Boda gitana de Lucía y Daniel en Ibiza: «¡Quién se pide, quién se casa, los más guapos de mi casa!»

La fiesta comienza a primera hora de la mañana, con las bendiciones, y se prolonga hasta la noche

Marta Torres Molina

No es aún Domingo de Ramos, pero Piedad Muñoz luce una rama de olivo tras la oreja, decorando su prietísimo moño. El verde ceniciento de las espigadas hojas contrasta con el azul klein de su vestido. Y con el rojo intenso del carmín y del coral de los pendientes de camafeo que bailan al son de sus palmas. «¡Como las artistas!», exclama Piedad, una de las cientos de invitadas que, sentada a pleno sol, aguarda frente al Recinto Ferial a que llegue la novia, Lucía. Hay palmas, hay música, hay cantos. Los pequeños acaban de llenar sus cestitos con pétalos de flores. Daniel, el novio, espera ya bajo el arco con flores flanqueado por dos pequeños damos de honor: José, con traje azul, y Saúl, con chaleco granate. Ellos sostienen ahora los cojines con las alianzas que hace sólo unas horas, en el portal de su casa, Daniel apretaba para aliviar los nervios.

Y es que las palmas, la alegría, la música y los cantos —«¡ali ali ali se la llevó, ali ali ali....!»— llevan en danza desde primera hora de la mañana. En casa de Daniel, mientras se viste con su traje tornasolado y aguarda, rodeado de vecinos, amigos y familiares, a que baje la novia. Y en la de Lucía, mientras la ayudan a enfundarse en su traje de novia, mientras su abuela Carmen le coloca la corona, mientras posa para mil y una fotos. Los cánticos de la corte del novio -«¡quién se pide, quién se casa, el más guapo de mi casa!»- se cuelan por las ventanas abiertas de la casa de la novia, a donde conduce un camino de pétalos blancos. Las puertas están abiertas. En la mesa del salón, merengues y pasteles que Sebastián Muñoz, Gato, el padre de la novia, ofrece a todo aquel que cruza el umbral.

VÍDEO | Así ha sido la boda gitana de Lucía y Daniel en Ibiza

Marta Torres Molina

Las casas de los novios, que son vecinos, parecen hormigueros. El trasiego de gente cargada con bolsas, peladillas, ropas, cables es de locura. Abajo, junto al Hummer blanco que hará las veces de coche nupcial, con buena parte de las familias ya lista, comienzan los bailes. Antonia salta al centro y baila con Daniel, que cambia varias veces de pareja antes de quedarse parado. Congelado. Ve a Lucía, con su vestido blanco cuajado de pedrería, y todo se detiene a su alrededor. Unas lágrimas ruedan por sus mejillas. Lucía, emocionada al verle así, le abraza. Le besa con cariño muy cerca de los labios. Se miran. Se sonríen. Y el mundo vuelve a rodar. Y a cantar y a dar palmas.

Las bendiciones

Hasta que llegan las bendiciones. Y se hace el silencio. Arrodillados sobre una sábana satinada y unos cojines blancos, los novios escuchan a sus padres. «Oré pidiendo un hijo bueno y sólo con ver a Dani supe que lo era», afirma Sebastián. «Estoy orgulloso de la mujer en que te has convertido. Valiente, fuerte, respetuosa», continúa -«¡Viva el padre la novia!», claman- antes de ceder la palabra a su futuro consuegro, Francisco Moreno, Frasco, que habla de la estrella que ganan en la familia con Lucía. «Qué bonitas palabras», comenta una de las invitadas levantando la cabeza al cielo y abriendo y cerrando muy rápido los ojos, un intento de contener el llanto. «Se nos va a destrozar el maquillaje», bromea Marisol Rodríguez, cuya boda reunió a más de 1.200 invitados. «¡Vivan los novios!». ¡Viva el padre del novio!».

Y entonces, la desbandada. «¡Todos para el recinto que hay que montar el escenario para los músicos!», grita una de las familiares. Y todos, obedientes, para allá que se van. Los novios se abrazan. Se hacen fotos. Con calma. Casi en silencio. Mientras en el Recinto Ferial un ejército de amigos y familiares se ocupa de los últimos flecos.

Colocan bien las flores del arco. Esconden los cables del escenario. Sirven las primeras cañas tras la barra. Llenan los cestos de las damas de honor de pétalos y peladillas. Despliegan la alfombra blanca por la que desfilarán los novios. Preparan los globos que, en recuerdo de Sebastián, el abuelo de la novia, lanzarán al aire. «Es mi primera boda gitana», comenta Montse García, concejala de Vila encargada de casar a Lucía y Daniel. «La primera y también la última», añade la edil, que no va en listas para las próximas elecciones.

«No tengas pena, mi niña. Contigo siempre estaré. Yo, desde el cielo, con polvo de estrellas, te bendigo». Uno de los familiares de Lucía presta su voz a un poema que recrea lo que su abuelo le hubiera dicho en un día muy especial. El novio, bajo el arco de flores, se emociona. La novia, cogida del brazo de su padre, se emociona. Los invitados (buena parte de ellos amigos e integrantes de las familias de los novios: los Kenenes, los Cagarrias, los Anzarrobas, los Cazurros, los Meloneros y los Lilos), concentrados en la explanada frente a la carpa, se emocionan. «Ningún acto puede medir el amor, el respeto y el compromiso», dice a los novios, antes de casarlos, la concejala. «No son ya más dos, sino uno», continúa, en la ceremonia, Carmen, la abuela de Lucía, encargada de leer algunos pasajes de la biblia. A la una del mediodía, entre aplausos y vítores, y antes incluso de que la oficiante les diga que ya pueden besarse, los jóvenes se funden en su primer ósculo de casados. Y entonces, vuelve el hormiguero. Un ejército de invitadas con alegres mandiles de lunares reparten cocas, canapés, jamón, queso, pasteles, montaditos...En la barra, que atienden media docena de amigos y familiares, no dejan de servir cañas, vinos, refrescos y vasos de la cuerva que prepararon la víspera del casamiento.

El aroma del sofrito del arroz impregna el ambiente. «Cuidado no te vayas a caer en la perola», advierte José María Rodríguez Moreno, Tiznao, que lleva 40 años preparando arroces para bodas gitanas. No lo dice por decir. Hace unos años le pasó a él.

«Menos mal que pude cogerme de las asas», recuerda mientras sus ayudantes, Sebastián y Luis, ríen. Sobre la mesa, decenas de cucharas de madera por estrenar que se usarán para servir las mesas, zona, por el momento, vedada a los invitados, que se concentran en la barra. Bebiendo, bailando, cantando, riendo, comiendo. Los novios siguen haciéndose fotos. Y sus padres y sus madres respiran, aliviados. Queda todo el día por delante. Y la noche. Pero ya es sólo fiesta.

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