Entrevista | Médico intensivista
Julio Velasco, coordinador de trasplantes en Son Espases: «Todavía me emociono cada vez que un paciente quiere donar sus órganos»
Acaba de recibir un premio de la Academia de Ciencias Médicas de Baleares por su trayectoria
Lleva desde 1983 trabajando en la sanidad pública, ha sido jefe de la UCI de Son Espases y ahora coordina los trasplantes del hospital de referencia

Julio Velasco posa para esta entrevista en Son Espases. / Gabriel Martínez/HUSE

La Academia de Ciencias Médicas le ha otorgado un reconocimiento a su trayectoria. ¿De qué se siente más orgulloso?
De muchas cosas. Pero si tengo que elegir, diría que de haber contribuido a implantar la cultura de la donación de órganos en Balears. Eso no se logró en uno o dos años, fue un proceso largo. Al principio costó mucho implicar al personal sanitario y a la sociedad. Hoy está plenamente asentada. También estoy orgulloso de mi especialidad, medicina intensiva, y de haber formado parte del equipo que creó las urgencias hospitalarias en Son Dureta en los 80. Fueron años intensos en los que aprendimos mucha medicina. Tuvimos que improvisar, crecer rápido y tomar decisiones con pocos medios. Y lo más importante: lo hicimos como equipo. Esa red de colaboración entre profesionales ha sido constante en toda mi trayectoria.
¿Recuerda la primera donación de órganos que se hizo en Balears?
Perfectamente. Fue en 1989. El primer donante fue un joven trapecista de un circo instalado en Palma que tuvo un accidente. A partir de ahí, se creó una estructura que nos ha llevado a superar los 1.200 donantes en toda la comunidad. De ellos, 1.075 han sido en Son Espases. Aquella primera vez fue muy emocionante. No teníamos la experiencia actual, pero teníamos la convicción de que era posible. Ese fue el germen de algo mucho mayor. Nos cambió la manera de entender la medicina.
¿Cuánto ha cambiado la tecnología en este campo desde entonces?
Ha cambiado de forma radical. Desde las técnicas quirúrgicas, que hoy son mucho más seguras y precisas, hasta los sistemas de conservación y transporte de órganos, que permiten optimizar tiempos y aumentar la viabilidad del injerto. También la digitalización ha facilitado mucho la trazabilidad de los procesos. Lo que no ha cambiado es la emoción de cada trasplante.
¿Cuántos trasplantes renales se han hecho hasta ahora?
Estamos a punto de alcanzar los 1.600. El programa se consolidó en 1990. En aquel primer año hicimos 10, y desde entonces no hemos parado. Es un programa muy bien estructurado, con equipos de nefrología y urología que trabajan de forma excelente. Es admirable la dedicación de los profesionales implicados, tanto del ámbito médico como del de enfermería y logística. La continuidad asistencial, desde que el paciente entra hasta el postoperatorio, es clave para el éxito.
¿Qué balance hace de los primeros años de trasplantes hepáticos que empezaron en 2021 en Son Espases?
Muy positivo. Es un programa complejísimo, tanto a nivel quirúrgico como organizativo. Requirió dos años solo para protocolizarlo. Empezamos a finales de 2021 y desde entonces hemos hecho 56 trasplantes de hígado. El año pasado fueron 22. Para el volumen de nuestra comunidad, lo ideal sería mantenernos en torno a 25 al año. Es un salto cualitativo que permite evitar desplazamientos a la península, lo que mejora la calidad de vida de los pacientes y sus familias.
Detrás de cada trasplante hay una movilización enorme. ¿Cuántas personas intervienen?
En una donación multiorgánica pueden llegar a movilizarse más de 100 profesionales de muchos ámbitos: intensivistas, anestesistas, cirujanos, enfermeros, nefrólogos, hepatólogos, radólogos, forenses, jueces, técnicos del 061, personal de aeropuerto, entre muchos otros. Y también los equipos que vienen de fuera a llevarse órganos como corazón o pulmones, ya que aquí no tenemos esos programas. Es una cadena enorme que empieza con el diagnóstico del fallecimiento y termina con el trasplante en otro hospital, muchas veces en otra comunidad.
¿Cómo es coordinar a tantos profesionales?
Todo empieza cuando detectamos un posible donante. Son casi siempre pacientes ingresados en UCI, con daños cerebrales catastróficos, conectados a respirador y sin posibilidad de recuperación. Puede tratarse de muerte encefálica o de una situación irreversible en la que se acuerda una sedación terminal. En ese momento, si la familia da su consentimiento, se inicia todo el proceso. Hay que activar equipos quirúrgicos, personal de laboratorio, traslados, comunicación con otros hospitales… Todo se hace en pocas horas, es un engranaje muy preciso, y muchas veces ocurre de madrugada, con profesionales que acuden fuera de su turno habitual.
¿La donación en asistolia ha cambiado el sistema?
Totalmente. Ya representa el 51% de las donaciones en España. Nosotros empezamos en 2016 y hemos tenido 142 donantes de este tipo. Son pacientes en los que se decide una limitación del soporte vital y que, tras fallecer en quirófano, pueden donar órganos. Ha sido un cambio de paradigma. Cada vez hay menos donantes por muerte cerebral, por suerte, porque hay menos accidentes de tráfico y mejor control de enfermedades crónicas. Gracias a la asistolia hemos podido ampliar la base de donantes y salvar muchas más vidas.
¿Hay pacientes que piden la eutanasia y desean donar?
