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Los otros refugiados en Mallorca: Sufrir homofobia en El Salvador, huir de la muerte en Nicaragua y esperar seis meses el permiso de trabajo

La isla ha hecho un despliegue extraordinario para atender a los ucranianos, pero el sistema y la sociedad siguen recibiendo con muchas menos facilidades a otros cientos de solicitantes de asilo

Refugiados en el centro de acogida de Son Rapinya. GUILLEM BOSCH

Mallorca, al igual que el resto de España, ha realizado un despliegue extraordinario para atender a los refugiados ucranianos, pero el sistema sigue recibiendo con menos facilidades a otros cientos de solicitantes de asilo. Tomeu Miralles, director del Centre d’Atenció a Refugiats de Son Rapinya, cedido por el Govern y gestionado por la Cruz Roja, constata que se ha creado una suerte de «agravio comparativo» entre usuarios de otras nacionalidades y los ucranianos. «El resto de solicitantes no tiene permiso de trabajo hasta los seis meses y los desplazados de Ucrania lo tienen a las 24 horas», ejemplifica. «También es cierto que se ha producido un desplazamiento masivo en poco tiempo y se ha tenido que dar salida a todas las demandas», matiza. «Nos hemos volcado en ellos, en distribuirlos lo mejor posible, en buscar traductores. Estos esfuerzos han afectado a nuestros servicios», subraya. «Y el resto de usuarios lo ha percibido», lamenta. «La sociedad se ha volcado con Ucrania, la respuesta no ha sido la misma con otros países, quizá porque se conoce mejor su conflicto y tienen más presencia en los medios», argumenta.

José Ruiz (nombre ficticio) es uno de los refugiados no ucranianos que está acogido en Son Rapinya. «Mataron a mi mejor amigo», cuenta consternado este joven nicaragüense de 28 años. Este estudiante padeció la «dura represión y persecución» que ordenó el presidente de Nicaragua Daniel Ortega contra los manifestantes del país que empezaron sus protestas en 2018 «en apoyo a los jubilados, pues se anunció una reducción del 5% de sus pensiones», relata José. «Esto fue hace cuatro años. Los estudiantes nos movilizamos por nuestros mayores y después ya clamó todo el pueblo». Eran «marchas pacíficas», asegura, pero «empezaron a darse casos de secuestros y asesinatos de estudiantes». «Sólo en abril de 2018 hubo casi 400 personas muertas o desaparecidas», calcula. El joven vivió la escalada de violencia desde muy cerca. «Organizamos una brigada de primeros auxilios porque se había dado la orden en los hospitales públicos de no dar asistencia a los rebeldes», relata. «Aquello era como una Guerra Civil. Nos truncaron también los estudios porque cerraron muchas universidades. Yo estudiaba Ingeniería Civil y ya no pude ingresar de nuevo a la Facultad», explica. José tomó plena conciencia de que iban a por él y su círculo de amistades cuando secuestraron a uno de sus amigos, Marco Noa, «que también era del grupo de primeros auxilios». Los paramilitares lo capturaron y lo torturaron. «Yo también estaba fichado, estaba en búsqueda y captura», asegura. «Subieron mi cara a las redes sociales y me definieron como el cruzrojista vandálico. Yo en ese tiempo era voluntario de Cruz Roja», indica. «También dispararon a mi mejor amigo. Me mandó un mensaje que no podía respirar, pero ya no llegué a tiempo», narra afligido.

El cerco se estrechaba y José se dio cuenta. «Huí, estuve prófugo. Me escondí en una finca muy lejana de mis abuelos durante siete meses. No tenía ni luz», relata. Luego conoció a un voluntario español de Cruz Roja a quien pidió ayuda. «Permanecí escondido un año más, en una casa. Durante ese tiempo perdí también a mi hermana mayor en una de las marchas pacíficas». En 2020 irrumpió la pandemia y no pudo viajar. Consiguió partir hacia Costa Rica, pero hubo de regresar a Nicaragua «porque la frontera estaba fea». Consiguió salir del país el 25 de junio de 2021. «Volé hasta Panamá y de allí hasta el aeropuerto de Barajas y luego hasta Mallorca», cuenta. «Sigo teniendo miedo, aunque ahora estoy más tranquilo. No tengo redes sociales, no quiero que me encuentren». José, además de voluntario internacional de la Cruz Roja, es cocinero y trabaja en la isla de ayudante de cocina en un establecimiento. «Me falta un mes para acabar el programa y salir del centro», cuenta. Lo próximo es encontrar un piso. Y volar con total autonomía.

Miguel Mariona (nombre figurado), también usuario de Son Rapinya, huyó de El Salvador el pasado septiembre. Ha padecido homofobia y recibido palizas «por criticar al Gobierno». «Allí o te posicionas a favor o te persiguen», comenta. «Si te meten en el calabozo, ni siquiera informan a tu familia. Está habiendo desaparecidos y van encontrando cementerios fantasma. Ahora hay un régimen de excepción».

Todo empezó el día que estaba jugando al fútbol con sus amigos. «Los militares nos detuvieron a todos. Al lado de donde estábamos había un hormiguero y nos tumbaron al lado de él, nos pusieron la bota en la cara y provocaron a las hormigas para que nos picaran. Me quejé de esto en las redes sociales, etiqueté al presidente [Nayib Bukele] y empezó el acoso», relata Miguel. En mayo de 2021 hubo una escalada de la violencia en el país. «Hubo una serie de resoluciones judiciales para que el presidente se prolongara en el poder. Impuso el bitcoin como moneda legal, un dinero que no se rastrea, por lo que el país es una gran máquina de lavar dinero», asegura este licenciado en Derecho. «Las bandas y la policía están haciendo desaparecer a la gente contraria al régimen», denuncia. «Y se han empezado a archivar proyectos de ley, como el que había sobre los derechos LGTBI», comenta. «También se han empezado a reducir los presupuestos en educación y salud». Ante estas políticas, se produjeron manifestaciones en las calle. «Yo estuve en dos. Eran marchas pacíficas y aparecieron los militares cargando contra nosotros con gas lacrimógeno y golpes», destaca . El episodio más violento lo vivió un día cuando regresaba de clase. «Iban con la cara tapada, eran militares, me estaban esperando. Me empezaron a pegar patadas en la cara, a quitar la ropa, a golpear. Uno sacó una navaja y me empezó a cortar el abdomen. Me dejaron sangrando en el suelo. Aún tengo la cicatriz. Me atendió un vecino y me curó un médico amigo mío. Te vamos a cortar la cabeza, me dijeron».

Miguel encontró el programa de acogida de refugiados del Ministerio de Inclusión y Migraciones español por internet. Venir a Mallorca le pareció más seguro. «Ahora ya estoy apto para trabajar y busco un empleo».

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