La realidad del Opus Dei en primera persona: «Viví 22 años en una burbuja y salí sin identidad propia»

La historia de Maria Roca Blasco, catalana afincada en Campos, inspiró a la periodista Mònica Terribas a crear en ‘El minuto heroico: yo también dejé el Opus Dei’, un reportaje audiovisual que trata de destapar la realidad de la Obra a través del testimonio de trece mujeres de diversos países

La exnumeraria ofrece con sinceridad a este diario su experiencia tras más de dos décadas en la institución del canonizado Escrvivá de Balaguer

El próximo 4 de abril a las 19:00 Terribas debatirá en una mesa redonda organizada en Campos junto a otros periodistas sobre el impacto del periodismo de investigación, a raíz de la repercusión del socumental

Fragmento de ‘El minuto heroico: yo también dejé el Opus Dei’ en el que aparece Roca en su casa en Campos.

Fragmento de ‘El minuto heroico: yo también dejé el Opus Dei’ en el que aparece Roca en su casa en Campos. / MAX

Jordi Sánchez

Jordi Sánchez

Palma

¿Cómo ha cambiado su relación con la fe tras salir del Opus?

Reconozco que hay algo superior a mí, porque me sentiría vacía si todo acabara conmigo. Me da paz pensar que hay algo más, pero ya no uso los criterios del Opus. He explorado otras espiritualidades y veo que el enfoque de la Obra era imitar al fundador, no crecer interiormente.  

¿Cómo empezó su contacto con la Obra?

Viene del entorno social de mis padres. En los años 50, 60 y 70, durante la posguerra y la recuperación económica en España, conocían a personas del Opus Dei: empresarios con ideas claras, muy trabajadores y con una fe que llevaban a su profesión. En Barcelona había centros académicos y el IESE, ligado a la Universidad de Navarra. Mis padres no eran miembros, pero se movían en esos círculos. Luego nos apuntaron a mí y a mis hermanos a asociaciones culturales para jóvenes, los ‘clubs’, cuando tenía 14 o 15 años.  

¿Qué recuerda usted de esos clubs?

Eran muy atractivos. Ofrecían judo, clases de cocina, talleres de técnicas de estudio… En los 70 y 80, no había tantas actividades así, y el Opus sabía captar a estratos sociales altos. Pero había un contraste: en casa y en mi escuela teníamos una mentalidad más abierta, influida por el catecismo holandés o la teología de la liberación, mientras que en el club me hablaban de infierno y confesión. Eso me generaba confusión.  

¿Cómo manejó usted esa contradicción siendo tan joven?

A los 13 o 14 años le dije a mi madre: «En el club me dicen que hay infierno y debo confesarme, pero en la escuela me dicen que no existe». Mis hermanos y yo protestamos porque sentíamos que nos daban mensajes opuestos. Mi madre, sin formación teológica, decidió cambiarnos a colegios del Opus Dei. Estuve dos años, pero no me adapté y me sacaron.  

Si no se adaptó, ¿cómo acabó entrando al Opus Dei años después?

A los 17 me fui a vivir sola a otro país para estudiar en la universidad. Estaba sola, en un lugar desconocido, y las actividades del Opus me atrajeron como refugio. Frecuenté sus centros allí. Mis padres se opusieron e intentaron alejarme mandándome fuera, pero a los 20, convencida de que era una vocación divina, me hice numeraria. Fue un camino excepcional, porque en mi familia no había tradición del Opus.  

 ¿Qué significó para usted hacerse numeraria en 1980?

Un cambio total. Mis padres, al ver mi determinación, dejaron de oponerse, aunque no lo aprobaban. Renuncié a mi individualidad: dejé de fumar, adopté normas como no usar pantalones —solo faldas—, y mi madre se enfadaba porque veía que me uniformaba y otras cosas que chocaban con la naturalidad de casa. Ella no entendía por qué me maquillaba tanto o cambiaba mi forma de ser.

¿Cómo son esos primeros momentos en uno de sus centros?