Sí. Hemos tenido tres casos en Balears. Son pacientes que piden la prestación de ayuda a morir y que, de forma totalmente voluntaria, quieren que sus órganos sirvan para salvar otras vidas. Es una situación muy dura y muy conmovedora. Vamos a sus casas, hablamos con ellos y con sus familias. Luego ingresan voluntariamente en el hospital. Es de las experiencias más intensas que he vivido como profesional. Requiere mucha sensibilidad, respeto absoluto por la voluntad del paciente y una gran capacidad de escucha.
¿Por qué España y Baleares son referencia mundial en donación?
Por el modelo que seguimos. La Organización Nacional de Trasplantes ha creado una red de coordinadores en todos los hospitales, incluso en las clínicas privadas, algo que no ocurre en otros países. Además, la formación y la coordinación son excelentes. Hay una conciencia colectiva y un trabajo en equipo extraordinario.
¿Qué falta por mejorar?
Seguir desarrollando la donación en asistolia en otros hospitales, no solo en Son Espases. Y continuar concienciando sobre la importancia de donar órganos. Es el acto de generosidad más grande que existe. Yo todavía me emociono cada vez que un paciente quiere donar sus órganos.
¿Cómo evolucionó la UCI de Son Dureta a la de Son Espases?
Ha sido una transformación enorme. Nos formamos con los primeros intensivistas que vinieron de Barcelona y pusieron en marcha esta especialidad aquí. La UCI ha ido creciendo en tecnología, conocimientos, organización y humanidad. Siempre hemos insistido mucho en informar bien a las familias, sentándonos con ellas, explicándoles todo. La relación con las familias es tan importante como el tratamiento.
¿Cómo valora la gestión de la UCI de su sucesora, Maria Riera?
Es una excelente profesional. Fue residente conmigo, luego responsable de la unidad de postoperatorio de cirugía cardíaca, y durante la pandemia de la covid fue mi mano derecha. Conoce el servicio a la perfección. El principal reto que tiene es el de siempre: la falta de camas. Con 36 camas estamos por debajo de la media de otros grandes hospitales.
¿Por qué la de Son Espases es una UCI de referencia, qué casos ven que no se vean en otros hospitales?
Porque aquí se atienden los casos más complejos. Traumatismos craneales graves, patología neuroquirúrgica, vascular, torácica... Tenemos ECMO, un sistema de soporte respiratorio extracorpóreo que no está disponible en otros centros. Trabajamos con todas las especialidades, para pacientes de Mallorca, Menorca, Eivissa y Formentera. Somos el centro de derivación para las situaciones más críticas, y eso exige un nivel de preparación constante.
¿La UCI se satura en verano por el aumento de población?
Hay más presión, pero los turistas están presentes todo el año. Más que por el número de casos, el problema en verano es que muchos profesionales están de vacaciones y las plantillas son justas. Además, eso genera más carga y más desgaste. La fatiga crónica en el personal sanitario es algo que debería preocuparnos más. No todo es presupuesto, también es cuestión de organización y cuidado interno.
¿La covid fue el momento más duro de su carrera?
Ha sido uno de ellos. Como también lo fue la crisis del sida en los 80. Pero la covid nos dejó exhaustos. Llegamos a tener 56 pacientes en UCI, todos con cuadros gravísimos. La unidad se volcó, y hubo profesionales de otros servicios que se sumaron a hacer guardias. Fue agotador, pero también una demostración de compromiso y de humanidad.
¿Tiene pensado retirarse pronto?
Cumplo 69 en julio y tengo aprobada la prolongación hasta los 70, que serán en 2026. Me siento útil y sigo disfrutando de mi trabajo, me encanta lo que hago. Ahora que me dedico solo a la coordinación de trasplantes, quiero ayudar a formar a la persona que me sustituya. Hay muchos aspectos que no son clínicos y que también hay que transmitir: gestión, calidad, logística… Me gustaría dejar todo bien estructurado. El relevo generacional también es parte del trabajo bien hecho, y creo que es muy importante que haya un sucesor.
¿Qué opina del borrador del nuevo Estatuto Marco de Sanidad?
Creo que los médicos estamos maltratados. Necesitamos un estatuto específico que recoja nuestras particularidades, nuestras responsabilidades. El médico es el responsable último del tratamiento del paciente. Trabajamos en equipo, pero eso no se está reconociendo como debería. La profesión necesita respaldo y una valoración real, y las condiciones laborales deben estar a la altura de la responsabilidad que asumimos.
¿Qué le queda por hacer en su carrera?
Me gustaría ver un programa de trasplante cardíaco en Balears. No creo que llegue a tiempo de vivirlo en activo, pero sería el siguiente paso lógico. Por lo demás, me siento satisfecho. He hecho lo que quería hacer y he trabajado donde quería trabajar. Y a pesar del tiempo, cada vez que un donante entra en quirófano sigo sintiendo lo mismo que el primer día: una emoción enorme. No hay nada más gratificante que ver cómo una persona que ha fallecido regala vida a otras tantas. Al fin y al cabo, donar órganos es una forma de continuar presente en otras vidas.
¿Qué reflexión le gustaría compartir después de más de 40 años de carrera?
Que detrás de cada trasplante hay ciencia, pero sobre todo hay personas. Lo más importante no son los números, son las vidas que hay detrás. Todo lo que hemos hecho ha sido gracias a equipos comprometidos, pacientes valientes y familias generosas, yo solo he tenido el privilegio de formar parte de ese engranaje. Y aprovecho para lanzar un mensaje de concienciación: donar órganos es un acto de humanidad que transforma el dolor en esperanza. Animo a todo el mundo a hablarlo en casa, a dejar clara su voluntad y a entender que, incluso después de la muerte, uno puede seguir dando vida.
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