Análisis
El dueño del Airbnb tiene que estar en la casa

Un usuario utiliza la aplicación de Airbnb.
El alquiler turístico es el fenómeno más destructivo jamás ideado para la supervivencia de Mallorca, por encima del turismo hotelero de masas. La «convivencia entre vecinos y huéspedes» que predican estos depredadores es imposible, porque ambos colectivos persiguen objetivos irreconciliables. Dormir y emborracharse, respectivamente.
La puesta a disposición de las víctimas de «una línea telefónica» que pagan los contribuyentes no solo es muy siglo XIX, sino que merece el mismo desprecio que los restantes servicios de atención al cliente. La única emoción de llamar a ese número consiste en averiguar si responderá «Todos nuestros operadores están ocupados» o «Denuncie el ruido a la Policía Local si se atreve». A fin de disipar las dudas, cabe adjuntar el comentario más reciente de un usuario de este teléfono de la desesperanza:
«Para empeorar las cosas, su atención al cliente es inexistente. A pesar de numerosos correos electrónicos y mensajes, no he recibido respuestas ni soluciones a los problemas de que informé. Este nivel de servicio es completamente inaceptable». Existen otras valoraciones positivas, pero en alquiler turístico siempre hay que ponerse en lo peor.
La «línea telefónica» se complementa con «un manual de buenas prácticas», que los alquiladores turísticos leerán con atención si están lo suficientemente borrachos para confundirlo con un menú de habitaciones. El truco del teléfono solo sirve para desnudar la realidad de que los propietarios de Airbnb/Habtur se desentienden de los desmanes de sus clientes.
De ahí que la regulación vigente ahora mismo en Nueva York incluya un sencillo «Requisito: El anfitrión debe estar presente en la vivienda cuando la estancia del huésped es inferior a treinta días». Hay que exigir pues al dueño del inmueble alquilado en ‘plagaformas’ que esté en casa con o sin teléfono, para compartir la jarana de sus invitados con el vecindario.
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