Un grupo de mallorquines preocupados por el crecimiento urbanístico desmesurado, la masificación turística y las heridas que sufren al territorio y el patrimonio natural de Mallorca a manos del ladrillo y el asfalto fundaron hace ocho años Terraferida. Aprovecharon el potencial de las redes sociales, sobre todo Twitter, para publicar mensajes y denuncias que a menudo se hicieron virales, llegando a miles de personas.

Sin recursos públicos ni una estructura profesional, Terraferida se convirtió rápidamente en uno de los críticos más duros contra las políticas —o más bien la ausencia de ellas— del Govern y del Consell, en manos de las izquierdas. La existencia de la entidad ecologista ha cubierto las dos legislaturas de Francina Aemengol pero, lamentan, todas sus propuestas y estudios han sido ignorados. 

Los ecologistas llegaron a muchas conciencias con tuits que rápidamente se hicieron virales, como uno en el que mostraban la masificación en es Caló des Moro. Advirtieron contra la saturación turística de los años previos a la pandemia, contabilizaron las plazas de alquiler turístico que tenía Airbnb en Mallorca y alertaron sobre la desbordada oferta ilegal. 

En su tiempo libre y con recursos propios, los activistas publicaron varios informes con datos y fotos comparativas que ponían cifras a la pérdida de suelo rústico, devorado por chalets de lujo.