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BOULEVARD

La UIB y el Govern censuran en nombre de la libertad de expresión

Jorge Campos esgrimió la «conciliación familiar» progresista para suspender el pleno parlamentario del martes 19, y logró un nuevo consenso de la izquierda balear con Vox

El ministro Joan Subirats reveló en Palma su nombre en clave ‘Joan Petit’ cuando era el enlace de Bandera Roja entre Cataluña y Mallorca.

En este mundo del revés, quien sostenga que la mascarilla sigue siendo necesaria pasa a ser un negacionista. Vivimos al otro lado del espejo, donde PSOE, Més y Podemos censuran un tebeo feminista, y a la semana siguiente exigen a la UIB que cancele un acto todavía más feminista. Nos preguntábamos cuánto tardaría el amilanado rector Jaume Carot en marcarse un Minerval. Diez meses, todo un récord en su caso. Qué delito cometería el varón que gritara «¡viejas!» a las honestas luchadoras convocantes, por citar el aullido dialogante más repetido el jueves en el campus.

El cinismo no reside en que Més y Podemos jueguen a partidos antisistema montados en el coche oficial. El vaso rebosa cuando Francina Armengol promociona en el Parlament la exposición desangrada que ha amputado en persona. O cuando el rector de la UIB, que había saludado personalmente a los participantes en la presentación del libro, presume de que «la Universitat és i ha de ser un espai de reflexió, pensament lliure i crític i de llibertat d’expressió». Todo ello en un comunicado en que se alinea con los aullantes y en contra de las agraviadas. No es censura, solo una «operación especial», en lenguaje de Putin.

Por tanto, la UIB y el Govern censuran en estéreo en nombre de la libertad de expresión. La izquierda siempre se esfuerza más para perder el poder que para conquistarlo. Los ultraprogresistas no solo coinciden con la opinión de Vox sobre los actos citados, sino que obedecen las consignas de la ultraderecha moderada. Pilar Garcés concluye que «con semejante izquierda no necesitamos a Vox». Es al revés, necesitamos al partido hispanoespañol porque los progresistas agradecen que la derecha les dé ordenes. Y tenemos otro ejemplo reciente.

En la reunión de portavoces para elaborar el calendario del Parlament, el portavoz de la derecha extrema Jorge Campos esgrimió la «conciliación familiar» progresista para demandar que se suprimiera el pleno de la cámara que lógicamente debía celebrarse el martes 19, inmediatamente posterior al Domingo de Resurrección. Pues bien, la izquierda atea y antifeminista se sumó entusiasta a la vacación parlamentaria, como si le hubieran exigido que quemara una viñeta. Y luego dice Vox que no entienden las autonomías. Mejor que nadie, pillines.

Vox le ha puesto un cordón sanitario al cuello de la dócil izquierda, y la arrastra a sus tesis. Més puede consultar a Neus Truyol si piensa que hay que quemar las viñetas que satirizan a los jueces por descabelladas. También Podemos debe recordarle a Aurora Jhardi que el cartel feminista censurado era una desmesura, después de ser condenada por frenar a Cursach en la misma Audiencia que se negaba a juzgar a Cursach. Y pensar que hay personas malvadas que idean caricaturas judiciales. Ocho años de inhabilitación para la exconcejala que no ha tocado un euro, ocho veces más de lo que se llevó Artur Mas por convocar un referéndum de independencia, aunque le sumes las penas a Quim Torra y Puigdemont. La presidenta de Balears debe telefonear a la condenada, y recomendarle encarecidamente que vaya a ver la exposición mutilada para consolarse. En cuanto a mí, ya he comprado el libro quemado, más no puedo hacer.

El mismo día en que Minerval Carot censuraba una presentación a la que se atrevía con dignidad La Casa del Libro, amparándose hipócritamente el rector en que la policía no entra en el campus, el ministro Joan Subirats visitó el campus con su escolta policial, aunque con menos efectivos que Felipe VI y Letizia al llegar a la UIB. En la imagen que hoy nos ilustra, aparece el titular de Universidades junto al conseller responsable de la universidad pero no de educación, por motivos que ahora parecen obvios.

Subirats reveló en Palma que su nombre en clave era Joan Petit, cuando actuaba como enlace del partido Bandera Roja entre Cataluña y Mallorca, donde militaban asimismo ilustres catalanes entonces en la mili como Xavier Vidal-Folch, premio Ciudad de Palma de Poesía, o el después conseller Ferran Mascarell. El partido ultracomunista contaba en Mallorca con líderes de fuste como Celestí Alomar o Paco Obrador, también militó de rojo intenso el ministro popular Josep Piqué. Se avergonzarían de los izquierdistas hodiernos, y quién podría reprochárselo.

Reflexión dominical inquisitorial: «La censura no se basa en lo que se permite, sino en quién lo permite».

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