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Convento de Sant Jeroni de Palma: un despropósito sujeto a excesiva clausura

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El convento de Sant Jeroni de Palma es propiedad de la orden de monjas Jerónimas que lo habitaban hasta hace unos años B. Ramon

Que nadie pretenda tirar la primera ni la última piedra en el desaguisado del monasterio de Santa Elisabet de Palma. Las partes enfangadas en un pleito con prórroga, nada didáctico y mucho menos evangélico, es decir, monjas Jerónimas, Obispado y Administración, están obligadas por igual a reparar el edificio del respeto a la historia, el patrimonio y los valores religiosos responsables. Pero, a la vista de las posturas encontradas, mucho nos tememos que se seguirá castigando a la sociedad isleña con el espectáculo de un litigio sin causa aparente, pero real, y que mantiene abierta la vía de la motivación inconfesable. Nos privan de la inocencia y de la confianza desde el momento en que la actuación monacal deja patente que no todo es bucolismo y serenidad en la clausura evasiva. La especulación no reconocida llegó a infiltrarse tras sus rejas. O se le abrió la puerta directamente.

El Obispado dice que seguirá peleando por la propiedad de Santa Elisabet para recuperarlo para la vida religiosa y las Jerónimas que lo defenderán con uñas y dientes por la misma causa. ¿Qué sentido tiene entonces el pleito? ¿Prima el valor material? Por qué el misterio. No están los tiempos para competir con la Santísima Trinidad.

Vista desde la perspectiva de hoy, la inmatriculación realizada en su día por el obispo Salinas, desfasada en cuanto a apetencia eclesial, ha posibilitado sin embargo que Santa Elisabet no haya sufrido mayor expolio o transformación inadecuada. Basta recordar la pasividad inicial de Maria Salom y posteriormente Miquel Ensenyat, desde el Consell, tras conocerse que se había vaciado el cenobio de cuadros, que salieron cargados en camiones.

La mentira debe purgarse. Los vaivenes dados por las monjas no las dejan en buen lugar. Basta exhibirles la hemeroteca para recordarles que en el momento de trasladarse a Inca sí tenían al menos propuestas no rechazadas para el cambio de usos del monasterio. Hoy saben que el ordenamiento urbano y la protección patrimonial de Palma lo impiden. Vuelven a mirar a la vida religiosa, pero lo hacen desde la óptica del rancio Demerio Fernández, igual que si el prelado de Córdoba tuviera jurisdicción en Mallorca.

Todo esto tendrá sentido el día en que el obispo de Mallorca y la presidenta de la Federación de Jerónimas puedan comparecer juntos para dignificar el hoy y el futuro de Santa Elisabet. Solo será posible con mediación divina.

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