Te piden poner todo —ropa, joyas, bolsos— en una maleta como ‘desprendimiento material’, para que no haya diferencias entre numerarias. Pero también era renunciar a ti misma y aceptar la obediencia absoluta a la directora. En los 80, en plena transición, había un clasismo fuerte: en un centro universitario en Barcelona me dijeron que unas amigas mías no encajaban porque eran de familias «más sencillas», mientras que allí éramos chicas con «carnet de conducir y coche».

¿Cómo era su día a día en la Obra?

Muy reglamentado. Te levantabas antes de las 7 con el ‘minuto heroico’: un beso al suelo y un ofrecimiento de obras. Luego, media hora de limpieza en silencio, oración en el oratorio, misa, desayuno en comunidad, tertulias obligatorias, rosario, lectura espiritual, examen de conciencia antes de dormir… Todo estructurado. Los centros eran solo de mujeres o de hombres, sin contacto entre ellos.  

¿En qué consistían las mortificaciones?

Había corporales, como el cilicio —punzas que te atas a la pierna dos horas al día, menos los domingos— y las disciplinas, un látigo que usabas una vez a la semana rezando un padrenuestro. También las pequeñas: beber agua templada en vez de fría o comer algo que no quieres. Al principio lo veía como disciplina para el celibato, pero luego entendí que te invadían la mente. Te volvías obsesiva, crítica con todo, incluso con cómo se sienta alguien en un sofá.  

¿Cómo influyeron esas prácticas en su percepción de sí misma?

Perdí confianza en mi cuerpo y en mis criterios. Las mortificaciones te hacían tan escrupulosa que cualquier placer —como un cosquilleo— te parecía pecaminoso. Eso afectaba relaciones futuras, porque censurabas todo lo sensual. Era como estirar tanto una cuerda que perdías la sensibilidad para distinguir qué estaba bien o mal.

¿Qué sintió usted al recrear esas escenas en la docuserie, veinte años después?

Fue emocionante y sanador. Orienté a Claudia Traisac, la actriz, sobre cómo caminar con el cilicio, explicándole que te acostumbras como a unos brackets. Tuvimos apoyo psicológico, lo que me dio seguridad. Revivirlo también me ayudó a darle sentido a mi sufrimiento y a reconciliarme con mi pasado.  

¿En qué momento empezó a dudar de su vida en la Obra?

Estuve 22 años. Los primeros diez o doce estaba ilusionada, convencida de que era mi camino a la santidad. Pero luego vi cosas que me inquietaron: compañeras enfermas a las que no podías acercarte, que todo, incluso las cartas que recibía y enviaba, pasaba por la directora. Me cambiaban de centro cada año, me decían que no servía para tareas pese a haber estudiado para ello. Creo que era un mobbing para hacerme sentir inútil.  

 ¿Sufrió depresión?

 Una directora me dijo que creía que tenía una depresión, algo que me chocó mucho en esa época. Me llevaron a un psiquiatra del Opus en Valencia, con la directora presente, y salí con ansiolíticos y antidepresivos. Estuve siete años medicada. Ahora pienso que eso me mantuvo desconectada de la realidad. Cuando salí, un médico externo me quitó todo y me recomendó deporte. Nunca más necesité medicación.  

¿Qué papel jugó la famosa dirección espiritual del centro en su vida dentro del Opus?

Era fundamental. La directora sabía la ‘voluntad de Dios’ y te guiaba como si fuera el prelado en Roma. Cada semana te confesabas con un sacerdote asignado y tenías una ‘charla’ con alguien designado por ella, donde contabas todo: fe, pureza, vocación. Después entendí que sabían cosas de mi conciencia que no les había contado directamente, lo que me genera dudas.  

¿Cómo decide salir de la Obra?

No fue una decisión clara. Intentaron que volviera con mis padres para ‘cuidarme’, pero ellos dijeron que si lo hacía, debía dejar el Opus. Yo quería salvar mi vocación, así que me quedé dos años más, aunque estaba enferma y agotada. Al final, me fui sin querer irme del todo, casi por necesidad.  

¿Qué sintió usted al dejar el Opus Dei después de 22 años?

