La nómina de residentes extranjeros con un perfil aventurero se propaga inextinguible en Mallorca. En el recuerdo de los sollerics, Noreen Harbord era la directora del hotel Costa Brava en el Port, una mujer «desinhibida y accesible» en labios de un mallorquín que la conoció. En el libro Reinas del Inframundo («Queens of the Underworld») de Caitlin Davies, aparecido este año en su edición de tapas blandas, la dama de la alta sociedad con baile de puesta de largo figura como la contrabandista más famosa de su país natal. Ambas imágenes son correctas.
Nacida en 1914, la infatigable Harbord formaba parte de los círculos selectos de la capital británica. Se casó con un acomodado financiero y se divorció siendo veinteañera. La operación que la convirtió en reina del crimen británico tuvo lugar en 1951, a sus 36 años. Junto al comandante John Stapleton Gordon, piloto de carreras de Aston Martin, diseñó un plan para introducir once mil relojes suizos de contrabando en Inglaterra. Junto a su pareja, llegaron a esconder hasta 7.700 en los depósitos de combustible especialmente diseñados de uno de los vehículos de competición del militar.
La aventura acabó mal, la pareja de delincuentes de clase alta fue juzgada y condenada simultáneamente. Harbord encajó con deportividad el veredicto que la obligaba a permanecer un año en prisión y a desembolsar una multa de mil libras, equivalente a 30 mil euros en la actualidad. No pidió perdón, insertó su carrera criminal en una visión aventurera de la existencia. «Soy una de esas personas que hacen las cosas más extravagantes. El otro día me subí a una grúa por una apuesta».
Podría afirmarse que Harbord se dedicó al contrabando por aburrimiento, en busca de un suplemento de excitación. Recibió su condena con el estoicismo desenfadado que caracterizaría toda su biografía. «He sido fabulosamente rica y rematadamente pobre. ¿Cuál es la mejor cárcel de mujeres, Aylesbury o Holloway?». Al igual que sucede con tantos otros expatriados, la peripecia carcelaria fue decisiva para que la alta dama desembarcara en Mallorca.
Harbord llegó a Sóller una vez cumplida su condena en Inglaterra, dispuesta a empezar una nueva vida. Fundó junto a Miguel Seguí el Costa Brava en el Port, un hotel pionero a pie de mar en los tiempos embrionarios del turismo de masas. Era inevitable que la dama ahora hotelera se convirtiera en un personaje a escala local. Alan Sillitoe, discípulo de Robert Graves y autor de La soledad del corredor de fondo, la menciona elogiosamente en su autobiografía, Una vida sin armadura. Tampoco John Wayne dejó de visitarla en su jornada sollerica.
La imagen de Harbord que transmite Reinas del Submundo no coincide con la estampa pacífica de su larga estancia en Mallorca. Aprovechando los contactos militares de su compinche, la propia contrabandista pilotaba la lancha militar que iban a utilizar para la introducción fraudulenta de relojes. Y al cinto no llevaba un accesorio de marca, sino un Colt del 45.
La transferencia de los relojes de lujo desde un buque en alta mar a la lancha de Harbord se llevó a cabo con la tripulación empuñando sus rifles montados. Afianzada en su desparpajo habitual, la reina del crimen señaló que «si tenían pensado engañarnos, estábamos dispuestos a plantar cara». Otra frase que sorprendería a quienes solo conocen la porción mallorquina de la biografía de esta mujer de alcurnia.
De hecho, se produjo un tiroteo entre la nave nodriza y la lancha pilotada por Harbord. Cuando la hotelera de Sóller quiso apaciguar a sus atacantes enarbolando la bandera británica, le replicaron que ya sabían «que eres inglesa, la Reina de los Contrabandistas». Al ser atrapada, con miles de relojes en un compartimento secreto de su Chrysler y un frasco de perfume en la guantera, no se apeó de su personaje. Recordó orgullosa a sus captores que «me fotografían cuando voy a las carreras del hipódromo de Ascot». Intentó que la liberaran porque estaba a punto de conseguir «un pasaporte diplomático del gobernador de Tánger».
Al abandonar Sóller en los años setenta, no todos los mallorquines que la habían conocido se podían imaginar a Harbord escupiendo a sus interrogadores policiales, o amenazando con enviarles a un matón si no la trataban adecuadamente. Había nacido entre algodones y murió en Londres en 2002, tras 88 años de una vida que deja sin aliento. Le sobrevivió su último esposo, Donald King.
La contrabandista inglesa se inscribe en la larga tradición de personajes instalados en Mallorca con una peripecia judicial a sus espaldas. Se alinea con los magnates Christopher Skase y Marc Rich, ambos protegidos por Juan Carlos I. O con el mayor traficante de marihuana del mundo, el pacífico Howard Marks. En la relación no abundan las mujeres, y solo una de ellas con el calificativo regio que adorna a Noreen Harbord.