La doble angustia de los extutelados de Baleares al cumplir 18: «Te vas sí o sí y ahora puede que no sepas adónde»

Cuatro jóvenes de la Fundació Natzaret relatan la preocupación que les asola cuando llega la mayoría de edad y tienen que pasar a la vida adulta «de un día para otro» y puede que con la preocupación de no contar con un piso de emancipación por la falta de plazas

Shayla termina la mudanza a su nueva vida.

Shayla termina la mudanza a su nueva vida. / Guillem Bosch

Nair Cuéllar

Nair Cuéllar

Palma

Cumplir 18 años no siempre es sinónimo de alegría y libertad. Para los jóvenes extutelados de Balears, la mayoría de edad marca una angustiosa cuenta atrás: la obligación de abandonar el sistema de protección sin la certeza de poder sentirse a gusto en su nuevo hogar, ni la garantía de una plaza en un piso de emancipación.

Es la realidad a la que se enfrentan jóvenes como los de la Fundació Natzaret, que ven cómo «de un día para otro» tienen que pasar a la vida adulta, con todo lo que ello conlleva, y ahora, además, con la incertidumbre y la «angustia» de no saber si contarán con una plaza en los pisos de emancipación del programa del Govern balear. «Te vas sí o sí y ahora puede que no sepas adónde», cuenta con preocupación Natalia Martínez.

Natalia tiene 18 años, ha vivido desde los diez en un centro de la entidad y desde julio del año pasado lo hace en un piso de emancipación. Aunque asegura que ahora se siente «más o menos bien», reconoce que su paso a la emancipación fue algo «caótico». En primer lugar, porque, como bien relata, al momento de cumplir 18 «faltaba personal en la Administración y no se pudo gestionar el proceso como se debía», lo cual le generó cierta «tensión». Por otro lado -relata- «nunca estás preparado para de repente tener que independizarte. Tú crees que sí, pero luego llega la hora y ves que no. Cambia mucho la expectativa que tienes con lo que realmente luego es», matiza.

Natalia estudia en el salón de su piso de emancipación.

Natalia estudia en el salón de su piso de emancipación. / Guillem Bosch

La joven, que en estos momentos estudia un FP de Grado Medio de Técnico en Atención a Personas en Situación de Dependencia, explica lo confusa que se sintió al mudarse a su nuevo hogar, pues, aunque reconoce que tenía muchas ganas de emanciparse y que todo el mundo le decía que la veía «muy preparada», cuando llegó el momento la soledad le asaltó. «Eso me sorprendió mucho, porque vivía con cinco personas más, pero me sentía muy sola, porque no las conocía de nada», recuerda. Su refugio -continúa- fue su hermana. Todavía es menor y también vive en un centro de Natzaret, -que según explica estaba «justo al lado» de su piso-, por ello cuenta que pasaba allí las tardes y seguía viendo a los educadores con los que había estado hasta el momento, hecho que le hacía sentirse «mucho mejor». 

Además de estas dos grandes dificultades a las que tuvo que hacer frente, se suma hoy la preocupación de no saber si su hermana podrá tener su suerte y conseguir una vivienda de emancipación. «Solo nos llevamos un año y no puedo dormir pensado qué va a ser de ella, porque sé que no hay plazas, no hay pisos, ni hay prórrogas, y no quiero que se vaya a la calle», lamenta. 

Red de Emancipación

La Red de Emancipación fue creada por el Govern para dar apoyo al proceso integral de los jóvenes de 18 a 25 años sin apoyo familiar o en riesgo de exclusión social, que han sido objeto de una medida de protección o de una medida de justicia juvenil y que tienen que llevar a cabo un proceso de autonomía personal. 

Según explican Guillem Cladera y Pep Olivares, director de la entidad y coordinador de proyectos de emancipación de la misma, respectivamente, gracias a esta iniciativa del Ejecutivo autonómico, la Fundación cuenta con seis pisos (cinco en Palma y uno en Manacor) con treinta plazas en total, y el problema radica en que el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS), del Consell de Mallorca, es el que se encarga de la etapa de protección al menor; mientras que es la Conselleria de Familias y Asuntos Sociales, y por lo tanto el Govern, la que se hace cargo de la emancipación de los jóvenes, y todo envuelto en una nube de falta de recursos.

La Fundació Natzaret tiene cuatro centros de menores y seis viviendas de emancipación

 «Las plazas escasean. Nosotros tenemos treinta, pero hay lista de espera, y aunque tengamos ese número de plazas de emancipación, no todas van exclusivamente a los chavales que están en protección en Natzaret», matiza Cladera, quien añade que desde la entidad tratan de que los jóvenes hagan todo el proceso con ellos, aunque resalta que la realidad es que «los menores son competencia del Consell y los mayores del Govern, y son dos listas diferentes», cuando lo ideal -especifica- «sería que el menor pudiese acabar el proceso donde tiene el vínculo afectivo y emocional, porque no solamente hay que dar una cama y una habitación, el bienestar emocional también hay que tenerlo en cuenta», subraya el director de la fundación.

