Análisis

En el comedor escolar no hay clases

Un comedor escolar.

Un comedor escolar. / .

Matías Vallés

Matías Vallés

En los menús escolares se regatea la carne y sobre todo el pescado, a niveles a menudo inferiores a los recomendables en una dieta mediterránea equilibrada, y bajo el argumento irrefutable de que ambos alimentos están por las nubes. Los tutores de los alumnos tienen tanto derecho a proponer un aumento de las proteínas animales en la dieta como a exigir su supresión. Y el laicismo obliga a actuar de modo homogéneo y por encima de los intereses particulares, salvo caso patológicos y tasados. Colegio viene de ‘collegium’ o asociación de colegas. Si cada compañero come lo que quiere, estudia lo que quiere y se puntúa como quiere, no se entiende demasiado el fin de la institución.

En el comedor escolar no hay clases, y una clave demográfica avala esta evidencia. Los octogenarios supervivientes fueron alimentados con menús no demasiado aconsejables, y sin opción posible. Desde esta base de partida, se ha coronado la mayor esperanza de vida de la experiencia humana. Por desgracia, los alumnos actuales no afrontan la perspectiva de mejorar esas cifras. Y no todo es culpa de los nutricionistas, la última profesión imaginaria una vez agotada la plaga psy.

Cabe estar siempre a favor de la Madre Coraje que se enfrenta al sistema y lo derrota, esa heroicidad que desemboca en Antígona, pero un alumno corre hoy mucho más peligro por el tráfico o el aire que respira camino del colegio que por el menú escolar. Y como de costumbre, esta lucha particular desenmascara la patraña de los «motivos culturales», otro término woke utilizado por la izquierda para postrarse ante la única religión verdadera. O el Estado se sitúa por encima de la fe, o hay que volver a empezar.

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