Crónica negra turística
La olla a presión mallorquina está a punto de estallar
La violencia protagoniza un verano bajo la conciencia de un manojo de agresiones y muertes de residentes que podrían haberse evitado, recalentando el nuevo clima hostil al exceso de turismo de excesos
Hablar de un verano conflictivo es un eufemismo. La actitud insultante hacia Mallorca, unida a las colisiones multinacionales y multirraciales, permiten concluir que la olla a presión mallorquina está a punto de estallar. La violencia de la crónica negra turística ha exacerbado el enfrentamiento entre nativos y visitantes, que por primera vez en décadas han dejado de ser aliados. Cuesta establecer el top ten de los incidentes veraniegos con desenlace a menudo mortal.
La inauguración sangrienta de la temporada se remonta a finales de mayo. El derrumbe del chiringuito ampulosamente titulado Medusa Beach Club de la Playa de Palma, con cuatro muertos y 16 heridos, simboliza la fragilidad de una planta sobrecargada incluso físicamente. La pregunta nunca fue por qué cayó, sino por qué estaba abierto en medio de un rosario de incumplimientos el local gestionado por un centroeuropeo con poderosos contactos. Salvo para Cort, que atribuyó la tragedia a haber juntado mesas en la terraza. Las víctimas son los culpables, otra innovación de este verano. Hubo que clausurar el establecimiento dos veces, cuando el Ayuntamiento se enteró por la prensa de la apertura del Laguna Playa contiguo al local desaparecido.
Alternando lo penal de homicidio con lo penal de pene, Mallorca descubrió su personal Manneken Pis al mes siguiente del Medusa y en la misma Playa de Palma. Un joven alemán con bandera incluida se puso a orinar a plena luz del día sobre los productos de los comercios situados bajo su apartamento. A miembro descubierto, no esbozó ni el mínimo intento de cubrirse, no se inmutó ante los nativos que le increpaban. El vídeo de su gesta colonial representa la situación actual de Mallorca con más fidelidad que una sesión del Parlament. Y homenajea a los miles de turistas que se han desahogado sobre las zonas verdes o los edificios históricos de la isla.
La seguridad del turismo consiste en reforzar la protección policial de los visitantes. Salvo en Mallorca, donde hasta los antidisturbios tienen que intervenir para salvaguardar a los nativos de sus visitantes. Así ocurrió esta temporada en la Playa de Palma de siempre, donde las fuerzas especializadas de la Policía tuvieron que disparar salvas sin proyectil para disolver a los violentos hinchas de un equipo naturalmente alemán de la cuarta división, el Alemannia Aachen. Estrictamente, podría hablarse de la invasión a cargo de una potencia extranjera.
Los ingleses celosos de la belicosidad alemana eligieron el pacífico paisaje de Illetes para montar una batalla campal, agrediendo al camarero que les indicó que no arrojaran objetos al mar. Los congregados por una despedida de soltero le respondieron a golpes, hasta desencadenar una pelea multitudinaria que a duras penas pudo sofocar la policía, y solo tras pagar el tributo de dos agentes heridos. Ocho turistas fueron detenidos, a falta de que los expertos determinen la riqueza que aportan.
Las playas de Florida son privadas, pero los residentes en la península estadounidense quemarían la residencia del gobernador, si no estuvieran exentos de pago en los arenales. En cambio, los mallorquines que se concentraron en el Caló des Moro para denunciar una saturación masificada y excesiva evidente fueron auscultados individualmente por la Guardia Civil. Ningún mando ni delegado del Gobierno ha asumido sus responsabilidades por afrentar a los nativos.
El balconing pierde su contabilidad rutinaria, salvo para la página de humor negro Federació Balear de Balconing denunciada por una ministra escocesa, en vez de formar a sus adolescentes para que no se jueguen la vida en las terrazas de Mallorca. O para que desarrollen su afición en los Highlands.
La desastrosa respuesta a las contingencias ha convertido este verano al aeropuerto de Madrid en Palma en International Gaza Airport. Inundaciones, apagones informáticos, cierre de pistas, volar es una aventura. Desdichada.
El premio al ruido incontrolado más estruendoso del verano corresponde al hotel Donna en la calita de Portals, agraciado por el Ayuntamiento de Calvià con una «exoneración acústica».
A nadie puede extrañarle que el décimo aniversario del mamading en dicho municipio fuera celebrado con el descubrimiento de un cadáver irlandés en las inmediaciones de Punta Ballena. Uno más.
Los frecuentes enfrentamientos multirraciales de Son Gotleu o el Molinar permiten plantear una pregunta a Aina Calvo, que acogía feliz a los argelinos desde la Delegación del Gobierno, ¿podrán pasear las mujeres palmesanas tranquilamente por la ciudad de aquí a diez años? Por si acaso, la dirigente socialista se ha instalado en Madrid.
Cómo olvidar a los nueve turistas holandeses detenidos tras abrir un boquete entre dos habitaciones de su hotel de Playa de Palma. Y cuatro valientes policías alemanes le partieron las costillas y el brazo a un taxista mallorquín de 71 años.
Finalmente, si un yate de lujo mata a una persona en Cala Bona, con un alemán y un mallorquín de protagonistas, ¿quién es el homicida y quién la víctima? Un reparto de papeles que resume la situación de la isla, y conste que el emparentamiento de estos dos últimos sucesos corre a cargo de la prensa alemana.
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