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Opinión

Armengol absorbe Baleares

El coraje de mantener IRPF y Patrimonio sin rebajas, la tibieza al defenderlo. EFE

Es el día de los interrogantes mayúsculos. ¿Qué personalidad política mallorquina ha perdido siempre que se presentaba a un cargo distinto de la presidencia del Govern, pero ha ocupado el Consolat cada vez que ha aspirado a encabezar la autonomía? La respuesta es doble, Gabriel Cañellas y Francina Armengol. 

Este emparentamiento antinatura es clave para entender el discurso de la presidenta de Balears, en la inauguración del debate del estado de la comunidad. Armengol se lanza al combate electoral contra las encuestas, con la entereza y la testarudez del Cañellas malherido de 1995. Los historicistas matizarán que el patriarca autonómico venció cuatro veces, por solo dos triunfos de su sucesora. La contrarréplica es fácil, ¿qué personalidad política mallorquina invirtió cuatro décadas de jerarquía regional inapelable, donde el primero era siempre el PP y el segundón era cada vez el PSOE? Armengol, que cancela la herencia deCañellas y lo suplanta.

 El calibrado con el cañellismo mide la consolidación del armengolismo, en un discurso mucho más ordenado de lo que era costumbre. La presidenta absorbe Balears, pretende personificar el archipiélago sin fisuras. La inquilina ha venido para quedarse, a falta del veredicto de los empobrecidos propietarios de la finca. De ahí una intervención consensuada durante el pasado fin de semana, mediante aportaciones de Antònia Jover sin Yllanes y de Lluís Apesteguia con Fina Santiago. Y si los datos cuadraran, hubiera sido un mensaje impresionante. No es así. 

En su alarde tecnocrático, ¿cuántas cifras aportó Armengol durante casi una hora y media? Se miden en centenares. Si se le preguntara ahora mismo sin papeles, la presidenta no habría retenido más de una docena de datos, incluidos la población de Balears y el número de islas. Entonces, qué sentido tiene asaltar a la audiencia desinteresada con un diluvio numérico. Los oyentes hubieran preferido que se centrara en el golpe directo de reclamar «fuertes aumentos de sueldo para mitigar el alza de precios». Su papel es además subordinado, y al elevar la autonomía casi a independencia con el manifiesto de que «no permitiré que pague la crisis quien trabaja duro», cabe recordarle que el Govern no puede ni acceder a la estructura esencial de Son Sant Joan sin tarjeta de embarque.

Armengol exhibe la valentía de mantener intacto casi en solitario el IRPF, así como el impuesto al Patrimonio que afecta a unas decenas de miles de votantes de la derecha. La oposición frontal a Ayuso se diluye por la tibieza en la defensa de esta medida capital, hasta que recurre al gremial «no creemos en una rebaja generalizada del Impuesto sobre la Renta», que convendría a personas «como ustedes y como yo». Es la primera vez que un president se atreve a dirigirse al Parlament reprochando sus sueldos a los diputados, ojalá mostrara la misma energía para decapitar a los lastres municipales e insulares de su partido que pueden costarle un tercer mandato que la igualaría a Cañellas.

Se llega por fin a la cortina de humo de los doscientos millones en ayudas directas, que coparon el discurso. La absorción de Balears a cargo deArmengol es tan intensa, que obliga a recordar que el dinero no lo dan ni ella ni su Govern, sino que se entrega endeudando a los mallorquines actuales y a los venideros por los siglos de los siglos.

Además de caro, es un ungüento superficial. Difícilmente «nos blindarán contra el aumento de precios» los doscientos millones a repartir entre el millón de integrantes «de la clase media y trabajadora», sonsonete repetido en dos ocasiones para remachar la sintonía con Pedro Sánchez. El aporte equivale a doscientos euros per cápita. No alcanza ni a una décima parte de la suma devorada por la inflación a cada mallorquín, hasta un total superior a los tres mil millones. ¿Cuánto tiempo puede vivirse en Balears con doscientos euros?  

Con astucia de prestidigitadora, Armengol entretiene el grueso de su discurso con una partida que supone apenas el tres por ciento del presupuesto de la Comunidad que solo administra. Se le puede disculpar con Chesterton en que «si merece la pena hacer algo, también vale la pena hacerlo mal». 

Al camuflar el invierno preelectoral con tamaña profusión de datos, sorprende que Armengol omitiera la ayuda millonaria al Real Mallorca, auspiciada por el Consell pero respaldada económicamente por su Govern. En el lenguaje presidencial, la suma destinada a un club de empleados que van a trabajar en Porsche resolvería la inflación de diez mil mallorquines, del orden de la masa social del equipo.

Citar a LaLiga no es más demagógico que cargar contra los «fondos buitre», omitiendo que son propietarios de una porción creciente del patrimonio inmobiliario y de la totalidad de la hostelería de lujo balear. O que regodearse en los éxitos en «descarbonización», al mismo tiempo que la Vía de Cintura estaba colapsada en dirección Andratx. O que presumir de «combatir la dependencia del vehículo privado», ante un auditorio que sumaba más de veinte coches oficiales. O que pasar de comprar espacios naturales a adquirir hoteles obsoletos, el pelotazo final del turismo basura. O que acabar un discurso patrocinado por la Caeb con una cita de la anarquista Emma Goldman. La infatigable presidenta afrontó incluso el «crecimiento de la población humana», solo le faltó resolver la Guerra de Ucrania. A cambio, su asignatura pendiente es trasladar un estado de ánimo, movilizar mediante el lenguaje (Churchill), interpretar el signo de los tiempos. Aquí todavía la aventaja Cañellas.

No cabe descartar a la presidenta una tercera oportunidad, porque su mayor fortaleza consiste en la ausencia de oposición, debido al desvanecimiento de la institución más poderosa de Balears, que era el PP clásico. En ocho años no ha destapado un solo escándalo, ni ha aprovechado ninguno de los casos surgidos a sus espaldas. Marga Prohens no es hoy una rival a la altura de Armengol, los populares tendrán que recuperar Balears desde Madrid. 

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