguir jugando en funciones, con sus estrellas muy por debajo de las prestaciones exigibles aunque lo maquillen tirando a canasta hasta el reloj. En proporción a sus fuerzas, los iraníes superaron ampliamente a los curtidos españoles. Sin un Gobierno fuerte, la oposición dispone de todas las ventajas.

España ha empezado perdiendo los tres anodinos partidos de la fase clasificatoria, bajo la batuta de Ricky. En todas las ocasiones, la selección no remontó hasta la entrada de Colom, que veía premiado su osado rescate con el ostracismo durante el resto del partido. Así funciona el 'star system'. Y lo más grave viene al final, porque el peor partido de la selección ha sido el tercero. Si el deporte obedeciera a reglas lógicas, los españoles regresarían a casa el domingo. Por fortuna, el destino no está escrito.