Mujeres, migrantes y cuidadoras: «Solo tenemos derecho a trabajar»

Flora Suárez, Doris Patricia Rivas y María Aparecida denuncian una vida de precariedad y abusos atendiendo en domicilios de Mallorca - Protagonizan un documental que reivindica su trabajo y pone de manifiesto su vulnerabilidad

VÍDEO | Mujeres migrantes en Mallorca denuncian precariedad y abusos laborales: "Las mujeres internas son la esclavitud de nuestro tiempo"

Redacción

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Son mujeres, migrantes y cuidadoras. El servicio doméstico y el trabajo de cuidados es la primera y única puerta laboral que se les abrió cuando llegaron a Mallorca, y les condujo, como a miles de mujeres en su situación, a una vida de precariedad y abusos. Flora Suárez, Doris Patricia Rivas y María Aparecida Nascimento hablan en su nombre y en el de un colectivo «invisible» pese a que está presente en muchos hogares.

Lo hacen en conversación con este periódico y también en ‘Cuidant-nos. Històries de dones que sostenen la vida’, un corto documental dirigido por Abril Iriani, Adrián Sánchez y Abir Kellitou que se ha estrenado en CineCiutat —prevén nuevas proyecciones—. En 2020 fudaron la asociación Andiara, que desarrolla el proyecto ‘I a nosaltres qui ens cuida’.

«Participar en el documental fue una buena oportunidad porque quería contar todo lo que llevo guardado dentro desde hace 18 años, cuando llegué a Mallorca procedente de Bolivia», afirma Flora Suárez. «Aunque actualmente no me dedico a ello, durante este tiempo he cuidado de ocho personas mayores. Es un trabajo que sabemos hacer y para el que no necesitamos títulos. Lo hemos vivido en casa, nuestros mayores son muy importantes y su cuidado se nos da muy bien», introduce.

Las tres protagonistas del documental.

Las tres protagonistas del documental. / DM

«Pero sufrimos muchos abusos. Por ejemplo, en una casa me obligaron a ejercer de enfermera poniendo inyecciones sin tener conocimientos de medicina. Yo puedo ofrecer cuidado, cariño o una dieta saludable. Pero no sabía poner inyecciones, y me vi obligada a hacerlo para mantener ese trabajo», denuncia.

Suárez describe una vida sin red, sobre todo durante los tres primeros años en los que no es posible obtener el permiso de residencia y de trabajo porque lo impide la Ley de Extranjería. «Lo peor es el trato. Un perro es más importante que nosotras cuando acabamos de llegar. Yo vine en 2006, era ilegal y en ese momento nadie te explica tus derechos. Así que no tienes derecho a nada, solo la obligación de trabajar y trabajar para pagar la deuda que has contraído para venir. Dejas atrás a tu propia familia, y tus necesidades básicas quedan aparcadas. Tampoco tienes derecho a enfermar o a celebrar las Navidades con nuestros allegados, que para nosotros es muy importante. Vives esclavizada, sin horas libres y sin contrato porque no estás en situación legal», explica con la voz atravesada por la emoción.

Estas tres mujeres se han empoderado para denunciar jornadas interminables, abusos laborales y un miedo que ya se ha convertido en rabia. Es la vida sin y con papeles porque, subrayan, la sociedad nunca les deja de recordar que son inmigrantes.

«Yo tuve la documentación en regla desde el principio porque me casé. Trabajé nueve años en Girona y nunca me pagaron la Seguridad Social. Pese a tener papeles, trabajé todo ese tiempo en negro y sin contrato. Después vine a Mallorca y mi experiencia ha sido muy negativa. He tenido jefes que no me permitían que pusiera el bolso en el sofá para que no se estropeara. Y me hacían limpiar de rodillas el suelo. Me creaba un miedo, no podía tocar nada porque la señora se podía molestar», señala Doris Rivas, que se marchó de su Honduras natal en 2003 huyendo de las pandillas.

Adrián Sánchez, FloraSuárez, Doris Rivas,  María Aparecida y Abril Irati. |  DM

Adrián Sánchez, FloraSuárez, Doris Rivas, María Aparecida y Abril Irati. / DM

Despedida por reivindicar

Esta mujer relata que ha sufrido varios despidos de las casas en las que trabajaba, algunas veces por reivindicar sus derechos y otras sin mediar explicación. «Una vez me echaron con la excusa de que robaba la comida de un tupper. Pero vives de interna en esa casa y en ese momento te ves en la calle, expuesta a que te roben o te violen. Trabajabas en una casa 24 horas, siete días. Pero me ha entrado miedo a que me echaran a la calle de un día para otro, así que he decidido alquilar una habitación», explica esta hondureña.

Al igual que sus compañeras, Rivas acumula malas experiencias. «Este mismo año en una casa me descontaron una hora que invertí en ir al médico. Y otras dos horas que la mujer a la que cuidaba utilizaba para ir a la peluquería con el argumento de que durante ese tiempo yo estaba ociosa. Reclamé a la agencia que intermedia para contratarnos, pero se pusieron de perfil y me dijeron que lo hablara con mis empleadores», lamenta.

María Aparecida también tuvo que enfrentar lo desconocido cuando emigró de Brasil a Mallorca hace 14 años. «Cuando sales de tu país como emigrante sabes que vas a hacer lo que la gente de aquí no quiere hacer. Eso no es un problema; el problema es que cuando llegas afrontas una realidad muy dolorosa y de vulneración de derechos», señala esta mujer. «He sufrido situaciones de acoso sexual, como despertarme por la noche con el hijo de la señora encima de mí. Le dije que si no se marchaba, gritaría para pedir ayuda a los vecinos», manifiesta esta brasileña.

Señala a los empleadores que se aprovechan de su vulnerabilidad, pero también a un Gobierno que, denuncia, no la protege ni a ella ni a las miles de mujeres en su situación. «Es necesaria una ley que delimite nuestras funciones, que establezca unas condiciones dignas y que nos proteja de los abusos. El Gobierno también es responsable de que tengamos que trabajar en negro y en la más absoluta precariedad lo primeros tres años porque no podemos regularizarnos», lamenta.

Inmigrantes «toda la vida»

El horizonte se despeja de algunos obstáculos cuando después de un largo y angustioso proceso administrativo logran la documentación pero, reiteran, sigue habiendo un ellos y un nosotros. «Yo ahora tengo papeles, pero sigo escuchando ‘puta inmigrante’ y cosas por el estilo. Seremos inmigrantes toda la vida. No extranjeros, esos son los europeos», ironiza Suárez, que en la actualidad se está formando para trabajar en una cocina.

«Pero ya no siento miedo, es más bien impotencia y rabia. Un día iba en el bus con mi hija. Dos jóvenes empezaron a decirme de todo, pero nadie les dijo que me respetaran», recuerda.

Advierten de que como consecuencia del envejecimiento de la población española, en los próximos años habrá más personas mayores a las que atender, pero pocas dispuestas a hacerlo. «Nadie se ha preocupado de cuidar a las que cuidamos», asevera María Aparecida. «No hay incentivos, ni formación. Ahora estoy estudiando enfermería porque quiero seguir en el ámbito de la geriatría. Pero si no hay políticas a favor de este ámbito no habrá quien quiera hacer este trabajo, y al final todos lo vamos a necesitar», manifiesta.

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