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Quedarse en Israel, del postureo a la coherencia

Matías Vallés

Matías Vallés

Admitamos que un mallorquín típico embarcado en la flotilla no solo hubiera firmado la «entrada ilegal» en Israel, y rubricado el trato exquisito dispensado por los carceleros del IDF, agregaría también que los yates erraron en realidad el rumbo pues se dirigían al Caribe. Sobre todo, porque un mallorquín típico no se hubiera embarcado en una flotilla camino de un frente bélico, ni siquiera con protección militar y billete de vuelta garantizado.

La propensión a suscribir la muerte de Manolete a cambio de la liberación inmediata se acentuaría con el traslado a una prisión nada acogedora en pleno desierto, por no hablar del mensaje del ministro ultra Ben Gvir que pretendía «encerrarlos durante meses en una cárcel para que compartan el olor a terrorista». Este lenguaje ha agilizado la mano de firmar y ha apresurado el retorno de Ada Colau y del diputado Juan Bordera de Compromís. Por lo visto, su compromiso tenía un límite muy cercano al postureo.

De ahí que la solidez o contumacia de Lucía Muñoz, la única mallorquina sometida a escrutinio en cuanto titular de un cargo público de pago, haya atravesado la frontera entre el ‘radical chic’ denunciado por Tom Wolfe y la coherencia con los principios. Cada lector evaluará la distancia al heroísmo, porque Israel sigue siendo un país occidental que garantiza el retorno de las navegantes en un plazo aproximado de unos tres días.

Nassim Nicholas Taleb recomienda no escuchar a ningún farsante que no lleva su discurso a la práctica, que no arriesga la piel en una inversión financiera o un pronunciamiento teórico. A diferencia de la concejala mallorquina, Colau no ha enriquecido su currículum con un regreso acelerado, que admite la famosa «entrada ilegal» para zafarse de las consecuencias de la empresa. Aunque el semimallorquín Jaume Asens, el mejor abogado que podía tener la flotilla, insista en que no puede haber ilegalidad porque no se dirigían a Israel sino a Gaza, la disquisición se parece demasiado a una triquiñuela de juzgado.

En los protocolos de las diez flotillas que han zarpado rumbo a Israel en la última década, se aconseja a los participantes que firmen los requisitos para una rauda extracción de Israel. Se esgrime la excusa de que así pueden escampar cuanto antes los beneficios de su aventura náutica. De nuevo, es un argumento de debilidad sonrojante. Sobre todo, porque convertiría a Lucía Muñoz en una traidora a la flotilla, cuando ha cumplido a rajatabla la promesa anticipada de no firmar.

Gaza se encuentra a 1.500 kilómetros de Mallorca. Sería reconfortante concluir que la isla dispone de luchadores para afrontar sus problemas acuciantes, que necesitan una devoción y entrega similar al Oriente Próximo. No es así, las escasas fuerzas mallorquinas están encarceladas ahora mismo en Israel.

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