Fue confuso y doloroso. Me fui sin querer irme del todo, porque seguía aferrada a la idea de mi vocación. Estaba agotada, enferma, y sentía que había fracasado en algo que había sido mi vida. Al mismo tiempo, había un alivio que no reconocí hasta después, porque dejaba atrás una presión constante. Pero también me sentía perdida, como si no supiera quién era fuera de esa estructura.  

¿Cuáles fueron las consecuencias prácticas abandonar la Obra?

Renuncias a todo al entrar: familia, amigos, planes. La carrera en ciencias domésticas que me saqué en el Opus no me la convalidaron, tampoco tenía contratos laborales ni cotizaciones pese a haber trabajado para el Opus, ni ahorros, ni cuenta corriente. No sabía interactuar con hombres ni hacer trámites básicos. Salí sin nada, como si hubiera vivido en una burbuja, sin identidad propia.  

El Opus dice que ahora las cosas han cambiado, que las numerarias reciben sueldo. ¿Qué piensa usted de eso?

Han cambiado porque eran prácticas ilegales, no por una decisión espontánea. Pero no basta con decir ‘ahora lo hacemos bien’. Denunciamos lo que se hizo mal, y fue sistémico, no cosa de individuos. Pedimos una respuesta institucional, porque el Opus es monolítico: nadie actúa por su cuenta ahí dentro.  

¿Cómo vivió usted la canonización de Escrivá de Balaguer en 2002?

Yo no fui a Roma, pero eso fue el colmo. Ya tenía dudas, pero ver el montaje de los viajes, el estrés, los sacrificios económicos de las supernumerarias… Pensé: «Esto no es de Dios, es propaganda y marketing». Fue un momento clave que me hizo dar el giro final.  

¿Qué sintió usted al conocer otros testimonios en la docuserie y saber que no era la única?

Cuando salí, creía que era la única. Contacté con Mònica por su rigor profesional, pero no imaginé el alcance que llegaría a tener. Me asustó al principio, pero luego me satisfizo abrir un camino. Mi familia me lo agradeció mucho, y eso fue mi mayor recompensa, porque estaba distanciada de ellos.  

¿Cree usted que el Opus sigue influyendo en instituciones, como dicen las leyendas urbanas?

En Mallorca hay escuelas con dirección espiritual del Opus, una casa de retiros en Campos, la iglesia de Sant Nicolau… Pero no sé si controlan instituciones desde atrás. Hay mucha gente buena que solo busca a Dios en su día a día. El secretismo parece más mito que algo comprobable.

 Mencionó el clasismo de la Obra en sus inicios. ¿Sigue viéndolo así a día de hoy?

En los 70 y 80 era evidente: separaban por clase social, como con mis amigas en Barcelona. Hoy está en todos los estamentos, así que el clasismo de entonces ya no define tanto a la institución. Ha evolucionado con la sociedad. 

 ¿Cree usted que el documental y su testimonio pueden ayudar a alguien?

Sí. Recibo mensajes diarios de gratitud desde todo el mundo: «Valiente», «Gracias», «Ahora entendemos». Si el Opus lo explicara todo, no habría sido necesario. Al no hacerlo, dimos la cara. Si se respetaran los derechos humanos en todas las instituciones, no habría nada que reparar. Creo que esto ayuda a quienes están dentro o necesitan comprenderlo desde fuera.

Un debate en Campos sobre el impacto del periodismo de investigación

La docuserie 'El minuto heroico: yo también dejé el Opus Dei' permitió a la periodista catalana Mònica Terribas contactar con más de una decena de víctimas del Opus gracias a un profundo trabajo de investigación que abarcó testimonios de varios continentes. Su arduo trabajo ayudó a muchas mujeres a abrirse y a contar su experiencia. 

 Por ello, Terribas organizará el próximo viernes 4 de abril a las 19:00 horas en la sala polivalente de la biblioteca de Campos una charla entre periodistas del archipiélago en la que se debatirá sobre las dificultades del periodismo de investigación y también sobre el impacto de la docuserie junto a Maria Roca, una de sus protagonistas. Será una charla distendida en la que el público podrá intervenir para hacer preguntas. 

Participarán los periodistas Mònica Terribas (moderadora), Tomeu Martí, Keta Karmany, Joan Farrès, Marta Cabrero Iglesias  y Jordi Sánchez.

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