Fitur 2025 | El futuro del turismo en Ibiza en un contexto enrarecido
Con la temporada a la vuelta de la esquina, Fitur será determinante para saber qué deparará el próximo verano. José Antonio Roselló, vicepresidente de la CAEB, analiza los retos a los que se enfrentan las Pitiusas

Keir Starmer, primer ministro británico / EFE
José Miguel L. Romero
Fitur, la feria turística que se celebra en Madrid, abre hoy sus puertas con la pregunta de cada año: ¿volverán los turistas a llenar los hoteles de las Pitiusas durante la temporada alta? Es un buen momento para plantearse este interrogante, pues los empresarios turísticos empiezan a hacer cábalas al respecto con los datos (aún pocos pero significativos) de reservas de cara al verano.
Pero siempre hay un elemento que es clave para imaginar cómo será el año: la economía. Lo es porque determina si británicos y españoles, nuestros dos principales mercados turísticos, volverán a manejar dinero para dejarse los cuartos en estas islas o si, por el contrario, una crisis puede frustrar sus vacaciones.
En ese sentido, José Antonio Roselló, economista y vicepresidente de la Confederación de Asociaciones Empresariales de Balears (CAEB), advierte de que Fitur se celebra «en un contexto económico especialmente enrarecido en Europa, que contrasta de una manera patente con la situación de Estados Unidos». El año se ha estrenado, indica, «con una caída muy notable del euro frente al dólar, que ha alcanzado el nivel más bajo desde noviembre de 2022, acercando peligrosamente el tipo de cambio a la paridad». Apunta que «este comportamiento, que se podría entender favorable para el turismo americano y para las exportaciones al área del dólar en general, en realidad no es tan bueno, toda vez que es el reflejo de los malos indicadores coyunturales de la zona euro y, muy especialmente, el mal comportamiento del sector industrial en países centrales de la economía europea como Francia, Alemania o Italia». Es decir, que los ciudadanos de estos países van a tener más problemas para pagar sus vacaciones.

Inaguración del estand de Canarias en FITUR 2025 / Nacho González
«Una vez más —explica Roselló— la moneda como termómetro del mal de fondo. Hay una contracción de la actividad manufacturera, que se concreta en caídas de pedidos, lo cual provoca un estado de pesimismo en torno a una supuesta recuperación a corto plazo de la actividad económica en Europa. Por cierto, que la pujanza del dólar tampoco es muy favorable para pagar la factura energética que viene de Estados Unidos. Problema sobre problema».
La debilidad europea
Las frecuentes noticias sobre la debilidad de los crecimientos económicos de los países europeos (Alemania, Reino Unido y Alemania, principalmente y de manera muy preocupante) «son un elemento que, día sí y día también, está presente en los medios de comunicación europeos, los serios, tanto los generalistas, como los especializados». Y esa situación tiene «una base bastante consolidada, en el sentido de que va más allá de los evidentes y preocupantes problemas políticos que padecen Francia [con nuevo primer ministro, François Bayrou, desde hace escasas semanas] o Alemania [en vísperas de unas elecciones después de que el canciller Olaf Scholz tirara la toalla] o más allá de los temores de que con la llegada de Trump a la presidencia estadounidense se desaten hostilidades de Estados Unidos también con Europa, que este tampoco es un tema menor que genera mucha incertidumbre».
Porque «con Trump o sin Trump, hay un problema de fondo de productividad y competitividad, al que la situación política o la incertidumbre desatada tras el triunfo del expresidente estadounidense en las pasadas elecciones no hace más que añadir leña al fuego. Ahí está la preocupante perspectiva del reciente informe Draghi sobre el futuro de Europa», apunta el vicepresidente de CAEB.
Esta situación, avisa Roselló, no solo afecta a la zona euro: «También en el Reino Unido el gobierno laborista ha fijado como elemento central de su política económica recuperar el crecimiento económico, ejemplo palmario de que el Reino Unido no es ajeno al mal europeo. Ni siquiera una libra libre le permite estar al abrigo de las dificultades». Por ejemplo, en las dos primeras semanas del año se desplomó la libra y se disparó el coste de su deuda pública. Ambas cosas, sobre todo lo primero, no benefician en nada a Ibiza, que necesita que el turista británico tenga una divisa fuerte.
Lo que cambió con el covid
Ese es el lado malo y evidente de la actualidad económica, pero hay que tener en cuenta, como viene avisando Roselló desde la pandemia, de un factor que ha trastocado lo que hasta el covid era una consecuencia de cajón: «Es frecuente interesarse por la situación económica de un país o de una región geográfica para preevaluar el posible comportamiento turístico de su población. O al menos lo era en un pasado no tan lejano, donde el análisis de la situación económica era previo al de las perspectivas del turismo. Pero como venimos observando hace tiempo, parece como si el turismo se hubiese desacoplado de la evolución económica de fondo». Tras la pandemia se ha asentado el carpe diem, el vivir plenamente, aprovechar el momento, dedicar menos a otras cosas para destinar el dinero a viajar. Viajar ya es casi más importante que comer: «Este fenómeno —detalla Roselló—, que debemos calificar como más sociológico que económico (o económico pero muy influenciado por la sociología), en el sentido de que parece haberse abierto camino una nueva forma diferente de entender el mundo por parte de amplias capas de la población europea, es el que hace que la evolución del turismo siga sorprendiendo, en este caso favorablemente». Aunque los indicadores económicos den miedo, el turismo sigue creciendo, lo que a su vez (gracias al aumento del gasto) tapa agujeros macroeconómicos: «Es más, en no pocos casos de la economía internacional, el turismo es un factor esencial para explicar el crecimiento económico. De hecho, en este pasado año 2024, desde la Organización Mundial del Turismo se sacó pecho para resaltar la importante contribución del turismo al crecimiento global».
El postizo español
No obstante, alerta sobre el caso de España: «La aparente fortaleza de la actividad económica, de la que alardea el Gobierno central, tiene algo de postizo. No es creíble que un país con un problema grave de productividad, con creación de empleo muy vinculada al sector público, con una deuda importante, con una incertidumbre sobre la evolución de la inflación, pretenda dar lecciones al resto. De hecho, hay un aspecto que es la clave de bóveda de lo que está sucediendo: que la percepción social que hay en España, tal como demuestran los estudios sobre confianza en la economía, no es nada positiva». Opina que tiene que haber «una coherencia entre macroeconomía y microeconomía», y que cuando no la hay «es que algo está pasando o algo se está haciendo mal». Por otro lado, esa percepción, que considera que también es patente en Europa, «puede suponer que haya una tendencia a una mayor tasa de ahorro y esto, por definición puede afectar directamente al consumo en turismo». Es decir, que ante un panorama económico negativo, el ciudadano opte por gastar menos (o no gastar nada) en sus vacaciones.
Aun así, insiste en que, «al menos hasta la fecha, las tesis sobre la autonomía del turismo respecto de la situación económica de fondo siguen vigentes. Se diría que sigue vigente el cambio de preferencias para la cesta de la compra y esa tendencia a preferir más experiencias que bienes materiales». Más viajar y menos jabugo.
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