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OPINIÓN

Valtònyc deja en ridículo al supremo (y IV)

Valtònyc deja en ridículo al supremo (y IV) EFE

El Tribunal Supremo de un país europeo coronado dicta una sentencia inapelable contra la libertad de expresión, tres años y medio de cárcel. El afectado se fuga, que es la primera obligación de un preso. Convertido en un refugiado de conciencia en otro país europeo coronado, el bufón prófugo ridiculiza en campo contrario y por cuarta vez consecutiva a los pomposos juristas que lo habían condenado. Un triunfo de la libertad de exprisión. Los jueces belgas llegan al extremo de modificar su propia legislación a instancias del perseguido.

Entretanto, y porque España siempre exagera, los versos criminales del cantautor han quedado trasnochados. En un país donde Los millones de Corinna y Juan Carlos acabará siendo el título de la canción remitida al festival de Eurovisión, el provinciano Valtònyc se queda en poeta rústico, falto de mordiente. Sus letras han sido superadas por los duetos con interpretación inigualable de Villarejo y Cospedal. Ninguno de ellos será condenado, por si acaso se les ocurre huir a Bélgica.

Un rapero ripioso pone contra las cuerdas al Supremo con más fuerza que Puigdemont, que no arrastra una condena firme a cuestas. Los argumentos jurídicos que blindan a Valtònyc y declaran «infundada» la sentencia española proceden de los jueces de la monarquía belga, que alberga a las instituciones europeas en Bruselas, y que fundó la UE en 1957. Un país primitivo, que en ningún caso puede igualar a los tenores supremos de la consolidada democracia española. Y van cuatro.

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