Cladera señala que debido a la escasez de vivienda, en parte por el problema habitacional que vive Mallorca y que ha tocado de lleno a fundaciones como Natzaret, cuando un menor alcanzaba la mayoría de edad, el IMAS otorgaba prórrogas para que el joven en cuestión pudiera seguir en el centro de protección hasta que se consiguiera un piso para él, una situación que ahora -explica- ha cambiado. «El Consell tiene así que continuar dando cobertura al menor, lo cual no es barato, y no puede alargar tanto las prórrogas ahora. Lo que sucede entonces es que se acortan los tiempos y necesitamos piso de emancipación con más celeridad».

Shayla posa en su nueva habitación.

Shayla posa en su nueva habitación. / Guillem Bosch

Esta situación lleva a estos menores, que están a punto de ser extutelados, a una «angustia por la que no deberían pasar», sostiene Cladera. Es el caso de Shayla Hernández. La joven, que vivía en un centro de Natzaret desde hace más de un año, acaba de conseguir plaza en una vivienda de emancipación tras unos agónicos meses en los que no se le había concedido piso, había solicitado la prórroga y debía abandonar el centro dada su mayoría de edad. «Yo he tenido mucha suerte, porque en el plazo que tiene el IMAS para contestar, he conseguido sitio, pero me veía mal», asegura.

La joven, que ahora estudia un FP de Peluquería y Estética, fue a parar a Natzaret con 16 años después de que su madre se fuera a Suiza. «No me llevaba bien con ella y me dejó aquí sola, así que estuve viviendo mucho tiempo en casa de amigas, hasta que se dieron cuenta en el colegio y avisaron a Menores», detalla. Cuenta que al principio fue duro estar en un centro, pero que con el tiempo te «acabas sintiendo bien con tus compañeros y tutores». Ahora Shayla comparte piso de emancipación desde hace solo unos días con cuatro chicos, algunos de ellos conocidos de Natzaret, y asegura estar «contenta» con el cambio, que -apunta- ha sido «mucho más fácil» gracias a la transición a la que les prepara la entidad. 

La fundación cuenta con tres centros de protección en Palma y uno en Manacor en los que hay alojados en estos momentos 42 menores. Es en ellos donde cuando faltan unos seis meses para llegar a la mayoría de edad se les prepara para dar el gran salto. «Se llama fase de emancipación, y lo que hacemos es enseñarles a administrar el dinero que tienen adjudicado, a comprar y dónde hacerlo, a cocinar y también a hacer las tareas de la casa. En fin, un poco lo que se van a encontrar en breve», enumera Cladera. 

«Rodeado de personas buenas»

En los pisos de emancipación, los jóvenes no tienen que pagar un alquiler, tan solo deben hacerse cargo del copago para los gastos propios de la vivienda, como pueden ser la luz y el agua, y cumplir unas normas básicas para poder disfrutar de él hasta máximo los 25 años, que se resumen en estudiar o trabajar, hacer las tareas del hogar y respetar las normas de convivencia. 

Moussa Kourouma, de 18 años, lleva cinco meses en su vivienda de emancipación. Es él quien explica a este diario cuáles son los requisitos para poder tener plaza, cuál es su historia y cómo se siente ahora. Llegó de Guinea en patera en el año 2021 y en poco tiempo fue destinado a Natzaret, lugar en el que asegura haber estado «súper bien» porque «me lo pusieron todo muy fácil». En la vivienda, que comparte con cinco personas más, se forma para ser asistente de vuelo, y aunque reconoce que «fue un cambio muy grande y al principio muy complicado, porque pasas de tener educadores 24 horas a que te ayuden de forma puntual», confiesa sentirse muy a gusto siendo dueño de su vida. «Me hacía mucha ilusión y estoy contento, porque me encargo yo de mis cosas y además estoy rodeado de personas buenas».

Moussa relata su historia en la vivienda que comparte con otras cinco personas.

Moussa relata su historia en la vivienda que comparte con otras cinco personas. / B. Ramon

La historia de Fati Silue es algo diferente. Ella tiene ahora 23 años, y trabaja como cocinera en la fundación, donde cada día prepara la comida para los centros de menores de la entidad. Actualmente vive con su marido y su hija en un piso compartido, pero también pasó por la fase de protección en Natzaret y de emancipación. Llegó a Mallorca procedente de Burkina Faso. La trajo su hermana, pero la vida hizo que a los 17 años aterrizara en la fundación.

Fati prepara la comida para los centros de menores de Palma de la Fundació Natzaret.

Fati prepara la comida para los centros de menores de Palma de la Fundació Natzaret. / B. Ramon

Allí se sacó la ESO, hizo cursos de cocina y empezó a estudiar para ser auxiliar de enfermería. En el centro «siempre estuve bien», asegura», y en cuanto al piso de emancipación, en el que pasó año y medio, relata que «pasar a estar sola fue difícil», pero con el tiempo todo cambió. Se describe como una mujer luchadora y trabajadora «desde siempre» y es el claro ejemplo de que, aunque el paso a la emancipación sea difícil para los jóvenes extutelados, construir vidas plenas es posible. 

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents