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Carlos López: Contra el tabú de la anorexia masculina: la historia de Carlos

La teoría dice que un 10% de los casos de anorexia afectan a chicos, pero los profesionales resaltan que los varones tardan más en consultar y creen que la incidencia va en aumento

Carlos López

Era una noche como cualquier otra pero una mirada al espejo lo cambió todo. Carlos cenó solo en su casa y a continuación fue al baño y se provocó el vómito. Una vez más. A sus 34 años, él ya tenía una técnica depurada para purgarse, hasta el punto de ser capaz de provocarse el vómito sin necesidad de meterse los dedos en la boca. Carlos llevaba casi diez años de práctica clandestina, sin que nadie a su alrededor se enterara. Y él iba tirando con su trastorno, repitiéndose lo que se dicen los adictos: «Yo controlo». Hasta aquella noche de 2021 en que se dio cuenta de que no controlaba nada, que las purgas habían aumentado y se producían casi después de cada comida, que su estado de ánimo hacía tiempo que no era normal, que estaba cansando, que se aislaba... Aquella noche tras purgarse notó mucho dolor en el pecho: «Fue como si me desgarrara el alma, me miré en el espejo y vi mi rostro y era una calavera». Esa noche hizo el ‘clic’, tenía que pedir ayuda.

Carlos López es pedagogo y tiene un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Su diagnóstico es de anorexia nerviosa purgativa, no bulimia como pensaba en un principio ya que también restringía lo que comía y sus purgas no se producían después de un atracón de comer. Sí, los hombres también sufren anorexia: los estudios apuntan que uno de cada diez pacientes afectados por este trastorno son varones, aunque hay expertos que perciben que esta cifra podría estar aumentando. Tras llevarlo en secreto tantos años y después de haber dado el paso de gigante de pedir ayuda, hoy Carlos habla para ayudar a derribar estigmas: el de la salud mental en general; el de los trastornos de la alimentación en particular; y, cerrando aún más el foco, el de los trastornos de la alimentación en chicos. Hoy Carlos habla, pero no le ha sido fácil llegar hasta aquí.

Él era un niño gordo. Y feliz. Le encantaba comer y en el colegio nunca recibió un trato malo por ello, más allá de algún insulto suelto que no recuerda como especialmente traumático. Al llegar a la adolescencia sí empezó a percibir rechazo, a recibir insultos que sí le dejaban huella y a desarrollar miedos, como el de quitarse la camiseta al ir a la playa.

Así en él nació el deseo de «ser delgado, atlético y guapo», todo aquello que la publicidad, el cine, la televisión y las revistas le decían que tenía que ser (y en aquella época aún no había la presión de las redes sociales, reflexiona). Hacía deporte y probaba dietas pero duraba dos días. A los 20 años, Carlos, con su metro ochenta de altura, pesaba 120 kilos. Unos alarmantes análisis le hicieron reaccionar. Hipertensión, triglicéridos disparados... «Te va a petar el corazón», le dijo el médico.

Así afrontó un proceso de adelgazamiento «bien hecho»: muy poco a poco, instaurando buenos hábitos de alimentación, haciendo ejercicio, con controles cada semana... En cinco años bajó a 95 kilos. Y descubrió su nuevo estatus social como persona no gorda. Y le gustó. Y se hizo, de forma inconsciente, una promesa: «Jamás volveré a estar gordo».

Se marcó un ‘peso límite’. Y cuando comía algo que él percibía como ‘peligroso’ (comida rápida, alcohol...) se sentía mal. Las Navidades, asegura, son un periodo extremadamente difícil de sobrellevar. No recuerda la primera vez que se provocó el vómito, pensando que si la comida no llegaba al estómago todo estaba bien. Se convenció de que él (listo, formado, trabajando en el sector social con personas con discapacidad) «controlaba». Y si al principio el objetivo era no engordar, pensó que si además adelgazaba un poco más, pues mejor. Y las purgas fueron incrementándose, coincidiendo además con un periodo de crisis vital alargada, algo que, según ha trabajado en terapia, alimentaba su TCA y viceversa.

2 o 3 veces al día

Así, ‘sin darse cuenta’ las purgas pasaron de producirse de 2 a 3 veces a la semana, a 2 o 3 veces al día: casi todas las comidas. Llegó a bajar hasta los 70 kilos. Prometía no purgarse, pero no podía evitarlo. Se castigaba y sentía decepción consigo mismo por actos como tomarse una cerveza con los amigos. «Yo he parado en la cuneta a vomitar un dónut», dice para ejemplificar hasta qué punto llegó el trastorno. Se aislaba y rechazaba planes para evitar la comida.

«Estás mal y te da igual todo, sientes ansiedad y comes más, entonces te purgas más...», describe, «la depresión y el trastorno van de la mano». No tenía ni 35 años y sentía un gran cansancio y su ánimo era cambiante (tristeza, irascibilidad...). «Cuando tu cuerpo tiene hambre, todo se resiente», explica: «El médico me dijo que incluso mi corazón iba más lento». Algunas personas próximas empezaron a notar algo, una compañera de trabajo lo insinuó y su novia lo puso sobre la mesa. Pero Carlos siempre negaba. Hasta aquella noche de 2021 que se vio calavera.

