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El PP quiere que las pateras le ganen las elecciones

Prohens y Sagreras se embarcan en la inmigración, concentrando sus esfuerzos en ser acusados de racistas

La presidenta del Govern balear, Marga Prohens

La presidenta del Govern balear, Marga Prohens / EP

Matías Vallés

Matías Vallés

Marga Prohens protagonizó ayer la intervención más desaforada de un presidente del Govern en cuarenta años de debates del estado de la autonomía. Su diatriba extemporánea no queda redimida por la evidencia de que nadie contemplaba el triste espectáculo. Incumplió la ley de que los inquilinos del Consolat se crecen en la réplica, un terreno fértil y propicio para el poder. El martes reconoció al menos los problemas que es incapaz de solucionar. Ayer se limitó a una deplorable parodia de Liz Taylor en «¿Quién teme a Virginia Woolf?», hasta el punto de que logró que Manuela Cañadas pareciera reseñable, y que se pudiera confundir a Iago Negueruela con un gallego tranquilo, obligado a reprocharle que «le ha faltado educación».

«Intenté elevar el tono del debate», se jactaba Prohens a pesar de que la citada elevación queda fuera de su alcance. Degrada los asuntos que toca superficialmente. Para camuflar que ha empeorado la herencia recibida, que sus logros son anémicos y que nunca será votada por su gestión, recurrió a la enumeración. En efecto, es el refugio de quienes no saben argumentar, y le obliga a presumir de rotavirus o de la licitación de una escuela concreta.

El transparente Sebastià Sagreras resulta más útil que su falsamente adorada Prohens para definir la situación privilegiada del PP. El partido que gobierna en minoría prefiere ser racista, y que la inmigración le gane las elecciones. Piensa repetir victoria montado en las pateras, que le permiten criticar a Sánchez mientras recibe una transfusión de votos. No invoca la ruta africana para conjurarla, sino para mantenerla como una coartada a la nula acción política.

Sagreras define a su jefa como «una presidenta que habla,... que habla,... que habla,...». Y así sucesivamente, mientras el portavoz del PP de Campos demuestra su condición de analfabeto numérico en el morrocotudo cálculo de la quita de la deuda. La esencia de la política consiste en disimular la ignorancia, pero el portavoz del partido neorracista prefiere el full frontal.

El corrimiento a la ultraderecha es tan llamativo que Cañadas se sintió obligada a recordar que los populares «chupan rueda de las políticas de Vox». El debate centrado en la migración irracional también demuestra que la izquierda no rentabilizaá su superioridad moral. Para políticos como Lluís Apesteguia, que juega un papel indescifrable en el Parlament más allá de buscar continuamente que el PP le acaricie el lomo, debe ser preferible perder las elecciones a cambio de reforzar la ruta con Argelia que al PSOE le resulta indiferente.

El PP implora que sigan llegando las pateras a las que fía su continuidad, y que la izquierda acentúe un discurso de acogida que ahora mismo es perdedor electoralmente en todo el planeta. Visto el funambulismo a que está sometido el PSOE, le hubiera convenido que ya se hubieran celebrado o cuando menos convocado elecciones generales. La persistencia de Sánchez empeora las perspectivas nada halagüeñas de sus tropas en Balears.

Cañellas dominaba la ironía con colmillo, hasta Matas aceptaba las condiciones de la representación parlamentaria aunque solo hablaba para sí mismo. La excesiva Prohens cometió el error de la grandilocuencia, de investirse de una trascendencia inmerecida y que desafina cuando los restantes participantes son conscientes de participar en una representación teatral. Se equivoca gravemente al conceder la categoría de antagonista a Negueruela, que preferiría estar en otro sitio al igual que Apesteguia.

La única salvación de la izquierda radica en que Prohens ha alcanzado el punto en que se cree providencial, la premisa del gran batacazo. Disimuló su trascendencia impostada el martes y la exteriorizó el miércoles, cuando abroncaba incluso para presumir de más metro. Levantar de la lona a golpes al rival noqueado es una estrategia perdedora. Agustina de Balears debe aprender del Napoleón original, «nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error».

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