Marcharse de Mallorca por no poder pagar un alquiler: "A mi madre no le queda otra opción"

La vorágine de precios ahoga a las familias trabajadoras en Baleares. Tomás Costela, joven mallorquín, cuenta cómo la presión inmobiliaria ha obligado a su madre a abandonar la isla tras más de veinte años viviendo en Can Pastilla. “No puedo irme sin al menos contarlo”, dice Tomás

Tomás Costela posa en la casa en la que vive actualmente.

Tomás Costela posa en la casa en la que vive actualmente. / Jaime Reina

Jordi Sánchez

Jordi Sánchez

Palma

Tomás Costela se queda -de momento- en Mallorca. Su madre tendrá que irse en un mes. Después de 23 años viviendo en la isla, la familia se ha visto forzada a separarse. Su madre deberá marcharse a Zaragoza, no por elección, ni por trabajo, ni por cambios personales. Se irá porque ya no pueden permitirse vivir en la isla.

“La situación ha llegado al punto de que no le queda otra opción”, explica Tomás. “Mi madre se tiene que ir porque no encontramos un piso que podamos pagar. Y es algo que nos está pasando a muchísimas familias”, añade.

Tomás nació en Palma y ha vivido siempre en Can Pastilla. Sus padres emigraron desde Argentina en el año 2000, buscando una oportunidad en Mallorca, como tantas otras familias que encontraron aquí una vida posible. Durante los últimos once años han estado viviendo juntos en un piso alquilado, pero el fallecimiento del propietario lo ha cambiado todo. “El nuevo dueño nos dejó quedarnos un tiempo, fue muy correcto con nosotros. Pero nos dejó claro que no podemos seguir allí a largo plazo”, cuenta Tomás.

El problema llegó cuando comenzaron la búsqueda de un nuevo alquiler. “Hace meses que buscamos y no hay opciones que podamos pagar. Los precios están completamente desbordados”, explica. Su madre, que tiene más de cincuenta años, no ha conseguido encontrar ninguna alternativa en la isla. La solución, finalmente, será mudarse a Zaragoza, donde encontró un piso con un precio accesible. "En Zaragoza, con su sueldo, puede permitirse alquilar un piso entero. Aquí no le alcanzaría ni para una habitación", cuenta Tomás.

El desplazamiento silencioso

La historia de Tomás y su madre no es una excepción. Es una fotografía cada vez más común en la Mallorca actual. La presión del mercado del alquiler está expulsando a quienes no pueden competir con los precios que impone el turismo, la vivienda de lujo y la escasa oferta para residentes. “Esto está pasando todo el tiempo. Pisos que durante años han tenido alquileres asumibles se están liberando y entran en la rueda de la especulación”, explica el joven.

La suya es, como tantas otras, una expulsión silenciosa. “No te están echando con una pistola, pero sí te están empujando fuera. Es como una presión constante, una cuenta atrás, que al final te acaba sacando”, denuncia. El joven subraya que la vida en la isla se ha encarecido mientras los sueldos se mantienen. “Los salarios no suben y la cesta de la compra no para de aumentar. Al final es pura matemática: cada vez vivirás peor si no puedes afrontar estos precios”.

La madre de Tomás se instalará dentro de un mes en Zaragoza. Él, por ahora, se quedará en Mallorca. Puede apoyarse en su familia paterna, pero sabe que tarde o temprano también tendrá que marcharse. “Me duele irme de Can Pastilla, del piso donde hemos vivido once años. Eso no es solo un piso, es un hogar. Pero ya no nos lo podemos permitir”.

Gentrificación

Tomás ha visto cómo su barrio ha cambiado radicalmente en pocos años y de cómo la gentrificación ha ido modificando el estilo de vida de la zona. “Antes había cafeterías de barrio, papelerías, tiendas pequeñas. Ahora todo son supermercados y alquileres de coches”, lamenta. Para él, no es solo una transformación comercial. Es también una forma de expulsión social. “El barrio ha cambiado de gente. No sé si todos los vecinos de siempre se han ido porque no podían pagar, pero es evidente que cada vez queda menos gente de toda la vida”, dice.

Su historia también retrata cómo las condiciones de acceso a la vivienda han empeorado drásticamente para las nuevas generaciones y los recién llegados. “Mis padres alquilaron hace 25 años un piso en el casco antiguo, en pleno centro de Palma, recién llegados de Argentina. Hoy sería impensable. Los inmigrantes que vienen ahora lo tienen muchísimo más difícil que mis padres entonces. No sé cómo lo hacen para quedarse”, se pregunta.

Contarlo como forma de resistencia

Frente a la dificultad, Tomás ha decidido escribir. “No quiero callarme como hace la mayoría. Creo que tenemos la obligación de contar lo que nos está pasando”, dice. Escribe relatos y reflexiones en las que vuelca su experiencia y la de otros jóvenes y familias que, como la suya, se ven obligados a irse. “Hoy me afecta a mí, pero mañana te puede afectar a ti, a cualquiera que viva aquí”.

Aunque muchos de sus amigos son escépticos y piensan que “manifestarse no sirve para nada”, Tomás no comparte esa resignación. “Si no haces nada, seguro que no cambia nada. La presión social es necesaria, las instituciones deben actuar”, reclama.

Sabe que no es un problema fácil ni de solución inmediata, pero tampoco quiere aceptar que sea irreversible. “Creo que aún se puede cambiar, pero todos tendremos que ceder algo”, reflexiona. “Yo ya sé que me iré a Zaragoza. Pero al menos quería que se supiera por qué. Porque no podemos más”, sentencia.

Lee aquí el relato completo de Tomás Costela.

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