Al día siguiente llamó a su médico de cabecera y le contó todo. «Sientes miedo, y culpa, aunque el trastorno no lo hayas creado tú», narra. Su médico, el que le venía tratando de siempre, se mostró muy sorprendido (como todo su entorno en general) y le derivó a la Unidad de Salud Mental (USM). Carlos, que trabaja en el sector social, ha acompañado a muchas personas a la USM y lloró durante 15 minutos cuando se metió en el coche con el papel que decía que ahora él era quien debía acudir a esta unidad. La USM no le citó hasta cuatro meses después, unos meses «muy duros». En ese tiempo su médico estuvo muy pendiente de él, le llamaba cada semana para darle ánimos. Se lo contó a su pareja, para quien solo tiene palabras de agradecimiento al haber recibido por su parte «un apoyo constante». Con un TCA «lo pasas mal tú, y la gente a tu alrededor».

A finales del año pasado por fin lo citaron a la USM y de ahí lo derivaron al Programa de Atención Especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria (PAETCA) de Son Espases. Verse allí en la sala de espera rodeado de chicas jóvenes fue uno de esos momentos que no olvidará. Comenzó a llevar un registro de cada comida que hacía, de las purgas que llevaba a cabo y también si había conseguido refrenar el impulso. «Llevaba ocho años mintiendo, a mí mismo y a los demás, había llegado el momento de decir toda la verdad; en realidad, si te mientes le estás dando de comer a tu trastorno».

Carlos vio que tenía las purgas automatizadas, ni lo pensaba, y no concebía un día sin hacerlo. Entró en el programa del Hospital de Día, donde estuvo trabajando con unos profesionales «que hacen un trabajo de 10», insiste. Durante un mes fue a comer allí y asistió a sesiones grupales. Mejoró (allí comió y, y esto es lo importante, digirió el primer kebab de su vida), pero como aún seguía purgándose el pasado mes de abril le propusieron ingresar en el Hospital Psiquiátrico unos días. Y Carlos aceptó el ingreso voluntario.

Pasar dos semanas aislado en una habitación, con el baño cerrado con llave, vigilado y forzándose a comer fue muy duro, pero lo superó. Y ahora ve resultados: consigue pasar varias semanas sin purgas y ha vuelto a trabajar. Aun así, sabe que lo suyo es una lucha permanente: «Voy día a día y siendo consciente de que ‘la vocecita’ siempre va a estar ahí». Su camino no tiene fin, pero en lo que lleva andado ya ha aprendido muchas cosas, como que hay que ser amable con todo el mundo «porque no sabes por lo que puede estar pasando por dentro». Reflexiona mucho sobre las consecuencias que tiene la imagen perfecta que la sociedad nos exige a todos, una tiranía que se ceba con las mujeres pero que también afecta a los hombres, a los que además les puede costar más pedir ayuda.

El PAETCA

«Los chicos tardan más en consultar», confirma Iratxe Aguirre, la psiquiatra referente en el Programa de Atención Especial a los Trastornos de la Conducta Alimentaria (PAETCA) en Son Espases, «y les puede costar más pedir ayuda». Aguirre es de las voces expertas que perciben que la incidencia de la anorexia en chicos (actualmente el 10% de los diagnósticos) está aumentando. Añade que la proporción de varones afectados por los trastornos por atracón es mayor y representan alrededor del 40% de los casos.

Aunque en general las bases son similares, la psiquiatra describe una serie de peculiaridades que suelen darse (no siempre: la historia Carlos lo prueba) en los chicos con anorexia, como la tendencia a recurrir al ejercicio excesivo en vez de a otras «conductas compensatorias» más habituales en las chicas (como purgarse). Por ejemplo, ellos se suelen focalizar más en alcanzar un tipo de cuerpo y no tanto en la delgadez numérica. Además, sus transgresiones dietéticas son diferentes, tirando más hacia una alimentación hiperproteica. En algunos perfiles, indica Aguirre, también hay una relación con el consumo de tóxicos.

También hay casos de anorexia entre los chicos menores de edad (no olvidar que la adolescencia es el momento habitual de ‘debut’ en este tipo de trastornos). Rebeca Corbacho, psiquiatra infantojuvenil que atiende los casos de menores con TCA en Son Espases, cree que los niños varones afectados por estos trastornos «pasan más desapercibidos» aunque se dan y de hecho al Institut Balear de Salut Mental de la Infància i l’Adolescència (IBSMIA) les llegan «algunos casos muy graves» y con inicios cada vez más precoces, dado que la presión por la imagen perfecta golpea cada vez más pronto a los jóvenes e incluso a los niños.

La anorexia en chicos es un tema tabú, pero se va rompiendo. Una muestra, que a Carlos López le ayudó mucho, es el libro Hambre, escrito por Toni Mejías, uno de los componentes del grupo de rap Los Chikos del Maíz quien cree que uno de los síntomas más evidentes de la anorexia es «el frío».

Y es que el rapero cree que esta enfermedad es «como un abrazo de hielo, que te atrapa y no te suelta». Mejías escribió el libro «para buscar salidas conjuntas donde otros solo ofrecen muros y derrotas individuales». Carlos leyó sus palabras durante su ingreso en el Psiquiátrico, por recomendación de una enfermera, y ahora ha decidido hacer su aportación contando también su historia. Concluye: «Dejaos ayudar».

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